EL MUNDO › ALBERTO ITURRA, JEFE DEL EQUIPO PSICOLOGICO EN LA MINA SAN JOSE
El encargado de mantener en alto las condiciones emocionales de los mineros atrapados asegura que “cinco mineros pudieron perfectamente atentar contra su vida”. Aquí explica cómo logró, junto al equipo, controlar la situación.
› Por Christian Palma
Desde la mina San José, Atacama
El psicólogo Alberto Iturra (60 años) vive desde hace once años en Caldera, uno de los pueblos próximos a la mina San José (35 kilómetros). Desde los primeros días del derrumbe, el pasado 5 de agosto, estuvo en el lugar como encargado de la contención mental de los 33 mineros sepultados. Una vez que se tomó contacto con ellos, cada día, en la mañana y en las tardes, conversaba con ellos. La relación se fue estrechando cada jornada arriba en la montaña. Ahora, cuando el panorama pos encierro aún no devela las consecuencias en el comportamiento de los mineros luego de estar casi dos meses sin luz solar, el profesional es uno de los más indicados para explicar lo que pasaba por las cabezas de los llamados héroes de Atacama.
Según los especialistas, ninguno de los 33 pacientes presenta patologías o estudios de una mayor complejidad. Sin embargo, se insistirá en los controles y en el apoyo psicológico por un tiempo prolongado, pues su evolución futura en este aspecto es incierta.
De hecho, el subdirector médico del Hospital de Copiapó, Jorge Montes, dijo que “el estado psicológico es una situación que no se puede prever, los problemas de esto no se ven en el corto plazo. Eventualmente, todos podrían presentar estrés postraumático”.
En ese sentido, Iturra explica que después de una crisis así las personas presentan problemas emocionales y de pareja principalmente, pero confía en que podrán superarlos y soportar la enorme presión mediática.
–¿Cuál fue el momento de más tensión en el interior de la mina?
–Hubo episodios complejos y otros alegres. Críticos como siempre sucede cuando se trabaja con la supervivencia de personas y fáciles porque el grupo de mineros era sencillamente extraordinario. Con el ánimo siempre muy positivo. No faltaba quien se preocupaba de levantar al compañero que decaía en sus fuerzas. La familia de los 33 también fue fundamental, porque a través de las videoconferencias y cartas que enviaban desde la superficie, colaboraron para mantener a los 33 psicológicamente estables.
–¿Cómo logró que los mineros no se volvieran locos con el encierro?
–Vivimos varias situaciones delicadas, pero lo solucionamos en conjunto. Fue muy importante lograr que entendieran que no estaban solos y eso es lo que hicimos. Jamás les hicimos sentir que estaban abandonados. Mantener el ánimo arriba fue fundamental, por lo que el personal médico se preocupó hasta el último detalle de tener una actitud positiva. Otra razón para ayudarlos a no perder la cordura fue tratarlos con respeto, jamás se les dio órdenes, se los trató como amigos a los cuales había que ayudar y ellos así lo entendieron.
–¿En alguna ocasión se encendieron las alarmas en la superficie?
–Hubo muchos momentos dramáticos. Pero para cada trabajador teníamos un protocolo psicológico preparado. Realmente a veces las cosas se pusieron difíciles, pero es entendible, pues se trataba de un grupo de personas que no estaban preparadas para una situación tan extrema como ésta.
–¿Quiénes fueron los mineros más difíciles de tratar?
–Por respeto a los mineros no puedo revelar nombres, pero cuatro o cinco presentaban cuadros médicos psicológicos crónicos muy críticos y que perfectamente pudieron conducir a la muerte de alguno de ellos. Eran distintas personalidades y algunas más complejas que otras, más fuertes o más débiles.
–¿Se siente partícipe de un proceso exitoso que alcanzó fama mundial?
–El mérito es del equipo psicológico y también de los rescatistas, después de muchas horas de rescate, ninguno, ni mineros, ni rescatistas sufrieron rasguño alguno. Acá todos contribuimos. Los médicos, los socorristas y la familia.
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