EL MUNDO › OPINIóN
› Por Juan Gabriel Tokatlian *
El 15 de octubre el Consejo de Seguridad (CS) se abocará al tratamiento de la Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití (Minustah) y lo más probable es que se apruebe su continuidad con un leve descenso de sus efectivos. A la fecha, hay 8.728 soldados (722 argentinos) y 3.447 policías (15 argentinos). Aunque recientemente se esbozó –particularmente, por parte de Brasil y en el marco de Unasur– la necesidad de contemplar un escenario futuro de repliegue y salida lo cierto es que la Minustah continuará.
Recientemente, el secretario general de la ONU presentó el informe (consultar www.un.org/es/comun/docs/?symbol=S/2011/540) que servirá de referencia para el debate del CS. En esencia, el informe contiene una serie de afirmaciones –varias de ellas suficientemente ambiguas– que refuerzan la idea de preservar la misión. Por ejemplo, se indica que “la situación de seguridad se mantuvo relativamente tranquila, aunque frágil... Sin embargo la situación de seguridad puede deteriorarse... (pues) todos los delitos graves, como los asesinatos, las violaciones y los secuestros se han incrementado”. Más adelante se señala que “la capacidad de la Policía Nacional de Haití para proteger debidamente a la población civil se siguió reforzando... (Sin embargo) ese órgano no se encuentra en condiciones de asumir la responsabilidad plena de la seguridad interior”. A su vez, se remarca la penosa situación humanitaria que ha vivido el país a raíz del terremoto de 2010 y en ese sentido se afirma: “Los esfuerzos de recuperación y reconstrucción avanzan, aunque lentamente. Al 23 de junio (de 2011) los donantes internacionales del sector público habían desembolsado el 37.8 por ciento (1740 millones de dólares) de los fondos prometidos”. Cabe agregar que no todo lo aportado hasta ahora fue para el Estado en Haití; una parte se destinó a las agencias multilaterales, las organizaciones no gubernamentales y los contratistas privados.
En lo que sigue el informe es un larga y positiva enumeración de lo hecho por la Minustah, así como la aprobación anticipada de lo que será el futuro papel de la misión: “El año próximo (2012), como asunto prioritario, la Minustah ayudará a las autoridades de Haití, al sector privado y a los agentes de la sociedad civil a colaborar para crear un marco viable para la buena gobernanza, la reforma y el desarrollo, que abarcará un pacto necesario sobre el estado de derecho”. Así entonces, la Minustah será una suerte de paraEstado que regenerará el Estado haitiano. En consecuencia el debate que se anticipaba en los países latinoamericanos participantes de la intervención en Haití así como lo que se presumía iba a ocurrir en el seno del CS no se producirá. Se decidió, como viene ocurriendo octubre tras octubre, perder la oportunidad de discutir una operación que lleva siete años y promete ser aún más prolongada. Se prefirió, nuevamente, posponer una reflexión ponderada de los pro y contra de mantener la Minustah. Se optó, otra vez, por no ponderar el sentido estratégico acerca de cómo, para qué y hasta cuándo quedarse en Haití. Se escogió, una vez más, no evaluar un cambio en el sentido y el alcance de la misión. El hermetismo oficial en los países, las prácticas opacas de la ONU y el desdén relativo de los propios haitianos hace que resulte casi imposible elevar y mejorar la calidad del debate público de una misión que merece interrogarse.
En realidad, lo que sucede es que una compleja, y algunas veces contradictoria coalición de actores estatales y no gubernamentales, civiles y militares, funcionarios nacionales y burócratas internacionales, países poderosos y naciones periféricas, sectores altruistas y grupos oportunistas, agentes con intenciones transparentes y fuerzas con propósitos poco claros, han coincido, de facto, en torno a Haití. Esta heterogénea coalición de voluntades e intereses dispares gana más –o en su defecto pierde menos– con el statu quo actual. Esta coalición maneja recursos materiales y simbólicos muy importantes. La Minustah es la segunda misión en presupuesto de la ONU (793.517.100 de dólares) después de la Monusco (Misión de Estabilización de Naciones Unidas en El Congo). Es la cuarta misión, entre las 16 vigentes, en cuanto al número de civiles internacionales (564) involucrados, la quinta en cuanto a voluntarios de Naciones Unidas (221) y la tercera en total de personal (14.375) comprometido. Además, los eventuales cuestionamientos de esta acción en Haití se enfrentan a las proverbiales respuestas de moda –al relato del intervencionismo benigno–: se deben asumir y distribuir los deberes a la hora de intervenir (dejando en los poderosos y según sus criterios e intereses los conflictos de envergadura); la no intervención equivale hoy a la indiferencia (una forma de apaciguamiento moderno); y resulta imprescindible concentrarse en la seguridad de los afectados más que en otros aspectos (con lo que resulta crecientemente difícil ubicar el asunto del desarrollo y la justicia en el centro de la polémica sobre los méritos de la intervención).
Es evidente, asimismo, que algunos gobiernos y participantes no estatales están en Haití (y en otras misiones, de hecho) por motivos profundamente humanitarios, otros por motivos coyunturales y aun otros por motivos estratégicos. Es claro que unos países defienden y promueven la llamada responsabilidad de proteger sin que muchas veces sean reconocidos por ello, mientras otros operan irresponsablemente tergiversando los principios de las intervenciones dirigidas a salvaguardar a la población más indefensa y maltratada pero sin pagar costo alguno. Así entonces, habrá que ver qué sucederá después de que el CS reconfirme en unos días la continuidad de la misión. El hecho político más significativo ocurrido recientemente en Haití ha sido que el presidente Michel Martelly ha logrado que su tercer candidato a primer ministro fuese aprobado por el legislativo. Se trata de Garry Conille, quien tiene una particularidad interesante: según el diario El País (España) “ha sido un cercano colaborador del ex presidente norteamericano Bill Clinton”. El debate que culminó en su ratificación “giró en torno a que Conille no dispone de una tarjeta de identificación nacional, con la que se puede ejercer el derecho al voto y es requisito indispensable exigido por la Constitución para acceder a la Primature (oficina del primer ministro)”. Por lo tanto, no al azar, “Estados Unidos celebró la ratificación de Garry Conille como Primer Ministro de Haití”. En breve, el nuevo primer ministro es un hombre de Bill Clinton; lo cual lo hace un hombre de su esposa Hillary Clinton; lo cual lo hace un hombre de Washington; lo cual lo hace un hombre para el statu quo. Es pertinente destacar este hecho pues los países de América del Sur siguen operando, y seguirán operando en Haití sin control alguno de la dinámica política pero creyendo que lo hacen y que los haitianos desean que ese espacio lo incremente la región a expensas de Estados Unidos y Francia y después del retorno de los ex mandatarios Baby Doc y Aristide.
Quizá en octubre del año que viene se vuelva a hablar de Haití: habrá que ver en ese momento qué nuevas realidades nacionales, hemisféricas y globales se toman en consideración para tomar, al fin, alguna decisión estratégica en la materia.
* Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella.
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