EL MUNDO › BRASIL ENTRA EN LA ETAPA DECISIVA DE CARA AL 3 DE OCTUBRE
Hoy comienza la publicidad televisiva para los comicios brasileños marcando el verdadero inicio de la disputa entre la favorita y delfín del presidente, Dilma Rousseff, y su rival, José Serra, quien intentará pasar a segunda vuelta.
› Por Eric Nepomuceno
Hoy tiene inicio, en Brasil, el horario de propaganda electoral por radio y televisión. Eso significa que dos veces al día se interrumpe la programación normal y todas las radios y emisoras abiertas de televisión exhiben programas elaborados por las campañas de los candidatos a presidente, gobernador, senador, diputado nacional y diputado provincial. Serán 45 días, sin treguas. Que, también, serán la última –y frágil– esperanza del opositor José Serra de dar vuelta al juego, lograr que su principal adversaria, Dilma Rousseff, no alcance el 50 por ciento de los votos el 3 de octubre, y forzar una nueva y decisiva confrontación en las urnas 28 días después. Hasta marzo de este año, la situación era exactamente la inversa: quien hacía de todo para evitar que las elecciones se decidiesen en la primera vuelta era precisamente la candidata del PT de Lula. Tal era, entonces, la ventaja de Serra sobre Dilma.
El principal fantasma del maltrecho candidato de la oposición surgirá hoy mismo en las pantallas de millones de residencias a lo largo y a lo ancho de Brasil: Lula da Silva, el más popular de los presidentes brasileños del último medio siglo, pidiendo que se vote a Dilma Rousseff. Para hacerle contrapeso, la única arma de Serra sería llegar a la televisión con un margen consistente sobre Dilma. No llega. Y la tendencia natural para Dilma es crecer aún más, gracias a la presencia de Lula en sus programas.
No hay nada en ningún horizonte que permita suponer que ocurrirá algún fenómeno poderoso para transformar radicalmente ese escenario. La aprobación del gobierno sigue por las nubes, la popularidad de Lula no tiene antecedentes y su candidata no cesa de crecer en los sondeos. Ayer mismo, un día antes del estreno de la propaganda electoral por radio y televisión, se rumoreaba que nuevos sondeos indicarían que la ventaja de Dilma Rousseff sobre Serra pasó de ocho puntos (en promedio) a trece o catorce. Al mismo tiempo, crecen los indicios de que se instaló, del lado de la oposición, una especie de sálvese quien pueda, con los candidatos a los gobiernos provinciales haciendo de todo, o casi todo, para ocultar el nombre de su aliado en la disputa por la sucesión de Lula. De Serra poco se habla. Es como si no fuese candidato.
Queda por saber, entonces, cuáles han sido las causas de semejante desastre. Analistas y sociólogos dicen que el escenario sería, desde siempre, ingrato para cualquier candidato de oposición: con el consumo popular acelerado, la creación de puestos de trabajo avanzando a niveles inéditos, la economía estabilizada y una amplia gama de programas sociales con elevada aprobación, el gobierno saldría al ruedo con buenas posibilidades de elegir su sucesor. Lo que le faltaba al PT, partido del presidente, era un candidato claramente competitivo. La principal misión y el principal desafío de Lula pasó a ser transformar a una técnica que jamás disputó ningún cargo electivo en una candidata viable. Y todo indica que lo logró, con creces.
Ya José Serra –quien fue secretario provincial, diputado, senador, dos veces ministro, alcalde de la mayor ciudad y luego gobernador de la principal provincia brasileña– disputó varias elecciones, inclusive una a la presidencia (en 2002, cuando fue derrotado por Lula en la segunda vuelta), tiene amplia experiencia administrativa y es un nombre nacionalmente conocido. Además, luego de ocho años en el poder, contaba con que el PT de Lula hubiese sufrido un desgaste natural, abriéndole espacio a un candidato oposicionista con una propuesta alternativa concreta.
La verdad es que nada de eso ocurrió. La confusa propuesta de continuismo sin continuidad, eje inicial del discurso de Serra (“no soy oposición, soy el futuro”, alcanzó a decir en los prolegómenos de su campaña), se hizo trizas. La apuesta siguiente, y que persistirá en la propaganda por radio y televisión, es la de comparar currículos, diciendo que él está más capacitado que Dilma para mejorar políticas actuales e implementar nuevos avances. Es muy probable que tampoco funcione.
En las últimas semanas Serra fortaleció sus críticas a varias de las políticas del gobierno de Lula, aunque evitando criticar directamente al presidente. Disparó contra la política económica, contra la falta de incentivos a la industria, contra la política externa regional (acusó al gobierno de malgastar recursos haciendo filantropía junto a vecinos como Paraguay, Bolivia y Uruguay) y global (críticas a las buenas relaciones de Lula con los gobiernos de Cuba, Venezuela e Irán), pero sin proponer alternativas concretas. Es decir, elevó el tono de sus palabras pero sin agregarles contenido alguno.
Cuando se piensa que el próximo presidente brasileño tendrá, entre otros desafíos, el de conducir el país al puesto de quinta economía mundial, se constatan varias divergencias. Mientras Dilma Rousseff defiende que serán prioridades erradicar la miseria e intensificar la movilidad social, agregando cada vez más parcelas de la población al mercado de consumo, Serra prefiere cuestionar la capacidad de planificación del actual gobierno y defender el potencial de inversiones que provienen de la iniciativa privada. Dilma dice que el Estado debe actuar como organizador de políticas de desarrollo tecnológico, planificar acciones concentradas en estructura urbana, ampliar la protección social a niños y jóvenes. Serra defiende que se estimule la creación de cursos técnicos para desempleados, se cambie la política de comercio exterior, se abran concesiones de carreteras y aeropuertos al sector privado.
Esa distancia entre propuestas gana, a partir de hoy, un elemento nuevo: será Lula en la pantalla, mirando al espectador y pidiendo su voto para Dilma Rousseff. Y contra esa especie de arma, José Serra no cuenta con escudo alguno.
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