Jue 22.09.2011

EL MUNDO  › EL MOVIMIENTO PALESTINO 194 MARCHO A FAVOR DEL RECLAMO DE ABBAS

Algarabía en la plaza Al Manara

Cómo se vive en las calles de Ramalá, Cisjordania, las horas previas a que el presidente Mahmud Abbas reclame al Consejo de Seguridad la soberanía de Palestina. Algunos lo celebran, otros muestran cautela. Los medios expresan escepticismo.

› Por Eduardo Febbro

Desde Jerusalén

En una de las calles que desembocan en la plaza Al Manara, los militantes del movimiento Palestino 194 construyeron un inmenso sillón, muy parecido a los que se usan en la ONU. El sol quema los labios y la plaza está llena. Al Manara (la plaza de los leones) es el ojo político de Ramalá. De aquí parten los taxis, las esperanzas y las decepciones. Ayer fue un día de algarabía en torno de la plaza. Bajo las banderas de las naciones que ya anunciaron su respaldo al reconocimiento de un Estado Palestino independiente, unas 20 mil personas salieron a manifestar por las calles de Ramalá hasta la emblemática plaza para decir, gritando o con carteles: “Sí a un Estado, sí a la libertad, sí a la integración plena a las Naciones Unidas”. La marcha la organizó el movimiento Palestino 194, cifra explícita que anticipa el número que tendría un Estado Palestino dentro de la ONU. “Ahora iremos hasta el final, pacíficamente, como lo pide nuestro presidente, resistencia sin golpes ni muerte”, dice Ahmad, uno de los hombres del movimiento 194.

¿Hasta el final? ¿Pero a dónde? ¿Qué forma tiene el final en la vida de estos dos pueblos, que siguen encarnados en una guerra de ocupación y expropiación? La prensa palestina teme que la ilusión que despierta el gesto de Abbas en la ONU se torne luego decepción cruda. Akram Haniyeh, director del diario Al Ayyam de Ramalá, evoca al pedido de reconocimiento del Estado palestino ante la ONU como una suerte de salto hacia al vacío: “Si nada cambia después de este mes de septiembre, si la vida cotidiana no se transforma de manera sustancial para la gente, habrá una inmensa decepción, un gran abatimiento”. A los palestinos no les quedan muchas opciones: viven con un muro de 700 kilómetros y llevan negociando más de 20 años sin haber obtenido otra cosa que no sea el incremento de la colonización. Ese es el gran problema de toda la infructuosa negociación: desde los acuerdos de Oslo, el número de colonos israelíes se multiplicó por dos, para llegar hoy al medio millón en Cisjordania. No hay convivencia pacífica posible con un territorio que se empequeñece cada semana. Los colonos están armados, entrenados por el ejército israelí y suelen hacer incursiones provocativas en las localidades palestinas. Inscripciones como “Mahoma es un chancho” aparecen con regularidad en los muros de las localidades palestinas fronterizas con las colonias. Mahmud, un palestino miembro del movimiento Palestine’s Right, asegura que no responderán a las provocaciones: “Es hora de dar nuestro respaldo al presidente palestino con otra filosofía. Tal vez para nosotros nada cambie después del episodio de la ONU, pero siempre que se da un paso, aunque sea simbólico, nunca nada después es inocente”.

