Mar 28.09.2010

EL MUNDO  › OPINIóN

Las causas de una victoria relativa

› Por Modesto Emilio Guerrero *

El triunfo electoral del chavismo en las elecciones legislativas de anteayer es indudable si lo medimos por los 96 diputados bolivarianos sobre los 66 opositores. Pero es una victoria relativizada, o limitada funcionalmente, en dos vertientes. La primera respecto del objetivo propuesto de los dos tercios. La segunda deriva de la primera: el gobierno no podrá adelantar leyes de grueso calibre, llamadas orgánicas, ni modificar la Constitución. Ahí nace la diferencia y la novedad respecto de lo que existía.

Este retroceso respecto de lo que existió entre 2005 y el 26 de septiembre de este año, aun siendo parcial, es el punto de partida de cualquier diagnóstico o pronóstico del curso del proceso revolucionario bolivariano, de su relación de fuerzas internas, así como de sus relaciones de Estado en el continente.

Las causas del resultado laten ocultas bajo la montaña de votos, 11 millones sobre 17 del padrón, con una abstención de apenas 26 por ciento, suficiente para legitimar la gobernabilidad hasta nuevos avances significativos. Las principales señales del retroceso se encuentran en el carácter no presidencial de la elección y el sustrato local instalado en el ánimo de los electores. Aquí, parafraseando una conocida sentencia de Marx, la existencia cotidiana determinó la conciencia del votante. La suma de la crisis eléctrica, la devaluación, la inflación y la gestión deficiente en unas seis gobernaciones chavistas determinaron el estado de humor.

El universo chavista, compuesto por 14 millones de personas y 11 millones de votantes potenciales, entendió que no se jugaba el destino inmediato del proceso en su conjunto, ni el Presidente, sino su poco sentida expresión parlamentaria y, en ese terreno, no encontró los mejores candidatos. Alrededor del 70 por ciento de ellos fueron percibidos como “desconocidos”, “no representativos”, “no queridos” o directamente “rechazados”, como el ex ministro Diosdado Cabello y sus adláteres en las listas, entre otros. Estos parámetros me permitieron avizorar una semana antes, con acierto, los resultados más probables, y así los publiqué en un artículo del domingo pasado en el diario Tiempo.

El chavismo recuperó un millón de votos retraídos en anteriores contiendas, pero no fue suficiente para superar el entusiasmo del voto escuálido que acudió entusiasta bien temprano a las mesas, como no lo hacía desde 2004.

El gobierno, con 95 votos, tendrá la capacidad de formar las autoridades del Parlamento y el diagrama funcional de las comisiones, y aprobar leyes ordinarias, sin la obstrucción del voto desquiciante de la derecha. O sea, el gobierno de Hugo Chávez podrá mantener su gobernabilidad, o equilibrio institucional, aunque sea sobre una base legislativa más endeble.

Esta novedad institucional explica la euforia opositora nacional e internacional, y lo manifiestan con nombre propio en los proyectos legislativos que presentaron: la “ley Candado” y la “ley de propiedad”, con las que apunta a desmontar los proyectos centrales de política exterior latinoamericanista y de desarrollo económico endógeno del gobierno.

Sería un error pensar que allí, en las alturas de una de las instituciones y en los titulares de prensa, se decidirá el curso del proceso. En Venezuela, el curso de las revoluciones se define fuera del Parlamento.

Periodista y escritor venezolano.

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