EL MUNDO › LA JUVENTUD FRANCESA SE MOVILIZA EN CONTRA DE LA REFORMA PREVISIONAL DE SARKOZY
Dos de cada tres franceses se oponen a la reforma que aumenta la edad jubilatoria. El sector juvenil se suma a las protestas. Un joven francés de cada dos está angustiado cuando piensa en su situación actual o en su porvenir.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Un colectivo de 25 organizaciones juveniles llamó a los jóvenes a sumarse a la nueva jornada de huelgas y manifestaciones prevista para hoy contra la reforma del sistema de jubilaciones francés. Su intervención viene a recordar que, detrás de la confrontación social por las jubilaciones, hay un fenómeno de proporciones dramáticas: la juventud francesa atraviesa un período negro con tasas de desempleo por encima de las normas, niveles de pobreza drásticos y exigencias carcelarias para encontrar una vivienda. “Juventud sacrificada”, “generación perdida”, “futuro sin trabajo y sin casa”, “juventud excluida”, los calificativos que retratan el panorama de los jóvenes en Francia son un catálogo del pesimismo que se instaló en las nuevas generaciones. Los sindicatos y la izquierda francesa apuestan por una movilización extraordinaria sustentada con la participación de la juventud. “Hemos ganado la batalla de la opinión”, dijo ayer Bernard Thibault, secretario general de la CGT.
Las últimas encuestas apoyan su argumento. Según un sondeo de CSA, 70 por ciento de los franceses rechaza la reforma planteada por el Ejecutivo. Una encuesta publicada por el matutino Libération indica que el 63 por ciento de la población “está con los huelguistas” y el 28 a favor del proyecto de reforma. Este apunta a incrementar de 60 a 62 años de la edad para tener derecho a jubilarse y de 65 a 67 años la edad necesaria para gozar de una jubilación completa. A principios de agosto, los sindicatos movilizaron cerca de tres millones de personas en todo el país –poco más de un millón según la policía– contra la aprobación de la reforma. La juventud comparte el sentimiento de “precariedad creciente de las referencias económicas y sociales” que surge de la encuesta de Libération y ya ni siquiera se proyecta en el porvenir. Los datos son un espejo de ese desaliento. En 2010, 24 por ciento de los jóvenes activos estaba sin trabajo mientras que la tasa de pobreza entre los jóvenes de 20 y 29 años llega al 11. Los porcentajes de desempleo representan el doble de los de Alemania y constituyen uno de los más elevados de los países de la muy liberal OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico). Un estudio de la Fundación para la Innovación política reveló que sólo 26 por ciento de los jóvenes franceses juzga “prometedor” su futuro contra el 60 en Dinamarca o el 54 en Estados Unidos. “Es una generación perdida”, dijo la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en un informe de agosto de este año. Si se comparan los niveles de desempleo mundiales con el francés, el calificativo no es exagerado: 13 por ciento contra casi el 25 en Francia.
A lo largo de los últimos 30 años, los sucesivos gobiernos adoptaron 80 medidas específicas para los jóvenes sin corregir la tendencia. Una encuesta del instituto Ipsos muestra que un joven francés de cada dos está angustiado cuando piensa en su situación actual o en su porvenir: Ipsos describe así a la juventud: “Desalentada, con dificultades para proyectarse, convencida de que los esfuerzos y los estudios no traen beneficios”. El ingreso en la vida activa de los jóvenes es a menudo una carrera de obstáculos y humillaciones. Acompañar a un joven en busca de trabajo o vivienda es una inmersión en el híper realismo de las exigencias. Los empleadores exigen una combinación de diplomas y experiencia, mientras que los propietarios imponen condiciones que casi ningún joven entre 20 y 29 años puede reunir: contrato de trabajo de larga duración, un salario tres o cuatro veces superior al monto del alquiler. Un sucucho indigesto de 9 metros cuadrados se alquila en París 800 dólares. “Nos plantean exigencias delirantes. Si buscamos trabajo nos requieren cinco años de experiencia, y si buscamos casa nos imponen salarios que sólo una persona que lleva años en la vida activa puede ganar. Es un círculo vicioso en el que la miseria gana cada vez más terreno”, cuenta Valentine, una informática de 23 años que lleva más de un año buscando trabajo y dos sin encontrar una vivienda. Estas dificultades “básicas” se incrementan en proporciones de exclusión demoledoras si el joven es hijo de inmigrados, tiene un nombre árabe o rasgos de otras latitudes. Las llamadas “minorías visibles” pagan un tributo mucho más alto a la crisis generacional.
Los hijos de padres divorciados, con hogares inestables, donde uno de ellos perdió el empleo y carecen de fuentes de ingreso consistentes llegan hasta lo más hondo de la miseria. Sin trabajo, sin casa, sin asistencia social, estos jóvenes terminan en la calle y con la estampilla de SDF, sin domicilio fijo. El cuadro se dio vuelta en las últimas tres décadas. En los años ’80, el porcentaje de pobreza más elevado afectaba a las personas de edad. Ahora, el sector golpeado por la pauperización es la juventud. Según el observatorio de las desigualdades, el 11 por ciento de los jóvenes que tienen entre 18 y 24 años vieron aumentar los niveles de pobreza y el 24 por ciento vive bajo el umbral de pobreza. Este piso se calcula en Francia en unos 850 euros por mes. El monto puede parecer elevado fuera de Europa, pero con un alquiler que oscila entre los 600 y los mil euros y un café que cuesta en un bar casi tres dólares, la suma es insuficiente. Un segmento considerable de la juventud francesa se desarrolla bajo el sol impiadoso de la precariedad. Las fallas estructurales de un sistema extremadamente pesado, las insuficiencias del sistema educativo, la escasa dimensión de la solidaridad generacional, la mala disposición del patronato francés y las crisis sucesivas complican la inserción de la juventud francesa, se tenga o no diplomas calificados. Nicolas Sarkozy heredó una situación degradada y las medidas que adoptó no frenaron la marcha de una generación hacia la sensación de que todo está perdido con anticipación.
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