EL MUNDO › EDUARD SANJUAN, PERIODISTA SECUESTRADO POR EL EJERCITO EN EL CAIRO
El mismo día en que llegó a Egipto fue secuestrado junto a todo su equipo de la televisión catalana mientras hacían una nota. Los acusaron de espías y agitadores y les mostraron que sí hay apoyo militar a Hosni Mubarak. Las dificultades de cubrir la historia.
› Por Ailín Bullentini
Desde la habitación de un hotel en las afueras de El Cairo, Eduard Sanjuan dice sentirse más que agotado. Allí lo depositó un camión del ejército egipcio luego de mantenerlo secuestrado por más de cinco horas junto a cinco compañeros de trabajo. Los seis son periodistas de la cadena de televisión catalana. Llegaron al país ayer a la mañana para registrar las revueltas que desde hace diez días braman por la renuncia del presidente Hosni Mubarak. En eso estaban cuando el ejército se los llevó en dos autos. No fueron los únicos cronistas que la pasaron mal. Unos treinta colegas estuvieron un día entero encerrados en el Hilton Ramses, a escasos metros de la plaza central de El Cairo que partidarios del gobierno mantuvieron cercada bajo amenazas. “Ha sido la caza de periodistas. No nos quieren aquí”, confesó a Página/12.
“Estábamos en la terraza de un edificio en el barrio de Heliópolis (en las afueras de El Cairo), reporteando a un hombre al que ayer (por el miércoles), en la plaza Tahrir, le partieron la clavícula de una pedrada, cuando los vecinos de la torre comenzaron a manifestarse pidiendo que nos fuéramos. Nosotros no entendíamos por qué hasta que alguien nos explicó que tenían miedo de que nuestra presencia allí atrajera a las barras de Mubarak”, comenzó a relatar Sanjuan.
–¿Pudieron entenderse con los vecinos?
–No. Estaban demasiado asustados y desconfiados. Incluso casi le pegan a la persona que nos alojó en su casa, en ese edificio. Alguien de ellos llamó al ejército, que vino enseguida. Siete soldados nos apuntaron con sus armas, requisaron los equipos de filmación, los teléfonos y nuestra documentación personal, nos cargaron en dos autos y nos trasladaron hasta un cuartel. Procuraron que la persona que nos conocía viajara con nosotros para que pudieran entendernos.
–¿Les dijeron para qué los llevaban?
–No. Sólo fueron gritos inentendibles en los automóviles. Recién en el cuartel los soldados le pidieron al muchacho egipcio que oficiara de traductor. Entonces llegaron los retos y acusaciones. “¿Quién les está pagando para generar tanta violencia?”, nos preguntaban a los gritos. Nos acusaron de hacer el juego a la gente que busca la revolución inmediata en el país. Sin querer escuchar nuestras explicaciones, nos vendaron los ojos, nos subieron a un camión y nos llevaron a otro sitio, que creo era la Dirección General de la Policía Militar. Allí nos sometieron a más interrogatorios y sus comentarios dejaban entrever su apoyo a Mubarak.
–El ejército tuvo una actitud pasiva. A partir del secuestro, ¿sintió que eso no es así?
–El ejército mantiene una posición un poco ambigua. Lo demuestran nuestro secuestro y el tratamiento que le está dando a la prensa. De ese segundo lugar nos trasladaron vendados hasta el edificio de Inteligencia Militar, donde nos acusaron abiertamente de ser espías internacionales, de trabajar para alguna embajada, y al traductor de traidor a la patria por alojar a elementos espías. Sí, nos llamaron “elementos”. Y entonces vino el discurso oficialista. Nos acusaron de instigar al enfrentamiento civil con nuestra presencia. El ejército no está para nada de acuerdo con los enfrentamientos y las movilizaciones que ocurrieron durante los últimos días en Tahrir. “Mubarak ya dijo que se marchaba, pero hay que respetarlo, debe irse con honor”, nos repetían una y otra vez. No nos pegaron, pero nos dejaron bien en claro que no nos quieren en Egipto.
–¿Por qué los soltaron?
–Sabemos que el servicio de inteligencia español se puso en contacto con el egipcio. Suponemos que fue por eso que nos dejaron en libertad, tras pedirnos disculpas. Cinco horas después nos aflojaron las vendas y nos cargaron en un camión, repleto de otras personas que estaban en la misma situación que nosotros. Eran todos occidentales y la mayoría, periodistas. Nos repartieron en diferentes hoteles, nos obligaron a mirar al suelo durante el trayecto. Sin embargo, yo pude ver de reojo que las calles estaban increíblemente llenas de soldados. Nunca vi nada igual.
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