EL MUNDO › COMO EN LOS ‘90, LOS HEREDEROS DE PABLO ESCOBAR DETENTAN EL PODER DE LA CIUDAD COLOMBIANA
El flamante alcalde pide ayuda militar al poder central para combatir el crimen organizado. Operación Orión viene a la cabeza de los ciudadanos: cientos de inocentes asesinados y desaparecidos en la Comuna 13, en 2002.
› Por Katalina Vásquez Guzmán
Desde Medellín
Agotado, impaciente, impotente contra la mafia, el alcalde de Medellín pide, frente a las cámaras de televisión, que el gobierno nacional lo ayude en la lucha contra los “combos” que se disputan la ciudad, a ráfagas de fusil, por las rentas del narcotráfico y las extorsiones. El ministro de Defensa, radiante estrenando cargo, vuela para atender el llamado y programa un consejo de seguridad el fin de semana. Balaceras diarias, desapariciones, desplazamiento forzado, violaciones, suspensión de clases escolares, piquete de buseteros, asesinatos de jueces, muerte y más muerte en la “ciudad de las oportunidades”.
Medellín, a decir del gobierno, pasó del miedo a la esperanza. Pero en sus calles, en especial en los sectores más poblados y marginales, los minutos pasan dejando una sensación contraria: zozobra y desconfianza. Como en los años noventa, los narcos tienen el poder, y el Estado, esforzado en llevar más educación y cultura a los barrios, se muestra alarmado frente a la fuerza de las armas. La población civil ruega por sus vidas; y los jóvenes exigen, a ritmo de tambores, no más asesinatos de líderes culturales –van tres este año–, y que la alcaldía cumpla su promesa de crear una escuela de hip hop en la Comuna 13, epicentro de la sangrienta confrontación armada entre los herederos de Pablo Escobar.
“Creemos que falta lo peor”, dice un líder comunitario de ese sector cubriéndose los ojos, después los oídos, al escuchar una explosión al lado de su casa. A quinientos metros de una de las once bases militares de la Comuna 13, el señor le cuenta a Página/12 que los días y las noches se le van en rezos para que cesen las balas. “Es horrible, los pelaos de los combos se amenazan, empiezan gritando de un morro a otro que te voy a descuartizar y no sé qué más cosas horribles, horribles; entonces uno ya sabe qué sigue, bala, tan, tan, tan, una hora, dos, tres horas; y cuando paran, ahí sí salen los soldados de sus trincheras no digamos que a recoger los muertos porque la misma comunidad es la que se los lleva.”
Rodrigo Rivera, el ministro; Oscar Naranjo, director de la Policía; Edgar Cely, comandante de las Fuerzas Militares; Fernando Pareja, vicefiscal general de Colombia; y Alonso Salazar, el alcalde, deciden, durante el consejo cerrado, que lo mejor es “buscar medidas para enfrentar las bandas asociadas al negocio del narcotráfico, mediante la puesta en operación de fuerzas especiales que involucran a todos los niveles del servicio público de seguridad”. Operación Orión viene a la cabeza de los ciudadanos: cientos de inocentes asesinados y desaparecidos en la Comuna 13, en 2002, cuando Alvaro Uribe llegó al poder y decidido a acabar con una situación similar ordenó una respuesta militar. “Ejército Nacional descarta militarización de la Comuna 13”, dicen los titulares de prensa de ayer. “En este momento no es viable; la aproximación que se va a hacer es un esfuerzo interinstitucional, todo va a ser en equipo”, explicó el general Alberto Mejía. Muy agradecido, el mandatario local celebra la prontitud con que atendieron su SOS, que Naranjo traiga 800 policías más a la ciudad y que se cree un Centro Integrado de Intervención en la Comuna 13.
Sus funcionarios, mientras tanto, recorren la zona promoviendo el juego y el deporte. Quieren “ratificarles el acompañamiento a los habitantes de esta zona del centro occidente de la ciudad y manifestarles que ante las situaciones que buscan afectar el orden público, la Alcaldía de Medellín está presente para brindarles seguridad”.
“Muy bueno, pero el lunes (hoy) cuando se vayan, quién va a evitar que se prendan a plomo los pelaos”, le dice a este diario el ciudadano de la Comuna 13 que, señalando un periódico de la semana pidiendo que reserven su nombre, “como esta profesora que habla de lo que sufren los estudiantes; es que aquí los que estamos llevando somos los civiles, no puedo decir que estamos solos, porque policía y ejército sí hay, pero no puedo decir al servicio de quién”. Alias Sebastián y alias Valenciano, capos de la Oficina de Envigado, que nació en los ochenta al mando de Escobar, son los líderes de los 14 grupos delincuenciales enfrentados entre sí en las pendientes estrechas de la Comuna 13. Sus balas han alcanzado, siempre en confusas circunstancias, a tres raperos del sector que, desde la cultura, lideraban proyectos para quitarles combatientes a los narcos.
Enrique “Kolacho” Pacheco, Andrés Felipe Medina y Marcelo “Chelo” Pimienta son los muertos de un grupo de setenta jóvenes que, a dos cuadras del lujoso salón donde se desarrolló el consejo de seguridad, detienen el tráfico tomados de las manos. “Estamos en el medio, nos están matando, pedimos que hagan algo; esperamos que las cosas cambien y que, como prometieron cuando mataron a Kolacho, nos den recursos para la escuela de hip hop, que nos acompañen”, explica Fabián Abad en la calle San Juan con su voz ronca de rapero y un tambor retumbando que en la noche, cuando regrese a la Comuna 13, le servirán para apaciguar el estruendo de las balas y el silencio de las autoridades.
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