Dom 06.04.2003

EL MUNDO  › COMO SON LOS PARAMILITARES DE LA CIA QUE OPERAN EN BAGDAD

Con licencia para matar, y en Irak

El Grupo de Operaciones Especiales, la rama más secreta de la CIA, ya ha tomado posiciones dentro de Bagdad. Todo lo prohibido legalmente les está permitido: tienen licencia para matar, sabotear, sobornar y ejecutar operaciones de guerrillas. Esta nota cuenta cómo son.

Por Rosa Townsend *
Desde Miami

A comienzos del verano pasado, meses antes de que llovieran las primeras bombas sobre Bagdad, comandos del Grupo de Operaciones Especiales (SOG) de la CIA que ahora están en la capital iraquí empezaron a infiltrarse en Irak. No se trata de los clásicos espías sino de paramilitares de la rama más secreta de la agencia de inteligencia de Estados Unidos, rambos camuflados entre la población local, para ejecutar misiones prohibidas al ejército: sabotajes, organización de guerrillas, sobornos y, de ser posible, la eliminación de Saddam Hussein y su entorno. Portan licencia para matar. Y mentir.
En la jerga del cuartel general de Langley se refieren a ellos como knuckle draggers (gorilas), dice Warren Marik, agente del directorio de operaciones de la CIA, que a mediados de los años ‘90 dirigió un plan para derrocar a Hussein, abortado según él por la administración de Clinton “en favor de un golpe de Estado” que fracasó. Tanto Marik como otros tres agentes de la CIA retirados del servicio activo, entrevistados por este diario, coinciden en que la agencia de espionaje no sólo ha recuperado el protagonismo en la política exterior que tuvo durante la Guerra Fría sino que juega un papel clave en los planes de defensa estratégica de Estados Unidos para el siglo XXI. Muy especialmente el servicio de operaciones clandestinas, encumbrado ante los ojos del presidente George W. Bush tras el éxito de sus tácticas para derrocar al régimen talibán y dispersar a Al-Qaida.
Al igual que en Afganistán, los comandos encubiertos han preparado el terreno de batalla en Irak, identificando objetivos políticos y militares –en concreto marcando campos minados, vigilando pozos petroleros y apuntando con lásers a las defensas antiaéreas para facilitar su destrucción desde el aire– y ahora operando en Bagdad. Han comprado voluntades en efectivo con los cientos de miles de dólares que siempre llevan consigo, y se han deshecho de varios miembros de la élite próxima a Hussein.
Las fuentes consultadas relatan que mientras en Naciones Unidas se debatía el desarme mediante inspecciones o por la fuerza, los knuckle draggers provocaban miniexplosiones para observar la reacción del gobierno iraquí, entrenaban a enemigos de Hussein y se hacían con documentación secreta “casi siempre a través de intermediarios, porque la primera regla de este negocio es no exponerse más de lo debido”, subraya John, que fue miembro durante 12 años del brazo paramilitar de la CIA, habla buen castellano producto de sus estadías en Latinoamérica y prefiere que no se revele su identidad. Aprenden a esquivar peligros durante espartanos entrenamientos en Camp Peary, Virginia y Harvey Point, Carolina del Norte.
El ejército de cientos de James Bonds se suele adentrar en territorio enemigo en grupos de cuatro a ocho. Marik recuerda que cuando él estaba intentando debilitar a Saddam Hussein, creando un frente fuerte en Mosul y Kirkuk que atrajera a desertores, trabajaba con grupos de unos seis hasta un total de 40 –entre paramilitares y agentes normales–, que rotaban por el complejo situado en Salahuddin. Los de entonces como los más de medio centenar repartidos ahora en Irak se desplazan livianos de equipaje –teléfono, ordenador, armas, explosivos, enseres de supervivencia– y frecuentemente viajan en sus propios aviones y barcos o, una vez en el terreno de operaciones, pueden, por ejemplo, usar helicópteros rusos Mi-17, como lo hicieron en el Valle del Panjshir, al noroeste de Kabul. Pero la estrella de su arsenal es el Predator, un avión piloteado por control remoto equipado con cámaras de alta resolución y misiles antitanque Hellfire. Con él mataron en Afganistán al lugarteniente de Osama BinLaden, Mohamed Atef. Y en noviembre calcinaron a seis sospechosos de Al-Qaeda en Yemen.
Obran con impunidad, amparados en los nuevos poderes que el Congreso otorgó a la CIA tras el 11 de septiembre (acompañados de 1.000 millones de dólares) y en una orden ejecutiva que el presidente Bush firma antes de cada misión, denominada lethal finding, que por razones obvias carece de detalles de la operación. Oficialmente no existen, con lo cual escapan al escrutinio público y el gobierno, a su vez, les permite declararse desconocedor de sus sucias artimañas, las mismas que los hicieron infames de los años ‘60 a mediados de los ‘80, cuando el grueso de sus operaciones se centraba en fomentar golpes de estado por el mundo (Irán, Chile, Congo, Guatemala).
Sin embargo, aunque tienen un perfil fácil de confundir con el de mercenarios a sueldo, en realidad no lo parecen. Lo que impulsa a estos terminators es “puro patriotismo y no el dinero, porque se ganan entre 50.000 y 70.000 dólares, dependiendo de la veteranía”, afirma uno que perteneció a esa división, Greg (nombre ficticio para proteger su identidad). Son hombres corrientes, reclutados en las trincheras de los cuerpos especiales del ejército como los Navy Seals o los Green Berets, que cuando están de permiso van al parque con sus hijos y al béisbol los domingos. Y que gracias a Bin Laden han sido rehabilitados del ostracismo.
“La agencia salió muy reforzada de Afganistán”, señala Vincent Cannistraro, ex director de contraterrorismo de la CIA. Aquel teatro de operaciones sirvió a modo de ensayo general de lo que serán las futuras batallas contra el terrorismo y los ejes del mal. En el actual escenario, en Irak, la Casa Blanca confía en que los guerreros en la sombra propicien un giro de 360 grados que ahorre vidas inocentes y mitigue las secuelas políticas de un conflicto repudiado en numerosos puntos del planeta. “Se espera que disparen el silver bullet, es decir el tiro de gracia que decapite al régimen”, apunta el ex agente Marik.
Esa misión letal tiene a los operativos dispersos por la geografía iraquí, trabajando bajo la constante presión de sus jefes en Langley. George Tenet, director de la CIA, tiene que dar la cara cada mañana en los briefings de la Oficina Oval. Y su ascendente estrella depende en gran parte del silver bullet (la bala de plata), particularmente después de que la salva de apertura de la guerra basada en la información de sus spooks (espías) no acabara con la cúpula del régimen en el búnker donde supuestamente se reunían. Y que los militares a los que les han estado ofreciendo dinero, asilo y un papel en el futuro gobierno no hayan depuesto las armas ni desertado por el momento.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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