EL MUNDO › OPINION
› Por Eduardo Febbro
Desde París
p>Hosni Mubarak no tardará en reunirse con sus hermanos de sangre en el amplio panteón universal de los dictadores. Justicia, policía, derechos civiles, libertad de expresión, procesos electorales, no hay territorio democrático donde el régimen del presidente egipcio no haya pisoteado sus fundamentos. Y todo ocurría ante el asfixiante silencio de las democracias occidentales que le perdonaron a ese aliado central las violaciones a todos los valores que esas mismas democracias defienden, promueven y reiteran como esencia de la identidad occidental. Y sin embargo, lo mismo que ocurrió con la caída del corrupto presidente de Túnez y su clan –Ben Alí–, Occidente salió corriendo detrás de los hechos, se pegó a la cola de la historia que los pueblos estaban cambiando sin haber sido capaz de anticipar la proximidad de la fractura.En el juego de las relaciones internacionales, Ben Alí y Mubarak eran aliados y amigos necesarios. En ese festival de alianzas y contradicciones, nadie se salva del oprobio, ni siquiera la izquierda del Viejo Continente. Los socialistas y los conservadores europeos que, con una tardanza cómica, se sumaron a media voz al apoyo a la Revolución de los Jazmines que estalló en Túnez son los mismos que pasaban sus vacaciones y sus mejores fines de semana en los palacios del dictador tunecino. Los demócratas ejemplares mantenían con el antídoto de cualquier democracia relaciones carnales.
Con Hosni Mubarak el vicio es todavía más imperdonable y la hipocresía no puede ocultar sus rasgos detrás de los tardíos llamados al cambio, a las reformas democráticas, al respeto del derecho de los pueblos a decidir por sí mismos. Del otro lado del Mediterráneo, durante décadas y décadas los pueblos no decidieron sino que fueron los intereses de las grandes potencias los que, en su afán de estabilidad y su obsesión por contar con interlocutores seguros, pasaron por la soga del silencio las abrumadoras violaciones a todos los derechos. Estados Unidos en primer lugar. El abanderado de la democracia mundial hizo de Egipto el aliado árabe de más trascendencia en la región. Mientras la estabilidad interna estuviese garantizada, poco importaba lo que ocurriera adentro. El Cairo cuenta, además, con atributos excepcionales que le valieron un perdón proporcionalmente excepcional. Entre las palabras y los hechos había un abismo en el que, de Túnez hasta Siria, pasando por Marruecos, Argelia, Jordania y Egipto, caían en el olvido miles y miles de inocentes.
Socio decisivo de la paz en Medio Oriente, guardián del estratégico Canal de Suez, modelo de posible exportación para otros países de la región, antídoto contra el islamismo radical, Egipto contó con el beneplácito y el respaldo de todos los sistemas democráticos del planeta, incluido el de las recobradas democracias latinoamericanas cuya historia pagó el peor de los tributos a la insaciable voracidad dictatorial de los militares. En 2010, la ayuda que Estados Unidos proporcionó a Egipto a cambio de su participación activa y positiva en el proceso de paz de Medio Oriente alcanzó los 1,3 mil millones de dólares mientras que la ayuda económica directa sumó 250 millones de dólares.
Egipto es el segundo receptor de la ayuda de Washington, justo detrás de Israel. La Unión Europea suministra una ayuda estrecha a El Cairo, unos 600 millones de euros, pero, en cambio, es su primer socio comercial en suministros con un intercambio de 15 mil millones de dólares y el primer inversor. La suma de la ayuda estadounidense es gigantesca y sirvió para mantener en pie una dictadura con el pretexto de un proceso de paz en punto muerto y el sacrosanto principio de luchar contra el fundamentalismo religioso. El miedo al Islam radical y antioccidental desempeñó un papel inverso: fue un espantapájaros para las verdaderas reformas democráticas, atrasó la emergencia de verdaderas corrientes progresistas y, a su manera brutal y descarnada, congeló la historia de millones de individuos y mantuvo en el poder la versión más ilegítima de gobierno. Compra de votos, represión, estructura policial del poder. La misma línea ha adoptado Israel. El país que se congratula por ser el único régimen auténticamente democrático de la región ha guardado un prolongado y temeroso silencio ante el nacimiento de un movimiento popular, joven y democrático en un país a la vez vecino y aliado.
Todo parece demostrar que, en ese segmento del mundo, la democracia es lo que más infunde miedo a los demócratas de Occidente. En la primera década del siglo XXI los pueblos árabes empiezan a deshacer las vendas del miedo con que sus gobiernos amordazaron sus voces y su libertad. Sería necesario que Occidente también deshiciera las suyas, esas vendan que le hacen tener miedo a la democracia según la zona geográfica en la cual ésta se expande.
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