EL MUNDO › RENUNCIO EL MINISTRO DE DEFENSA DE BRASIL
Ex ministro de Lula, Nelson Jobim se resistió a que se se sepan los desmanes de la dictadura. Ultimamente dijo que votó a Serra y criticó a dos compañeras ministras.
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Dilma Rousseff se libró en la noche de ayer de otro fardo pesado de la herencia que recibió de Lula da Silva. El ministro de Defensa, Nelson Jobim, también llamado ministro de la Arrogancia y del Ataque, por la soberbia con que distribuía críticas a colegas de gabinete y al propio gobierno, fue decapitado. En su lugar, Dilma nombró al embajador Celso Amorim, quien fue ministro de Relaciones Exteriores durante los ocho años de Lula. Es el tercer nombre impuesto a Dilma por Lula que pierde el empleo en siete meses y dos días. Antes, cayeron Antonio Palocci, de la Jefatura de Gabinete, y Alfredo Nascimento, del Ministerio de Transportes, ambos en el cauce de denuncias de corrupción. Contra Nelson Jobim no hubo tal tipo de denuncia: cayó por exceso de torpeza.
Poco antes de las diez de la mañana de ayer, Dilma Rousseff se reunió en su despacho con Ideli Salvatti, ministra de Relaciones Institucionales; Gleisi Hoffmann, jefa de Gabinete; Helena Chagas, ministra de Comunicación Social, y Gilberto Carvalho, secretario general de la Presidencia y hombre de total confianza de Lula. Visiblemente irritada, la presidenta selló la suerte de Jobim: le ofrecía la posibilidad de renunciar antes de ser cesado. A aquellas alturas, Jobim estaba en la Amazonia, en la frontera con Colombia. Su regreso a Brasilia estaba previsto para las últimas horas de la noche, pero poco después de las tres de la tarde recibió una llamada telefónica de la presidenta, que le sugirió volver de inmediato. Más no dijo, porque no fue necesario.
Incómodo desde el primer momento, Jobim quedó hasta ahora en el gobierno por dos razones: la imposición de Lula y la dificultad de encontrar a alguien con perfil para el delicado puesto de ministro de Defensa, es decir, con tránsito libre en los cuarteles, en el Congreso y con los grupos y movimientos sociales que reclaman la instalación de una Comisión de la Verdad para investigar los actos del terrorismo de Estado practicado a lo largo de la dictadura militar que reinó en Brasil entre 1964 y 1985.
La verdad es que Jobim no correspondía exactamente a esa demanda. Tránsito libre en los cuarteles, sí. En el Congreso, más o menos. Junto a grupos y movimientos de defensa de los derechos humanos, casi nada. Desde que fue nombrado por Lula, en 2007, se destacó por su adhesión sin límites a los sectores castrenses, a su reiterada resistencia a admitir cualquier tipo de investigación sobre los desmanes de la dictadura y por hacer gala de una prepotente truculencia comparable con su porte físico (Jobim mide más de un metro y noventa y pesa más de 110 kilos) a la hora de tratar el delicado tema de la memoria y los derechos humanos.
No ha sido por eso, en todo caso, que su destitución fue definida ayer. Seguro de un poder que nadie le confirió, confiando en el blindaje que supuso recibir de Lula, convencido de que nadie se atrevería a echarlo, Nelson Jobim parecía decidido a ignorar cualquier límite y a no preocuparse por su incontinencia verbal. Hace cosa de mes y medio, durante una ceremonia de celebración de los 80 años del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, de quien fue ministro de Justicia, Jobim profirió palabras temerarias. Y aprovechó para trazar un paralelo entre las dos situaciones, o sea, entre el gobierno de Cardoso y el gobierno de Dilma: antes, sentenció Jobim, “los idiotas entraban al recinto, oían lo que se decía y se quedaban callados en algún rincón”. Y prosiguió: “Ahora, Fernando, los idiotas perdieron la vergüenza, hablan todo el tiempo y se encuentran en todas partes”. El malestar obvio no se había deshecho cuando, en una entrevista televisiva, Jobim declaró que en las últimas elecciones votó a José Serra, el adversario derrotado por Dilma. Malestar renovado, tensión agudizada, el ministro fue llamado por la presidenta. A la salida del encuentro, dijo que había sido una conversación normal y que su permanencia frente a la cartera de Defensa era “un problema de ella y no mío”. Alguien comentó, con sorna, que le faltó al imperial ministro decir que había decidido mantener a Dilma en la presidencia, al menos de momento.
Es conocida la intransigencia radical de la presidenta en relación con críticas públicas de un ministro a otro. Ayer se supo de nuevas declaraciones de Jobim. Luego de mencionar las “torpezas del gobierno” relacionadas al tema de la imposición de secreto eterno sobre documentos oficiales (que él defiende y la presidenta critica), se lanzó a comentar sobre dos de sus compañeras de gobierno. A Ideli Salvatti, su colega de Relaciones Institucionales, la clasificó de “flojita”. Y de Gleisi Hoffmann, ministra de la Casa Civil, dijo que “siquiera conoce Brasilia”. El malestar, que ya era grande, se hizo inmenso, tanto como la irritación de la presidenta.
Ha sido la gota que colmó el vaso. Dilma, que nunca lo quiso como ministro, ordenó que volviese de inmediato a Brasilia. Jobim llegó poco antes de las 19.45, fue volando a la sede del gobierno, entregó un sobre lacrado con su carta de renuncia y en menos de media hora estaba fuera del gobierno.
Nadie lo extrañará. Al final, hasta Lula estuvo de acuerdo con defenestrarlo. Pero ha sido por sugerencia suya que Dilma nombró a Celso Amorim. Es lo que habían negociado que ocurriera dentro de dos semanas, pero Jobim decidió probar fuerzas y límites. Perdió.
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