EL MUNDO › OPINIóN
› Por Jorge Luis Bernetti *
Aunque pasó la víspera de los comicios primarios bajo parte oficial de enfermo, según lo informado a los testigos (observadores) internacionales invitados por el Consejo Nacional Electoral (CNE) de la República Bolivariana de Venezuela, Henrique Capriles ganó las primarias para designar el candidato presidencial antichavista para los comicios del 7 de octubre de este año. El drásticamente opositor matutino El Nacional celebró los comicios en su primera plana con el título de “Muestra inédita de democracia” y el “12-F como una jornada histórica”. La victoria de Capriles era esperada, pero el tema central era el volumen de votos que pudiera arrastrar la convocatoria. Los 2.904.710 votantes entre los 18.156.114 electores del padrón electoral nacional –alrededor del 17 por ciento– constituyen una base política menor de la esperada por algunos de sus más ardientes partidarios. Pero, sin duda, le permite a la derecha disponer de una base operativa para la pelea de fondo de fin de año.
Empero, el socialismo bolivariano condujo a la oposición a disputar en el terreno constitucional. La apelación al juego electoral, a las primarias y a que el poderoso CNE respondiera positivamente a la demanda opositora de colocar la base material tecnológica y profesional para poder hacer las primarias constituye una victoria oficial porque hasta ahora la oposición no reconocía la Constitución. Lo que pasó en Venezuela ocurre en una democracia, no en una dictadura. Y, sobre todo, en una democracia de cierto nivel de sofisticación.
Casi como si respondiera positivamente a las frustradas intenciones de sus muy probables colegas del antiguo Grupo A de la oposición argentina, los enemigos declarados de la revolución bolivariana se comportaron como un pool de amigos que competían amigablemente. Lo “inédito” de estos comicios es que la oposición cambió –forzadamente– de estrategia y aceptó el marco de la Constitución bolivariana. Por cierto no lo reconocerá, porque en su discurso “la Constitución” se entiende como un documento ancestral y no como el texto fundacional del modelo bolivariano execrado por aquella derecha.
La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) apeló al Capítulo V de la Constitución que establece el Poder Electoral y un Consejo Nacional Electoral (CNE). El artículo 293 de la Constitución afirma que este CNE puede “organizar las elecciones de sindicatos, gremios profesionales y organizaciones con fines políticos”. Hasta ahora sólo el oficialista Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) había pedido al CNE la organización de designación de sus autoridades, pero bajo un padrón entregado por el propio partido. En este caso, la MUD le solicitó al gobierno que, bajo el marco del padrón electoral nacional, organizara el proceso comicial que en Venezuela se realiza por medios electrónicos, como en Brasil, la India y Filipinas.
El propio CNE proporcionó no sólo el padrón sino las mesas electrónicas de votación importadas de Taiwan, pero armadas y certificadas técnicamente en una planta de su propiedad en Caracas (que fue auditada por la oposición), y proporcionó testigos internacionales. La oposición sumó los propios, entre ellos varios eurodiputados con presencia del Partido Popular español y la pinochetista UDI de Chile.
Ante los testigos extranjeros que seguían los comicios, los opositores proclamaron insistentemente que quieren un “cambio pacífico y democrático, por las buenas, sin deseo de cobrar agravios ni revanchas”, como expresó Ramón Abeledo, secretario ejecutivo de la Unidad Democrática.
La Unidad Democrática se ocupó de indicarle al gobierno los lugares de instalación de las urnas electrónicas en las zonas que le son más favorables. El CNE aceptó todas sus demandas. Para el espacio oficial, este encauzamiento electoral constituye una implícita victoria, no proclamada públicamente y que, por supuesto, la oposición no le reconoce. Porque está claro que, si el sistema y los mecanismos constitucionales bolivarianos son aptos para estos comicios, también lo fueron para los anteriores y lo serán para los cruciales de octubre.
Unos cincuenta visitantes internacionales –políticos, periodistas, académicos y jefes de las oficinas electorales de varios gobiernos latinoamericanos, entre ellos una representación del organismo electoral de Corea del Sur y el director nacional argentino en la materia, Alejandro Tullio– siguieron esta primaria dotada de mecanismos tecnológicos de primer nivel en América latina.
La institucionalidad bolivariana se convirtió en el garante fiscalizador y organizador de la elección opositora. Y, finalmente, el CNE le entregó, en soporte electrónico a la Comisión Electoral de Primarias de la Mesa opositora, el resultado de la votación durante un acto público en la noche de la elección.
Capriles (de 39 años) repitió en campaña que “no vamos a ir a un escenario de confrontación, vamos a un escenario de amor, de unión”. Atrás quedó su participación en el bloqueo de la embajada de Cuba durante el golpe de Estado contra Chávez en abril de 2002, por lo que pasó cuatro meses en prisión. A diferencia de sus antecesores en el liderazgo de la oposición, Capriles sugiere que su modelo sería el de Lula, y modula un discurso por ahora más liviano y ambiguo. Lo curioso es que, pese a los augurios dramáticos del dominante mundo mediático opositor, el clima electoral y el desarrollo de la elección fueron ejemplares. El oficialismo eludió el choque en la calle y dejó que la oposición jugara su papel.
Ahora, el escenario anticipa una batalla electoral binaria con cabezas bien definidas. Por supuesto, Hugo Chávez Frías desde el poder bolivariano y Henrique Capriles como figura emergente del viejo orden. El 12-F comenzó el nuevo combate –pacífico– de una larga batalla, que en las presidenciales de octubre tendrá decisiva repercusión latinoamericana.
* Periodista, ex director de la carrera de Periodismo de la UNLP y observador invitado por la CNE a las primarias de la oposición venezolana.
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