EL MUNDO
› OPINION
La fórmula de Von Moltke
› Por Claudio Uriarte
El estratega alemán Helmuth von Moltke advertía a sus oficiales que “en una guerra, la primera baja es el plan de operaciones”. Ese podría ser el caso de la guerra estadounidense a Irak, pero no del todo. Las bajas sufridas ayer en el avance hacia Bagdad no son buenas noticias para el Ejército norteamericano, pero tampoco prefiguran una derrota: la superioridad de fuerzas estadounidenses es irreversible. Lo único que queda por ver es el costo propio y ajeno que Estados Unidos está dispuesto a asumir en la crucial operación contra las ciudades. Este es un punto poco claro.
Durante las interminables vísperas del conflicto, el Pentágono filtró un plan de guerra que incluía unas primeras 48 horas signadas por el diluvio de 3000 bombas y misiles de precisión contra objetivos estratégicos. Eso no se verificó exactamente así: el primer día se dispararon sólo unos 70 misiles Tomahawk, y sólo en los tres días posteriores el volumen de fuego aéreo se asemejó a la previsión. Incluso entonces, los blancos estuvieron muy escrupulosamente elegidos, y las bajas civiles fueron comparativamente menores. El motivo parece evidente: el Pentágono ha estado tratando de conseguir una victoria indolora; sus operaciones fueron hasta ahora un nuevo modo de tratar de persuadir a los altos oficiales iraquíes para que derroquen a Saddam Hussein y garanticen una entrada sin sangre de las fuerzas estadounidenses. En esto colaboran dos motivos: evitar bajas propias que puedan debilitar el apoyo de los estadounidenses a la guerra, y evitar bajas civiles del enemigo que puedan galvanizar a los iraquíes detrás de Saddam Hussein, potenciar la ya furiosa oposición internacional a la guerra, y, en definitiva, crear un pésimo precedente de relaciones públicas con una población que Estados Unidos deberá gobernar por largo tiempo. En este sentido, lo que hemos visto en estos días se parece menos a la guerra plena prometida que a una negociación armada.
Esto puede cambiar con los hechos de ayer, volcando la ejecución militar hacia el proyecto más radicalizado. Los iraquíes no desertaron en masa como se esperaba. Pero también es posible que esta conducta se sostenga, con intermitencias de violencia y estrategia de seducción. Lo único claro es que la ofensiva terrestre hacia Irak va a seguir, y que va a ser sangrienta. Que haya muertos propios está en la naturaleza de toda guerra, y la única novedad de lo ocurrido ayer es que hasta hace poco no estaba en la naturaleza de las Fuerzas Armadas estadounidenses.