Lun 24.03.2003

EL MUNDO

“¿Por qué los árabes nos reprimen a los árabes?”

Jordania es una de las retaguardias más sensibles de la guerra a Irak. El gobierno favorece a EE.UU., la población está en contra. Esto es lo que vio y oyó un enviado de Página/12 en Ammán.

› Por Eduardo Febbro

Página/12
en Jordania
Desde Ammán

La mujer no pudo contener las lágrimas. Cuando la policía antimotines lanzó el primer asalto contra la vanguardia de estudiantes que salió de la Universidad con piedras en la mano para arrojarlas contra los policías, la joven estalló en un llanto y se puso a gritar: “¿Por qué nos pegan a nosotros, que somos jordanos, árabes, si lo único que hacemos es protestar contra la guerra de Bush? ¿Por qué los árabes les pegan los árabes porque éstos defienden a una población árabe que sufre?”. Cien metros más abajo, la calle era una nube de humo proveniente de los gases lacrimógenos que las fuerzas del orden arrojaban contra las puertas de la Universidad de Ammán a fin de contener a unos 10000 estudiantes enfurecidos. Los piedrazos caían como lluvia sobre la cabeza de los policías. Al final, cuando los estudiantes empezaron a romper las rejas de la Universidad para salir a la calle, la policía dio el asalto final. En el medio de la estampida general, un hombre de cierta edad se detuvo, miró hacia el cielo y luego dijo: “Oh Saddam, ataca Tel Aviv de une buena vez por todas”.
Presionado por una opinión pública fuertemente hostil a EE.UU. pero atado por sus compromisos con Washington, el gobierno jordano camina en la cuerda floja. El conflicto iraquí acarreó un problema fronterizo suplementario en un país que ya sufre más ningún otro las consecuencias de la crisis israelo-palestina. Desde hace dos anos, a causa de la intifada palestina, las manifestaciones están prohibidas en Jordania y sólo se permiten las raras que son debidamente autorizadas. Le tensión es palpable. En estos cuatro primeros días de conflicto, la visita a los campos palestinos es imposible. Las autoridades rehúsan la autorización en momentos en que persistentes rumores dan cuenta de profusas manifestaciones palestinas en contra de Washington. El viernes pasado, el rey Abdallah hizo un llamado a la calma que se asemeja más al ejercicio de un equilibrista que a una toma de posición: “En lo que se refiere a la manifestación de los sentimientos hacia el pueblo iraquí, esto debe hacerse de una manera civilizada, lo cual ayudará a atenuar las angustias de nuestros hermanos y los ayudará también a enfrentar la guerra y sus implicaciones”. La traducción política de esa frase es la decisión tomada ayer por el gobierno jordano de expulsar a cinco diplomáticos iraquíes tal como Washington lo había exigido. El otro aspecto es el enigma que rodea la cualificación real de la presencia militar norteamericana en Jordania. Hace 10 días, se mencionaba oficialmente la cifra de “400 o 500” soldados estadounidenses. El sábado, el primer ministro jordano Al Abdul-Ragheb reconoció que había 2000 militares pero informaciones convergentes elevan la presencia militar a 7000 hombres. Ambas cifras son inverificables pero resulta evidente que, si bien Jordania no participa oficialmente en la coalición contra Saddam Hussein, Estados Unidos no puede privarse de utilizar parte del territorio jordano para llevar a cabo su expedición.
Pese a todo, la población no se rinde ante las sirenas de Saddam y más que a favor del régimen iraquí está en contra de EE.UU. Hablando casi al oído para no ser escuchado, un hombre de unos 50 años decía que “antes de que atacara Nueva York, Bin Laden no suscitaba grandes simpatías entre los jordanos. En realidad, la gente estaba más bien en contra. Pero ahora hay muchísima gente que está de acuerdo con él y con todos aquellos que puedan matar el mayor número de ingleses y norteamericanos”.
La situación en las regiones fronterizas con Irak revela igualmente el malestar del gobierno jordano. Las fronteras están cerradas y hasta resulta complicado poder acercarse a los campos de refugiados instaladospor la Cruz Roja Internacional y el Acnur, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Entre Ammán y la frontera hay poco más de 300 kilómetros que no se atraviesan con facilidad. Los controles militares son frecuentes y nadie que no tenga las debidas autorizaciones puede avanzar hasta las zonas autorizadas. La última línea, donde están los campos de refugiados, se sitúa a unos 40 kilómetros de la frontera. Entre los campos de refugiados e Irak hay una inmensa tierra de nadie prácticamente inaccesible, incluso para quienes poseen una visa iraquí. Tal vez, nada refleje mejor el sentimiento de la “Jordania profunda” como la singular imagen de un beduino encontrado en la ruta entre la frontera y Ammán. El hombre avanzaba lentamente por un borde del desierto montado sobre un asno. Detrás lo seguía un camello cargado de bolsas. Cuando el hombre vio a un grupo de periodistas detenidos en la carretera, se acercó a ellos y, señalando primero el asno, dijo: “Eh, éste es Sharon”. Luego, dándose vuelta en dirección de su camello, soltó: “El que está atrás es Bush”.

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