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Hay tres caminos, y todos llevan al desastre
Por George Monbiot
Hasta ahora, los libertadores han tenido éxito sólo en liberar las almas de los iraquíes de sus cuerpos. Las tropas de Saddam Hussein han resultado menos inclinadas a rendirse que lo que se había anticipado, y los civiles menos preparados para rebelarse. Pero mientras nadie puede ignorar ahora los problemas inmediatos que esta guerra ilegal ha enfrentado, estamos comenzando a comprender lo que debería haber sido obvio todo el tiempo: que no importa cómo se resuelva el conflicto, el resultado será un desastre.
Me parece que hay tres resultados posibles a la guerra contra Irak. El primero, que ahora parece improbable, es que Saddam Hussein sea rápidamente despachado, sus generales y ministros abandonen sus puestos y la gente que había sido amedrentada por su milicia y su policía secreta se alce y dé la bienvenida a los invasores con la largamente esperada bendición de flores y arroz. Las tropas son bienvenidas a Bagdad, y comienzan a prepararse para lo que la administración de Estados Unidos declara que será una transferencia del poder a un gobierno democrático.
Durante unas semanas, esto parecerá una victoria. Luego probablemente sucedan varias cosas. La primera es que, alentado por su recepción en Bagdad, el gobierno norteamericano decida, como insinuó Donald Rumsfeld la semana pasada, visitar con su guerra perpetua a otra nación: Siria, Irán, Yemen, Somalía, Corea del Norte o cualquier lugar cuya conquista pueda ser calculada para aumentar la estatura del presidente y el alcance de su imperio. Es casi como si Bush y sus consejeros estuvieran decididos a alcanzar la némesis que su arrogancia les pide.
Es probable que nuestro próximo descubrimiento sea, como señaló John Gray hace algunos meses, que la alternativa de regímenes en Medio Oriente no es una elección entre una dictadura secular y una democracia secular, sino entre una dictadura secular y una democracia islámica. Lo que quiere la gente de Medio Oriente y lo que el gobierno de Estados Unidos dice que quiere parecen ser cosas algo distintas, y la tensión entre los dos objetivos será una fuente de inestabilidad y conflicto hasta que los gobiernos occidentales le permitan a esa gente hacer su propia elección libremente. Es improbable que eso suceda hasta que se termine el petróleo. Los iraquíes pueden celebrar su independencia abrazando un fundamentalismo largamente reprimido, y Estados Unidos puede responder tratando de aplastarlo.
La coalición también podría descubrir pronto por qué Saddam Hussein se convirtió en un dictador tan detestado. Irak es un aparato colonial, que los británicos formaron uniendo forzadamente a tres provincias otomanas, cuyos pueblos tienen enormes diferencias religiosas y lealtades étnicas. Una administración apoyada por Estados Unidos que trate de mantener intacta esta nación de facciones guerreras puede encontrarse rápidamente con el problema de Saddam y, al hacerlo, redescubrir su solución. Quizá no debiéramos sorprendernos de ver que el gobierno de George W. Bush planeaba, hasta hace poco, reemplazar sólo los dos funcionarios más altos de cada uno de los ministerios de Saddam, dejando al resto de su gobierno intacto.
La alternativa sería permitir que Irak caiga en pedazos. Mientras la fragmentación puede ser, a la larga, el único futuro viable para su gente, es imposible, a corto plazo, ver cómo podría suceder esto sin un baño de sangre, ya que cada facción busca arrancar un territorio propio. Sea que Estados Unidos trate de supervisar esta partición, sea que huya de ella como lo hicieron los británicos en India, su victoria en estas circunstancias probablemente se agriará muy pronto.
El segundo resultado posible de esta guerra es que Estados Unidos mate a Saddam y destruya el grueso de su ejército, pero tenga que gobernar a Irak como una fuerza ocupante hostil. Saddam Hussein, cuya guerra psicológica parece bastante más avanzada que la de los norteamericanos, puede haberse asegurado que éste sea el resultado más probable. Las fuerzas de la coalición no pueden ganar sin tomar Bagdad, y Saddam está buscando asegurarse que no puedan tomar Bagdad sin matar a miles de civiles. Sus soldados se albergarán en casas, escuelas y hospitales. Al tratar de destruirlos, las tropas norteamericanas y británicas pueden quemar su última posibilidad de ganar los corazones de los residentes. El despliegue de los terroristas suicidas de Saddam ya ha obligado a las fuerzas de coalición a tratar brutalmente a civiles inocentes.
La comparación con Palestina no pasará inadvertida para los iraquíes o para cualquiera en Medio Oriente. Estados Unidos, como Israel, descubrirá que la ocupación es sangrienta y, de última, insostenible. Sus tropas serán acosadas por los francotiradores y terroristas suicidas y su respuesta a ellos alejará incluso a la gente que estaba agradecida por el derrocamiento de Saddam. Podemos suponer que, en esas circunstancias, Estados Unidos, apurado por proclamar la victoria, instale un débil y perdidoso gobierno iraquí, y se retire antes que todo el lugar se caiga a su alrededor. Lo que suceda después de esto, a Irak y al resto de Medio Oriente, lo puede suponer cualquiera, pero creo que podemos anticipar que no será agradable.
La tercera posibilidad es que las fuerzas de coalición fracasen rápidamente en matar o capturar a Saddam Hussein o ganar una victoria decisiva en Irak. Aunque todavía es improbable, es un resultado que no puede descartarse totalmente. Saddam puede ser demasiado inteligente para esperar en su bunker para que lo alcance una bomba suficientemente grande, pero puede, como el rey Alfredo, mezclarse entre la población civil, sacándose ocasionalmente su disfraz y apareciendo entre su tropa, para mantener encendida la llama de la liberación.
Si esto sucede, entonces Estados Unidos lo habrá transformado de odiado opresor en un héroe romántico casi mitológico de la resistencia árabe musulmana, el Saladino de sus sueños. Será visto como el hombre que pudo hacerle a Estados Unidos lo que los mujaidines de Afganistán le hicieron a la Unión Soviética: llevarla tan lejos hacia una guerra imposible de ganar que su economía y su apoyo popular colapsen. Cuanto más sobreviva Saddam, más se volcará hacia él la población no sólo de Irak sino de todos los países musulmanes, y la victoria occidental será menos probable. Casi con seguridad, Estados Unidos habrá construido la improbable quimera que dice estar persiguiendo: el matrimonio de la brutalidad secular bien armada de Saddam y la insurrección global de Al-Qaida. Aun si habiendo aguantado durante muchas semanas o meses, Saddam Hussein es encontrado, y muerto, su espíritu puede seguir inspirando una revolución a través del mundo musulmán, contra los norteamericanos, los británicos y por supuesto Israel. Pervez Musharraf, el impopular líder de Pakistán, se encontraría entonces en problemas serios. Si, como parece probable bajo estas circunstancias, Musharraf es derrocado en una revuelta islámica, entonces un régimen fundamentalista, profundamente hostil a Occidente, tendría armas nucleares reales, cargadas y listas para disparar.
Espero haberme pasado algo por alto y estar totalmente equivocado, pero me parece que los gobiernos norteamericano y británico nos han arrastrado a una situación de la que podemos no emerger en varios años. Habrán liberado el espíritu de la guerra, y éste podría no querer volver a su cofre hasta haber atravesado el mundo.
Traducción: Celita Doyhambéhère.