EL MUNDO › OPINION
› Por Carolina Bracco *
Con picos de audiencia altísimos a partir de la medianoche –comienzo del toque de queda, que finaliza a las seis de la mañana–, la televisión ofrece debates y entrevistas a deportistas, artistas e intelectuales que debaten sobre los cambios necesarios y exponen sus opiniones a la audiencia.
El lunes 2 de marzo fue sin duda un punto de inflexión, cuando el canal privado OTV invitó al entonces primer ministro Ahmed Shafik a un debate histórico. Es la primera vez que no sólo la TV egipcia sino también la TV árabe presenta un debate político de estas características. Duró tres horas y media, y se pudo ver al mandatario visiblemente incómodo ante la interpelación constante del escritor Alaa al Aswani, quien se posicionó hace ya unos años como uno de los interlocutores más feroces del régimen.
Tanto fue así que al día siguiente Shafik renunció o “lo renunciaron”, ya que se supo primero de su dimisión en la página de Facebook del ejército. Fue reemplazado por Essam Sharaf, quien dijo haber obtenido su legitimidad del pueblo, específicamente de la plaza Tahrir, donde se lo vio en los días de la revolución en más de una oportunidad. Al viernes siguiente, Sharaf se presentó en la plaza, donde lo recibió una multitud exaltada, ante la cual hizo un juramento simbólico.
Ese mismo viernes 7 de marzo en la plaza Tahrir empezó a tomar fuerza otro reclamo, la desintegración del Departamento de Seguridad del Estado, organismo creado por y para Hosni Mubarak, conocido por sus métodos abusivos y criminales de control de la población. Ante la noticia de que el organismo estaba destruyendo evidencia de sus actividades, cientos de jóvenes cairotas y alejandrinos entraron a las respectivas oficinas a rescatar documentación que luego fue publicada en Internet. Videos, fotos y papeles mostraron la cara más oscura de la era Mubarak: represión, violaciones, tortura y hasta saldos de cuentas personales.
Entre los documentos, se encontraron órdenes orales y escritas de abrir fuego contra los manifestantes en los días de la revolución. De cientos de agentes –de los cuales hoy tenemos información personal completa gracias a la publicación en la net de sus fotos, datos personales y actividades–, sólo fueron arrestados 47 por el ejército, que “dejó hacer” durante dos días y el tercero reprimió.
La represión continuaría dos días después, el 9 de marzo, cuando se desalojó lo que quedaba del asentamiento de la plaza Tahrir, centro de debate diario donde había decenas de carpas, banderas, carteles conmemorativos de los mártires de la revolución y hasta un centro de asistencia sanitaria. A partir de las tres de la tarde se hicieron presentes en la plaza lo que se conoce popularmente como “al baltagui”, los matones o policías de civil, los mismos que atacaron con camellos y caballos aquel trágico 2 de febrero. Estos pesados destrozaron con palos y piedras lo que encontraron a su paso, y los militares se sumaron reprimiendo indiscriminadamente, generando un caos que culminó con el arresto arbitrario de una cantidad desconocida de personas.
Algunos fueron liberados al día siguiente, denunciando torturas y maltratos. Otros fueron sometidos a juicio militar. Todavía se desconoce el veredicto sobre el nuevo delito de “matonería”.
Los días posteriores al asalto de la plaza comenzaron a florecer más denuncias de maltrato por parte de los militares; golpes y tortura con picana eléctrica en plena calle y delante de los vecinos. Una periodista de El País fue testigo de cómo detenían y torturaban a varios jóvenes en la puerta de su edificio. Luego de estos sucesos, el retorno de la policía a las calles, desaparecida desde que las fuerzas armadas tomaron el poder, fue recibida sin demasiada sorpresa. Compartiendo puestos de control con los militares y sus tanques, que siguen estacionados en muchas esquinas de los barrios cairotas, se los puede ver bebiendo té y bromeando juntos.
Mientras tanto, manifestaciones y reclamos se alzan a lo largo del país, entre los que se destacaron por su aceptación y presencia en las redes sociales la redacción de una nueva Constitución y la tolerancia religiosa.
El segundo es el que ha hecho más eco en las calles de El Cairo, específicamente en las puertas del edificio de telecomunicaciones, donde se congregan hace días los cristianos coptos ortodoxos egipcios –el diez por ciento de la población– protestando por el incendio de una iglesia en Helwan. El siniestro habría sido presuntamente causado por una relación entre un cristiano y una musulmana. A principios de la semana pasada, el mismo hecho desató la violencia en un barrio cristiano, donde murieron trece personas entre musulmanes y coptos. Fueron los mismos matones los que entraron en el barrio generando una vez más el caos.
Este viernes 11, cristianos y musulmanes se manifestaron tanto en la plaza Tahrir como en el edificio de telecomunicaciones, rezaron juntos y manifestaron solidaridad mutua. Autoridades de ambas religiones condenaron lo sucedido sin señalar culpables. Hasta un oficial del ejército se hizo presente en el escenario de la plaza Tahrir y, con una cruz en una mano y un Corán en la otra, se sumó al grito popular “cristianos y musulmanes, somos una sola mano”. Como había sucedido a principio de año, cuando un coche bomba terminó con la vida de nueve coptos en Alejandría, el incendio de la iglesia no hizo más que reforzar los lazos.
Desde el comienzo de la revolución, jóvenes y adultos han desoído a los líderes de ambos credos que les ordenaron “quedarse en casa”, anteponiendo la lucha nacional a las identidades religiosas. El responsable de la página de los Hermanos Musulmanes –principal fuerza opositora que nuclea a militantes islamistas– reivindicó y festejó el 28 de enero la revolución como un movimiento civil, que nada tenía que ver con los reclamos específicos de la Hermandad. Luego de años de proscripción, los Hermanos Musulmanes esperan presentarse a las elecciones programadas para dentro de seis meses.
Esta semana se presentaron oficialmente dos candidatos, ambos vistos con buenos ojos por Occidente. El primero, Muhammad al Baradei, Premio Nobel de la Paz y ex director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, es conocido en las calles de El Cairo como “el extranjero”, por haber vivido la mayor parte de su vida fuera de Egipto y desconocer la realidad social del país. El segundo, Amr Mussa, secretario general de la Liga Arabe, sería “más de lo mismo” para la mayoría de los egipcios, continuando la línea de Mubarak. Se espera, sin embargo, que nuevas fuerzas políticas tomen forma en los próximos meses.
Con estas tensiones todavía estallando desde todos los rincones de la sociedad, acallados durante décadas, es increíble que algunos analistas sugieran que nada cambió en Egipto. Si bien es cierto que los intereses locales y extranjeros del establishment son los que marcan la agenda actual, es un acto de ceguera política y una injusticia subestimar el poder de la nueva ciudadanía egipcia.
* Ph. D. Candidate-Universidad de Granada.
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