Dom 26.09.2010

EL MUNDO  › OPINIóN

La prensa, verdadera oposición en Brasil

› Por Eric Nepomuceno

Considerado el fundador del Estado moderno en Brasil, Getúlio Vargas fue blanco de una contundente campaña encabezada por la Tribuna da Imprensa, de Río de Janeiro. Terminó matándose con un tiro en el corazón en agosto de 1954. Creador de Brasilia y uno de los presidentes más populares de Brasil, Juscelino Kubitschek enfrentó la resistencia feroz del conservador O Estado de São Paulo. Acusado de corrupción irremediable, jamás se comprobó nada en su contra. Histórico dirigente de la izquierda, el laborista Leonel Brizola fue gobernador de Río de Janeiro en 1982, luego de la democratización, y pasó sus dos gobiernos bajo la campaña implacable (y frecuentemente mentirosa) del más poderoso grupo de comunicaciones de América latina, el que controla la TV Globo y el diario O Globo.

Nunca antes, sin embargo, un mandatario ha sido tan duramente perseguido por los medios como Luiz Inácio Lula da Silva. Con frecuencia asombrosa fueron abandonadas las reglas básicas del mínimo respeto ciudadano. Buen ejemplo de eso es el semanario Veja, el de mayor circulación del país, que sin resquicios de pudor público secuencia escándalos que nadie comprueba. En su página en Internet abriga a comentaristas que tratan al presidente de la Nación de “esa persona”. El mismo grupo que controla la TV Globo, cuyo noticiero acapara la mayoría de la audiencia, el matutino O Globo, principal diario de Río y segundo en circulación en Brasil, y la principal cadena radial, CBN, no pierden oportunidad de destrozar a Lula y a su gobierno, sin preocuparse ni un poco en verificar la veracidad de sus ataques. El diario Folha de S. Paulo, el de mayor circulación en el país, divulga cualquier denuncia como verdadera y no se priva de aceptar que un ex condenado por traficar dinero falso, reducir mercancías robadas y practicar estafas en serie se transforme en “consultor de negocios” y lance acusaciones sin ninguna prueba. Hasta el conservador O Estado de São Paulo, que hasta ahora era el más equilibrado en la oposición al gobierno, optó por ingresar en ese juego sin reglas ni norte.

Frente a la inercia de los dos principales partidos de oposición, el PSDB y el DEM, los medios de comunicación ocuparon, orgánicamente, ese espacio. Lo admitió, hace algunos meses, la presidenta de la Asociación Nacional de Periódicos, Judith Brito, de Folha de S. Paulo. Más grave, sin embargo, es lo que ninguno de los grandes grupos admite: ya antes de iniciarse la campaña sucesoria de Lula, ese enorme partido informal (pero muy eficaz) de oposición optó por un candidato, José Serra, que no respondió a sus expectativas. Y frente a la incapacidad de su campaña electoral, los medios brasileños decidieron atacar la candidatura de Dilma Rousseff, ignorando los límites éticos.

Esa politización absoluta y esa toma de posición de la prensa terminó por provocar la reacción de Lula. Sus críticas, a su vez, provocaron una airada ola de nuevas denuncias, indicando que el presidente pretende impedir la libertad de expresión y de opinión. Sin embargo, en sus casi ocho años como presidente, Lula en ningún momento representó una amenaza a la gran prensa, por más remota que fuese. Algunos movimientos para imponer reglas e impedir la permanencia de un casi monopolio fueron neutralizados por el mismo Lula, que optó por no enfrentarse a las ocho familias que concentran el control de los medios en el mayor país latinoamericano.

La libertad de prensa es absoluta en Brasil, al punto de haberse transformado en libertad para calumniar. Los groseros ataques, frecuentemente basados en nada, contra Lula y su gobierno aparecen todos los días, sin que nadie trate de impedirlos. Y aun así, los grandes medios no dejan de denunciar amenazas a la libertad de expresión.

Quizá la razón de todo eso esté en lo que ocurrió cuando Brasil volvió a la democracia, hace 25 años. Al contrario que en otros países en reencuentro con la democracia –pienso específicamente en España y Argentina–, en Brasil la prensa no se democratizó. No surgieron alternativas que respondiesen a los diversos segmentos políticos e ideológicos. Prevaleció el escenario en que cada medio presenta el eco de una misma voz, la del sistema dominante.

Para ese sistema, Lula era un riesgo soportable. Ya la sucesión es otra cosa. Y si el candidato de la oposición se mostró un incapaz, el verdadero partido oposicionista revela su cara más feroz. Al ejercer la libertad del denuncismo barato, muestra su inconformismo con la manifestación del deseo de esa masa de ígnaros a la que se llama pueblo. A esa gente que, de ninguneada, pasó a considerarse ciudadana. Y eso sí es inadmisible.

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