EL MUNDO › ESCENARIO
› Por Santiago O’Donnell
El miércoles pasado el Peugeot 405 de Mostafá Ahmadi Roshan voló en pedazos en el distrito norte de Teherán después de que dos motociclistas deslizaran explosivos magnéticos debajo de la carrocería, cuando el auto paró en una esquina. Roshan y sus dos acompañantes murieron en el acto. Rashan, 32, era un reconocido químico que dirigía la planta nuclear de Nastanz. Anteayer tuvo su funeral (foto).
El 24 de julio del año pasado Darioush Rezaeinejad fue asesinado de un balazo en el cuello por dos sicarios mientras él y su esposa esperaban la salida de su hija de un jardín de infantes de la capital iraní. Rezaeinejad era estudiante de maestría de ingeniería eléctrica en la Universidad Tecnológica K.N. Toosi de Teherán. Trabajaba en un laboratorio nuclear en el norte de esa ciudad. Según la inteligencia israelí estaba fabricando un detonador.
El 29 de noviembre, asesinos en motocicletas mataron a Majid Shahriari al plantarle una bomba magnética en el auto cuando salía de su casa para trabajar. Su esposa sufrió heridas en el atentado. Shahriari enseñaba en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Shahid Beheshti de Teherán. Había sido el coautor de un trabajo académico sobre difusión de neutrones en un reactor nuclear junto al entonces director de la Organización de Energía Atómica iraní, Ali Akbar Salehi, quien declaró que Behe-shti dirigía un importante proyecto en esa institución.
El mismo día, otra bomba colocada en idénticas circunstancias hirió a Fereidoun Abbasi y su esposa. Abbasi también enseñaba en la Universidad Shahid Beheshti. Antes había sido profesor en la Universidad Imam Hossein, que administra la Guardia Revolucionaria Iraní. Aparece en una resolución de Naciones Unidas como “involucrado en actividades nucleares o de misiles balísticos”.
El mismo día, Fereidoun Abbasi Davani sobrevivió a un intento de asesinato al advertir que un motociclista le había colocado una bomba imantada en su auto, pudiendo escapar antes de que el vehículo explotara. En ese entonces Davani era profesor de Física Nuclear de la Universidad Shahid Beheshti. Miembro de la Guardia Revolucionaria Iraní desde 1979, actualmente dirige la Organización de Energía Atómica iraní.
El 12 de enero del 2010 Massoud Ali Mohammadi murió en una explosión en un pequeño suburbio del norte de Irán. La bomba había sido colocada en una motocicleta estacionada en la vereda frente a su casa y accionada por control remoto minutos antes de las ocho de la mañana cuando Mohammadi salía camino a su trabajo de docente e investigador de la Universidad de Teherán. Mohammadi era un renombrado físico especializado en teoría cuántica y partículas elementales. Firmó más de cincuenta artículos en publicaciones académicas internacionales y tradujo manuales de física del inglés al persa, además de escribir los propios.
En febrero del 2007 Ardeshir Hosseinpour murió misteriosamente mientras trabajaba en el Centro de Tecnología Nuclear de Isfahan. Experto en electromagnetismo, profesor de la Universidad Shiraz y de la Universidad Tecnológica Malek Ashtar, según autoridades iraníes, fue “envenenado con gas”. La agencia privada de inteligencia estadounidense Stratfor dijo que el asesinato se produjo por “envenenamiento radiactivo” y que el muerto era un blanco del Mossad, el servicio secreto israelí. El diario israelí Haaretz agregó que varios científicos y laboratoristas del Centro de Tecnología Nuclear habrían muerto en el mismo atentado.
A ver, señores que ordenan, aprueban y/o consienten operaciones clandestinas en países extranjeros: matar científicos está mal. A ver, señores de la ciencia, de los derechos humanos, no importa quién mata a los científicos. Aunque pongan mucha guita en sus instituciones, hay que decir que está mal.
No hace falta que salga alguien y diga “fui yo, yo maté a los científicos”. No va a pasar y no hace falta.
Para saber quién los mató alcanza con leer las declaraciones del vocero del comandante de la fuerzas armadas de Israel, brigadier general Yoav Mordechai, después del último asesinato: “Yo no sé quién arregló la cuenta con el científico iraní, pero ciertamente no pienso derramar ni una lágrima”. O esta otra declaración, de fines del año pasado, del ministro de Inteligencia y Energía Atómica del gobierno israelí, Dan Meridor: “Hay países que imponen sanciones y hay países que usan otros métodos”.
Para saber quién consintió los asesinatos alcanza con leer las declaraciones de Hillary Clinton cuando le preguntaron el jueves por el bombazo que mató a Ro-shan. Nótese que la canciller de Obama evitó repudiar el crimen, al que caracterizó como una respuesta al “comportamiento provocativo” del gobierno iraní: “Quiero negar categóricamente cualquier involucramiento de Estados Unidos en cualquier acto de violencia dentro de Irán. Creemos que tiene que haber un entendimiento entre Irán, sus vecinos y la comunidad internacional para encontrar la forma de avanzar para que Irán termine con su comportamiento provocativo, termine su búsqueda de armas nucleares y reingrese a la comunidad internacional y ser un miembro productivo de ella”.
A ver, se puede discutir si el programa nuclear iraní tiene fines pacíficos, como dicen ellos, o fines bélicos como dicen los israelíes, los estadounidenses y los europeos. Se puede discutir por qué Estados Unidos retiró la propuesta que había hecho en Ginebra en el 2007, de permitir que Irán enriquezca uranio en terceros países a cambio de que deje de hacerlo en el propio, o por qué se negó cuando Turquía y Brasil reflotaron un plan similar el año pasado. Se puede discutir si las sanciones están bien o están mal, si Irán cumple o no cumple con los inspectores de la agencia nuclear de la ONU, si la agencia responde o no responde a los mandatos del Tío Sam.
Incluso se puede discutir, por qué no, si está bien que Irán tenga una bomba atómica. Israel tiene un arsenal y sus vecinos, ninguna. La historia muestra que cuando los dos bandos tienen la bomba, ninguno la tira. Es lo que pasa ahora en las dos Coreas, es lo que pasa con India y Pakistán, es lo que pasó durante medio siglo entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Lo llaman el principio de la “Destrucción Mutua Asegurada” (MAD, en inglés). Algunos dicen que gracias a MAD la Guerra Fría nunca se terminó de calentar. En cambio, cuando un solo país tuvo la bomba los japoneses se la tuvieron que morfar. Es razonable que Israel se preocupe porque un país que no reconoce su derecho a existir pueda querer una bomba atómica, pero también es entendible, digo, que los iraníes aspiren a la misma protección de que goza Israel.
Se puede discutir todo eso pero, señores, matar científicos está mal. Además no sirve. Olvídense del daño a la democracia, a las instituciones, a los derechos humanos, a la credibilidad de los discursos de los dueños del mundo. No sirve. Porque podrán matar a los científicos, pero nunca podrán matar sus ideas, esos conocimientos y ganas de aprender más que dejaron en sus laboratorios y sus aulas antes de morir. “Hoy en la escena de la energía nuclear, Estados Unidos y el sionismo han elegido los métodos más bajos de asesinato a ciegas de nuestros científicos nucleares, y creen que asesinando a esos científicos y haciéndolos mártires pueden prevenir nuestro avance nuclear”, dijo el jueves Rostam Ghasemi, ministro de Petróleo de Irán y ex comandante de la Guardia Revolucionaria. “El martirio de nuestros científicos nucleares lleva a un mayor compromiso de nuestro pueblo y de los científicos de la República Islámica de Irán.”
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