EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
El más sanguinario de los carteles mexicanos, Los Zetas, ha penetrado Guatemala y opera en gran parte de su territorio. El diario guatemalteco elPeriódico publicó la semana pasada una detallada investigación de la periodista Paola Hurtado, financiada por la Fundación MEPI mexicana, que rastrea la operatoria de Los Zetas en el país centroamericano. Resulta de interés por varias cuestiones.
Por un lado, demuestra la creciente importancia del “tránsito,” o sea la logística, para las organizaciones que manejan el tráfico de estupefacientes a nivel transnacional. Guatemala es un país de tránsito para los cargamentos de cocaína colombiana que llegan por aire y mar a Honduras y Belice, camino a México y eventualmente a su destino final en Estados Unidos. Argentina también es un país de tránsito, en su caso de la cocaína boliviana que abastece a parte de Europa, Australia y Sudáfrica.
Por otro lado, la ofensiva de Los Zetas en Guatemala refleja un nuevo cambio de guardia en el mundo del narcotráfico. Así como en los años ’90 las organizaciones mexicanas reemplazaron a los tradicionales carteles de Cali y Medellín colombianos en el primer escalón del negocio, ahora son los nuevos carteles mexicanos como Los Zetas y La Familia de Michoacán los que están desplazando a los tradicionales carteles de Sinaloa y El Golfo, mientras los otrora poderosos carteles de Tijuana, Juárez y Beltrán Leiva se encuentran en franca retirada. Los Zetas empezaron como servicios especiales del ejército mexicano y trabajaban para el cartel del Golfo, pero se escindieron en el 2010. Mantienen una estricta estructura jerárquica y formación castrense. Y a diferencia de los carteles tradicionales, que buscaban convivir con las autoridades porque era bueno para el negocio, Los Zetas, entrenados en métodos de contrainsurgencia, operan a través del terror y el sometimiento.
Por otro lado, la investigación demuestra que una de las características de la operatoria de Los Zetas, por su mismo origen y formación, es reclutar a miembros de tropas especiales de los países en donde operan. Son los que mejor encajan en su estructura de funcionamiento, y, en el caso de Guatemala, los narcos les quintuplicaban el sueldo a los miembros de la tropa de elite, los kaibiles, para que cambiasen de bando. Y bien sabido es que en la Argentina, si algo sobra, es la famosa “mano de obra desocupada.”
Por otro lado, hace dos semanas el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, informó la detención de un presunto narcotraficante mexicano llamado Luis Rafael Ulibarri, al que no dudó en identificar como miembro de Los Zetas, y al que sus asesores describieron como “violento”. Ulibarri cayó con un colombiano y un argentino en el marco de un operativo policial que desbarató un intento de exportar desde La Plata a Portugal cocaína escondida en almohadillas térmicas.
“Tras apoderarse a sangre y fuego de un tercio de las rutas de la droga en México, Los Zetas ven a Guatemala como parte de un territorio sin fronteras en el que buscan consolidar un imperio de tráfico de drogas, armas y personas. Por ahora, esa región se extiende desde Guatemala hasta la frontera entre México y Estados Unidos. Se sabe que ya han penetrado Belice y Honduras, los países a donde según la inteligencia estadounidense llegan los cargamentos de droga vía aérea desde Sudamérica”, señala la investigación.
Su autora da cuenta de los métodos de reclutamiento de Los Zetas. “La inteligencia gubernamental da cuenta de que (Los Zetas) han instalado una nueva base en Poptún, Petén... En Poptún se encuentra la escuela kaibil y el centro de adiestramiento del Ejército, donde oficiales estadounidenses entrenan desde 2007 a militares y policías guatemaltecos del Grupo Especial de Interdicción y Rescate (GEIR). Les enseñan a combatir el terrorismo y el narcotráfico. Para Los Zetas, los kaibiles son elementos de mucho valor. No requieren capacitación, están entrenados para matar y sobrevivir en las condiciones más adversas y conocen el terreno guatemalteco”, escribió.
