EL MUNDO
› OPINION
¿Cuándo y dónde?
› Por Washington Uranga
Después de haber asistido como impotentes espectadores al incalificable genocidio iraquí convertido en espectáculo televisivo, para nuestro escarmiento y el de aquellos que se atrevan a desafiar el poder hegemónico de los amos del mundo (tal como ya lo advirtió el “liberador” George Bush), a los latinoamericanos sólo nos queda preguntarnos cuándo veremos pasar los mismos tanques que hoy pasean por Bagdad por las puertas de nuestras casas en alguno de nuestros países. ¿Será en Colombia? ¿Será Venezuela? ¿Y por qué no en Argentina? A la vista está que las únicas razones que los invasores necesitan son aquellas que la razón desconoce. El propio Hans Blix, el jefe de los inspectores de las Naciones Unidas en Irak, reconoció con ironía que seguramente los británicos y los norteamericanos podrán encontrar ahora, gracias al dominio que ejercen sobre el territorio iraquí, las armas de destrucción masiva que todo su equipo de investigadores nunca ubicó. ¿O acaso se estarían refiriendo los norteamericanos a la propia infernal maquinaria de guerra que, sin la tan mentada precisión quirúrgica, utilizaron ellos mismos para atacar a la población civil, destruir hospitales y matar periodistas?
Aparecerán entonces las razones para justificar la sinrazón entendida como petróleo, intereses económicos, ejercicio del poder y demostración de la fuerza destructiva del imperio. Como ayer fue Bin Laden y hoy Saddam Hussein, mañana cualquiera de los gobernantes latinoamericanos que hoy criticamos precisamente por darle las espaldas al pueblo y ser obsecuentes con el poder imperial de los Estados Unidos, pueden convertirse en pretexto para que el poder liberador del ángel exterminador del Norte llegue hasta el frente de nuestras casas con toda su tecnología asesina para seguir modificando a su favor y acentuando en su beneficio la ya muy desequilibrada relación de fuerzas. Y mañana como ahora, la voz de la nación que se dice la más democrática del planeta se levantará una vez más de modo blasfemo en nombre de Dios y de la liberación, para explicarnos lo inexplicable: que la muerte, la destrucción y el dominio de un pueblo constituyen el recurso más desarrollado para acabar con una amenaza que nunca existió en los términos que se plantearon. Será otro pretexto para dejar en claro que en el mundo no puede haber sino un solo amo y señor que despacha en la Casa Blanca.
¿Cuán lejano estará el día en que el imperio decida nuestra definitiva “liberación”?