EL MUNDO › EN LOS PRóXIMOS DíAS SE SABRá EL TAMAñO DEL RECORTE AL PRESUPUESTO DE BRASIL
Un balance de su primer año de gobierno muestra que la economía creció por debajo de lo previsto. La mandataria exigió la renuncia de seis ministros acusados de corrupción. Esta semana se reunirá con su gabinete y pedirá datos y proyectos.
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
De manera discreta, sin fiestas ni discursos, el 1º de enero Dilma Rousseff cumplió su primer año como la primera mujer en presidir el mayor país de América latina. Había al menos dos buenas razones para celebrar. Una: los sondeos de opinión pública muestran que ella superó, en aprobación popular, a sus dos antecesores, Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inácio Lula da Silva, en sus respectivos primeros años de mandato. Otra: en los estertores de 2011, Brasil superó al Reino Unido y se transformó en la sexta economía del mundo. Es verdad que más por deméritos de los británicos que por méritos propios, pero la noticia merecería festejos. Austera y rígida en sus actitudes, Dilma Rousseff prefirió dejar la alegría para algunos de sus ministros. Y aprovechó para pedirles datos, medidas e iniciativas para el nuevo año.
El balance que la presidente hace de su primer año muestra vacíos y frustraciones que ella cobrará de sus ministros en tres reuniones convocadas para esta semana, de jueves a sábado. Los ministerios fueron divididos en tres grupos, ya que reunir a todos –38– sería improductivo. Las preocupaciones de Dilma son conocidas: los efectos de la crisis internacional, que es más persistente de lo esperado, y cómo evitar las fallas de gestión de este primer año, que tuvo largos períodos de turbulencia interna.
Por esos días algunos de los ministros de Dilma serán reemplazados. No hay pistas de cuándo, ni de cuáles. Luego de haber sustituido a siete integrantes de su gobierno en su año de estreno –uno por hablar tonterías de manera incontinente; seis por sospechas de corrupción– se llegó a especular que ahora en enero habría cambios radicales, con la fusión de algunas carteras, la supresión de otras, y que finalmente Dilma montaría un gabinete a su imagen y semejanza, sin las imposiciones de Lula y de sus aliados.
De ella nadie oyó nada nunca. Los rumores se fueron debilitando, las presiones de aliados siempre ávidos por puestos y presupuestos también, y al final nadie espera más que cambios puntuales, con ministros saliendo para disputar alcaldías en octubre y algún otro cuyo desempeño haya sido apenas sufrible.
Sin embargo, por detrás de esa serena rigidez se trabó un combate duro. Las intrincadas y confusas reglas del sistema político brasileño obligan a los presidentes a armar alianzas contradictorias, donde prevalecen intereses muchas veces oscuros en lugar de programas compartidos. No se trata de convergencias ideológicas o programáticas, sino de convergencias de ambiciones muy poco republicanas. Es un caso rarísimo de gobierno formado por cuotas de los partidos y por cuotas del presidente, o sea, queda muy claro que el mandatario no elige a su gusto quién integrará su gobierno. No hay cómo escapar de la trampa y Dilma supo aprender rápidamente esa y otras lecciones. Heredó una estructura del tamaño de un elefante –son 38 ministerios, la mayor parte de ellos sin otra función que la de agradar a correligionarios y abrigar a víctimas de derrotas electorales–, y es con ella que tendrá que seguir hasta el final.
Un balance sumario del primer año de Dilma en la presidencia muestra que la economía creció por debajo de lo previsto (alrededor de 3%), gracias en buena medida a la política fiscal impuesta por el gobierno. De salida, se impuso un ajuste drástico al presupuesto de la Nación (fueron congelados 50 mil millones de reales, unos 28 mil millones de dólares), disminuyendo sensiblemente las inversiones públicas y los gastos gubernamentales. Otros factores –la crisis global, las elevadas tasas de interés aplicadas por el Banco Central, la caída del dólar en los mercados internacionales– terminaron por contribuir de manera efectiva para el tímido desempeño de la economía.
De todas formas, la inflación quedó dentro de la meta prevista, y se espera que este año la economía vuelva a crecer de manera más robusta.
En los próximos días, más que nombres de nuevos ministros se sabrá el tamaño del corte que Dilma Rousseff impondrá al presupuesto nacional aprobado por el Congreso hace poco más de un mes. La sacrosanta entidad llamada mercado espera un ajuste de unos 60 o 70 mil millones de reales (entre 34 y 39 mil millones de dólares). En Brasilia, se dice que esos números son meras especulaciones que indican más la presión del mercado que tendencias dentro del gobierno. Dilma quiere un ajuste menor, para que el gobierno tenga recursos para retomar inversiones públicas y preservar programas que poco anduvieron en su primer año.
Asesores cercanos a la presidente reiteran que las incertidumbres de la economía europea y la gravedad de la crisis global son factores que podrán entorpecer los programas de gobierno. Dilma tiene esa preocupación y determinó a su equipo económico que encuentre alternativas.
En ese inicio de año, la presidente da muestras de que tiene prisa. Los ministros convocados para las reuniones de esta semana recibieron instrucciones precisas: todos deberán comparecer con los datos detallados de lo que hicieron en 2011. Será la primera prestación de cuentas de un desempeño que, por una razón o por otra, quedó por debajo de lo que Dilma Rousseff había previsto.
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