“En 2008, radios piratas de Petén convocaron a ex militares, especialmente kaibiles, para ‘prestar seguridad a vehículos que transportan mercadería a México’ con la promesa de ‘oportunidades de superación’. Los Zetas también reclutan a civiles para que ex militares los entrenen durante dos semanas en México o Guatemala en tiro y lucha cuerpo a cuerpo. Las convocatorias, aunque ya no se publicitan, siguen abiertas”, añadió.
En otro tramo, se refiere a cómo Los Zetas exhiben sus métodos violentos para atemorizar a las autoridades y la población.
“El crimen organizado mexicano lleva 30 años en Guatemala, pero había mantenido una relación pacífica con las familias de narcos guatemaltecas. Ese entendimiento no vale para Los Zetas... El cuerpo desmembrado de Stowlinsky apareció en mayo de 2011. El fiscal había ayudado a contar 453 kilos de cocaína decomisados a Los Zetas en Baja Verapaz. La forma en que fue asesinado paralizó al sistema de Justicia en el norte del país y planteó varios interrogantes: ¿por qué dejaron la cabeza en un mercado y el cuerpo frente al edificio de la gobernación departamental y qué significa matar a alguien que sólo contó droga, pero no llevaba la investigación del caso?”
Según informes de inteligencia que la investigación no identifica, los Zetas operan en 18 de los 22 departamentos del país, más que ningún otro grupo narco.
“La detención de ‘El Cachetes’ Pérez Rojas (en el 2008) les mostró a las autoridades guatemaltecas cómo operan y se organizan Los Zetas. Pérez Rojas era el jefe del comando que dos semanas antes había asesinado al narcotraficante guatemalteco Juan José ‘Juancho’ León y a diez de sus hombres en Río Hondo, Zacapa. La investigación de esa matanza sirvió para entender cómo llegan Los Zetas a ocupar una plaza: alquilan casas en puntos clave para moverse, compran y roban motocicletas y automóviles, obtienen cédulas y licencias de conducir falsas, pasan varias semanas sin llamar la atención y realizan inteligencia para cubrirse las espaldas. Después comienzan a cobrar piso y aumentan los hechos delictivos. En las siete casas de Zetas allanadas tras la matanza de Zacapa, los investigadores encontraron libros de contabilidad con el detalle de pagos de planillas y la lista de los miembros de la organización con nombres, apodos y estatus: H por herido, M por muerto, D por detenido. También estaban divididos entre operativos, sicarios y contadores. Hallaron celulares activados en México, recibos de remesas enviadas desde allí y más de 50 trajes de hombre iguales, como para distinguir a un Ejército.”
Es que el cartel de Los Zetas funciona como un verdadero ejército: “Los primeros Zetas eran militares de inteligencia mexicanos entrenados por Estados Unidos. El uso de unidades militarizadas les ha dado resultado, indica un oficial estadounidense. Tienen estructuras bien definidas, con comandantes, jefes de plaza y escuadrones operativos que llaman ‘estacas’ (espías) y ‘halcones’ (vigilantes).”
Pero no dejan de ser una clásica organización criminal, al mejor estilo Cossa Nostra italiana:
“Cuando Los Zetas se asientan en un lugar aumentan las extorsiones, los secuestros, las violaciones y la delincuencia común, incluidos los asaltos a bancos, explica el ministro de Gobernación, Carlos Menocal. Las unidades Zetas llegan sin dinero y deben generar sus propios ingresos a través del cobro de cuotas a los comerciantes y lugareños. Infundir terror es una sus tácticas”.
La autora de la investigación concluye su trabajo diciendo que la presencia de Los Zetas plantea un fuerte desafío para Guatemala. “Quien asuma la presidencia en enero de 2012 tendrá que decidir cómo enfrentará a una de las principales amenazas para la seguridad nacional con una Policía y Ejército débiles y corrompidos y una fuerza de elite –los kaibiles– en la mira del enemigo”, señala. “La estrategia de México, que hace cinco años le declaró la guerra al narcotráfico y emprendió una ofensiva militar que lleva registradas más de 40 mil muertes, no pareciera ser el mejor referente para Guatemala.”
Dado todo lo anterior, podría decirse, sin exagerar, que el problema del narcotráfico en Latinoamérica –incluyendo la Argentina– se ha puesto un poquito más urgente.
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