Israel siente que la historia confluye hacia otros rumbos, que la temática central cambia de curso. Gabriela Shavev, ex embajadora Israelí ante la ONU, hace rápido las cuentas: “Aparte del apoyo de algunos países, a la cabeza de los cuales está Estados Unidos, Israel se va a encontrar en una situación de aislamiento”. La relación de fuerzas acredita ese análisis: de los 193 Estados de la ONU, 124 confirmaron el reconocimiento del Estado Palestino, es decir, la adhesión a las Naciones Unidas. Pero esa diferencia abrumadora no es una garantía de victoria para Mahmud Abbas. Para que el Estado Palestino sea reconocido hacen falta, sobre todo, nueve de los 15 votos de los miembros del Consejo de Seguridad y, entre ellos, los cinco de los miembros permanentes (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China). Los colonos, como buena parte de la clase política, intelectual y de la sociedad israelí, se sienten bajo la amenaza de la iniciativa de Abbas. Eso agrega un punto más en contra en un contexto que va cambiando a toda velocidad y en el cual el Estado hebreo ha empañado su relación con Estados claves como Egipto y Turquía. Un locutor de la radio pública israelí se lamentó diciendo: “El gobierno turco está contra nosotros; en Egipto, la población está contra nosotros, y en la ONU, la mayoría de los Estados que la integran están también contra nosotros”. Y ahora viene el poker de la ONU. La oficina del primer ministro Benjamin Netanyahu ya advirtió: “Si los palestinos cambian no sólo las reglas del juego sino también el juego en sí mismo, Israel sabe cómo responder y, en adelante, podrá garantizar sus intereses sin depender de las limitaciones y las concesiones oriundas de los acuerdos anteriores, incluidos los de Oslo”.

Los palestinos alegan que, en el estado actual de las cosas y con un proceso de paz bloqueado, Barack Obama en la oscuridad y la Unión Europea incapaz de salir de sus divisiones, no les quedaba otro remedio más que forzar el camino a través del poker diplomático. Los responsables israelíes parecieron en un momento perder la noción de la mesura. El viceprimer ministro Mo-she Ya’alon propuso dar una “lección inolvidable a los palestinos”. Ghassan Khatib, portavoz de la Autoridad Palestina, recuerda que todas las negociaciones que se vienen llevando a cabo desde hace 20 años han sido siempre a favor de Israel y de Washington y que la consecuencia de esa dinámica es “el camino sin salida al que llegamos”.

Los palestinos, sin embargo, también están divididos sobre la cuestión, tanto como algunos intelectuales y editorialistas israelíes, que le reprochan al gobierno de Netanyahu su inmovilismo, su incapacidad de llevar adelante una iniciativa que reactive el proceso de paz y saque a Israel del aislamiento en el que está cayendo. Ari Shavit, editorialista del diario Haaretz, escribió hace unos días: “El gobierno israelí es incapaz de lanzar una iniciativa política que atenúe la hostilidad árabe, turca y palestina. El gobierno pacta su alianza con Occidente y quema los navíos del mundo árabe”. Otros comentaristas hacen hincapié en el hecho de que Netanyahu, en vez de encerrarse en el rechazo, hubiese debido aceptar el reconocimiento del Estado Palestino, pero condicionando su concreción a una serie de negociaciones previas, de condiciones esenciales como la seguridad y la estabilidad de los territorios. Kali Tafakji, ex miembro de la delegación palestina que negoció los acuerdos de paz, argumenta que si no se apura el paso, pronto no habrá más nada que negociar”. Las cifras le dan la razón: fuera de cuatro regiones que apenas equivalen al 40 por ciento de Cisjordania, Israel controla todo el resto.

El peso de los colonos es inmenso ante cualquier posibilidad de concesión. Los colonos votan por la coalición de Netanyahu y el jefe de gobierno no los abandona. Por ellos se enfrentó a Washington y no dudará en hacerlo contra el mundo entero. No sólo es una cuestión política, sino también legal. Los gobiernos del planeta y la misma Corte Internacional de Justicia consideran ilegal la situación de los colonos, incluida la construcción del muro. Si Palestina obtuviera al menos el estatuto de Estado observador, entonces podría denunciar a los colonos ante la Justicia internacional. Ello los privaría de viajar, por ejemplo, a los Estados Unidos, tal como lo hacen hoy. El experto Yossi Alpher juzga sin rodeos la táctica de los oídos sordos y la no negociación adoptada por Israel: “Fue un error estratégico mayor”. A ambos lados del muro la historia se juega entre dos miedos, entre dos tierras, entre dos esperanzas partidas por una inabarcable disparidad de medios y de poder.

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