EL MUNDO › OPINION
› Por Modesto Emilio Guerrero *
Lo que hace Estados Unidos en su estrategia hacia Irán, confirma que la conspiración es uno de los más antiguos hábitos de las relaciones internacionales. Toda conjura debe apoyarse en algún dato real para ser creíble, aunque ese hecho por sí solo no signifique una conspiración.
Mansor Arbabsiar, un iraní con pasaporte de los EE.UU. y otro iraní de carne y hueso llamado Gholam Shakuri, que “se encontraría en territorio iraní”, asegura el fiscal de Obama, son los “datos reales”. Lo demás apunta a ser la trama de un tejido cuasi novelesco con sabor de tequila mezclado con tango. El mismo relato cuenta que ambos personajes vendrían con sus “armas de destrucción masiva” a bombardear Buenos Aires, después de cobrarles a los narcos del grupo Zeta en México. Todo en un mismo paquete.
Sólo faltaron Chávez con un turbante y algún árabe suelto de la Triple Frontera con un teléfono celular comprado en San Pablo.
Este ardid no resiste por lo menos dos preguntas. ¿Tiene alguna coherencia que el gobierno de Ahmadinejad haga esto, apenas una semana después de votar al lado de EE.UU. contra el reclamo de Mahmud Abbas por Palestina en la ONU? ¿Es tan irracional y torpe el régimen de Teherán para poner en riesgo su estrategia internacional más pesada hoy: recolocarse defensivamente en el mapa internacional desde Rusia, China, India, Brasil, Sudáfrica? ¿Por qué contra Arabia Saudita, país con el que mantiene relaciones económicas normales, aunque no se gusten en términos políticos? ¿Tiene asidero que un régimen teocrático islámico como el del Irán haga pactos criminales con lúmpenes del narcotráfico? Las piezas no encajan.
Más bien parece que estamos en presencia de dos necesidades simultáneas de Washington. Frenar la ascendente relación de Irán con América latina y torpedear su recolocación a través del BRIC.
Desde marzo del año 2008 se han publicado más de 700 artículos y notas informativas con dos ideas fijas: “Irán es un peligro para las relaciones internacionales”, dice Noticias24, de Caracas; “Irán penetra América latina”, registra el Nuevo Herald, o ésta: “Alarma por inversiones iraníes en Cuba”, de The Wall Street Journal.
Doscientas veintitrés noticias se refieren a las relaciones entre Ahmadinejad y Chávez como “factor de riesgo”, el resto se reparte en las aproximaciones de Irán con Cuba, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, las islas de San Vicente y Granadinas, y otros países del Caribe y Centroamérica.
El carácter autoritario del régimen teocrático de Irán es lo que menos preocupa a EE.UU., como no le preocupó por medio siglo el feroz sha de Irán. Existen razones más serias.
Irán es una de las piezas clave de la multipolaridad del poder mundial en marcha. Es una potencia regional intermedia no controlada por el Departamento de Estado, peso pesado en la OPEP y poderoso factor militar de contención en el golfo Pérsico y la lejana Asia. El asunto es que Irán se convirtió en un jugador fuerte dentro del “patio trasero” de EE.UU., en apenas un lustro.
Nunca el Estado iraní tuvo el nivel de relaciones que mantiene con América latina desde el año 2001-2005. Sólo dos presidentes latinoamericanos visitaron Teherán antes de 1979. Argentina fue el primer país latinoamericano que mandó embajador a Teherán desde 1904 y lo retiró cien años después, en 1994. Desde el año 2009 ya son seis los jefes de Estado que pisaron la capital persa: Chávez, Evo, Ortega, Correa, un representante del gobierno de La Habana y el primer ministro de Las Granadinas.
Ahmadinejad visitó Latinoamérica más veces que Bush y Obama juntos, siete veces en cinco años. Sólo con Venezuela, Irán ha firmado 217 tratados y convenios comerciales, financieros y culturales, pero en la región suman 480 los acuerdos bilaterales con siete países. Además, es miembro observador del ALBA.
* Escritor venezolano.
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