EL MUNDO › OPINION
› Por Eric Nepomuceno
La semana ha sido especialmente agitada para Dilma Rousseff. A poco de haber cumplido cinco meses como primera presidenta de la historia brasileña, tuvo que reformular parte importante de su gobierno, precisamente la de articulación política con la base aliada y el Congreso en general. Para tanto, hubo que deshacerse de dos ministros: uno que se desangraba mientras trataba de aferrarse al cargo, y otro que, pasados esos meses, no había logrado otra cosa que hacerse llamar ‘ministro mozo’, ya que limitó su acción a apuntar pedidos, sin lograr acercarse a la cocina.
A raíz de esos cambios en el gabinete, empezó a circular en Brasil la imagen de que Dilma por fin empezó a gobernar, libre del peso de Antonio Palocci, el hombre que Lula da Silva le espetó como una especie de tutor.
Bueno, sí y no: ella decidió los cambios, claro, inclusive en contra de la opinión de Lula. Pero a la hora de elegir los nuevos nombres y las nuevas funciones, su espacio de acción quedó bastante más limitado. Las disputas internas y la insubordinación de amplios sectores de su propio partido, el PT, le complicaron la vida. La confusa alianza de base, que reúne a nada menos que quince partidos, dejó claro que se quedaron todos –sin excepción– insatisfechos. Y aprovecharon para cobrar más puestos y cargos.
Reemplazar a Antonio Palocci y Luiz Sergio, al fin y al cabo, ha sido la parte más fácil de la batalla. Ninguno de los dos había sido elegido para el puesto por decisión personal de Dilma. El primero llegó a jefe de Gabinete por imposición de Lula da Silva. Y el segundo, un oscuro diputado nacional, llegó a la cartera de Relaciones Institucionales por imposición de la parte de la bancada que gira alrededor de José Dirceu, uno de los hombres más influyentes y poderosos del PT.
Palocci era el hombre fuerte del gobierno. Su actividad formal era la de coordinar acciones, servir de interlocutor, articular. De eso, poco hizo. La informal, y que fue la que más intentó ejercer, ha sido la de torpedear, día sí y el otro también, al equipo económico de Dilma, especialmente a su ministro de Hacienda, Guido Mantega, y al presidente de la principal fuente gubernamental de fomento, Luciano Coutinho, del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (Bndes). No logró más que desgastarse con Dilma, que hasta que explotara el escándalo que lo fritó en seco lo mantuvo para no enfrentarse con Lula. Para convencer a Dilma de nombrarlo, Lula da Silva insistió, a la hora de la composición del nuevo gobierno, en resaltar algunas de sus calidades: tránsito libre entre la banca y el empresariado, garantía de credibilidad. Se ve que Lula desconocía las actividades de “consultor privado” de Palocci, un fenómeno capaz de cobrar trece millones de dólares en un solo año, por coincidencia 2010, año electoral. O a lo mejor conocía, pero no le daba mucha importancia. Hasta el último instante Lula hizo de todo para que Dilma lo preservara en el cargo que ocupaba.
Defenestrado Palocci, Dilma pudo por fin dar a la articulación política de su gobierno la cara que pretendía y no había logrado. La nueva jefa de Gabinete, una desconocida senadora del PT, Gleise Hoffman, tendrá como función ser la gerente de todos los planes y proyectos de gobierno. Ya la articulación con aliados y con el Congreso, antes en manos de Palocci, pasó a ser tarea de la nueva ministra de Relaciones Institucionales, también senadora y también del PT, Ideli Salvatti. Ya el oscuro e inocuo Luiz Sergio pasa a la cartera antes ocupada por Salvatti, la de Pesca, creada por Lula para abrigar militantes en desgracia o desempleados.
Lo que pasó esta semana no significa que terminaron los problemas de Dilma. Al contrario: la misma dificultad que la presidenta enfrentó para reemplazar a Palocci y Luiz Sergio demuestra que habrá mucho escollo de aquí en adelante. Dilma no tiene el control del PT y es considerada una tecnócrata neófita bajo la sigla, ya que sus orígenes están en el laborismo de otros importantes dirigentes de la izquierda brasileña, como Leonel Brizola y Darcy Ribeiro. Llegó al PT en 2001, y dos años después se transformó en ministra de Minas y Energía del gobierno de Lula, quien, contrariando las corrientes internas del partido, decidió hacerla su sucesora.
La actual crisis ha dejado claro que sin Lula, es casi imposible controlar el apetito desmesurado del PT por puestos, cargos y presupuestos. Y ha igualmente dejado en claro que una intervención directa de Lula logra controlar brotes de rebelión, pero le causa un desgaste inmenso a la imagen de Dilma, dejándola como una presidenta que, sin su tutor, es débil.
Dilma Rousseff tiene visión política, firmeza de opiniones y rigidez de principios más que suficientes para contornar ese y otros temporales. Pero esos cinco primeros meses deben de haberle dejado claro que mucho más complicado que gobernar un país complejo como Brasil es gobernar a un partido de hambre voraz como el suyo.
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