Sáb 12.04.2003

EL MUNDO  › OPINION

La semilla del terror

Por Tim Wise *

Supuse que sucedería tarde o temprano. Habiendo escrito varias columnas cuestionando la noción de que la guerra de Irak era sobre la “liberación” del pueblo de ese país, fue solo cuestión de tiempo antes que recibiera un e-mail como el que recibí esta mañana. “Bien, pelotudo”, comenzaba, indicando el nivel del discurso tan común entre aquellos que apoyan la guerra. “Supongo que vos y tus amiguitos de izquierda estaban equivocados. Vemos foto tras foto de Irak que muestra lo feliz que está la gente de ser liberada por nuestros soldados. Están haciendo la señal de ‘pulgares arriba’, hasta sacudiendo pequeñas banderitas norteamericanas, sonriendo y gritando. Si fuera por gente como vos, tendrían que sufrir Dios sabe por cuánto tiempo más bajo Saddam.”
Bueno, en realidad, si fuera por la gente “como yo”, Estados Unidos nunca hubiera armado y apoyado a Saddam en primer lugar. Si fuera por “gente como yo”, la CIA no hubiera apoyado el comienzo de Saddam en la década del 60, alentándolo a él y al partido Baaz a asesinar al presidente iraquí e introducir tres décadas de reinado depravado. Si fuera por “gente como yo”, Estados Unidos nunca hubiera aprobado desde 1985-1990 unas 750 licencias de exportación por valor de 1500 millones de dólares a empresas que intentaban vender agentes biológicos y químicos con aplicación militar a Irak.
Pero, por supuesto, no era por gente como yo. Era por gente como George Bush I y Donald Rumsfeld en su previa encarnación como apologista de Saddam y su inclinación por gasear a la gente de piel oscura. Pero dejando todo esto de lado, dado que la historia raramente significa algo para aquellos como mi detractor por e-mail, cuya memoria histórica ha sido programada en esta cultura para extenderse no más que al noticioso de las once de la noche de ayer, volvamos a la sustancia de su acusación, de que estamos creando felices iraquíes al conquistar Bagdad.
Primero, admitamos, para aclarar el tema, que hay muchos iraquíes felices de ver que Saddam se fue. Por supuesto que esto es verdad. En realidad, quizá la gran mayoría se sentirá así. ¿Por qué no lo harían? Ha sido un tirano despótico y cruel, y fue así durante todo el tiempo que estuvimos de su lado, un pequeño detalle que el resto del mundo musulmán conoce, a pesar de que la mayoría de los norteamericanos lo ignora. Así que muchos iraquíes están contentos con la caída del régimen, pero eso no quiere decir que estarán contentos sobre la forma en que se acabó con él, o lo que puede suceder después. Esto es especialmente cierto si hay una larga ocupación de Estados Unidos, la instalación de un gobierno títere impopular, y finalmente abandonamos a la nación, como ya lo hicimos en Afganistán, donde la Casa Blanca se propone gastar cero dólar este año en la reconstrucción de la infraestructura que ayudaron a destruir desde octubre de 2001.
Segundo, reflexionemos durante un minuto sobre la veracidad de las fotos a las que mi nuevo amigo epistolar parece dar tanto crédito. Después de todo, con el periodismo muy controlado por los militares por la vía de los “empotrados”, y con historias y fotos vetadas regularmente primero por el CentCom antes de poder verlas, ¿le sorprende a alguien que no estemos viendo fotos de iraquíes enojados?
¿Y dónde cree mi amigo que esos iraquíes consiguieron las banderitas norteamericanas? Quiero decir, ¿alguien cree que esas banderas se vendían en el Irak anterior a la invasión? ¿No es más probable que esos items hayan sido dados por las tropas norteamericanas, que después saltaron para atrás para que los fotógrafos pudieran obtener una mejor foto?
El hecho es que a la gente le gustan las cámaras, especialmente cuando son pobres y no han visto muchas. Vayan al lugar más pobre y más oprimido de la tierra y filmen a los habitantes o tomen una fotografía, y los encontrarán sonriendo. Es su segunda naturaleza, no la alegría de ser liberados. Tengo una foto de mi familia de los años 1859 y uno de sus esclavos está sonriendo también. ¿Y qué? ¿Debemos presumir entonces que disfrutaba su esclavitud?
Hoy, en el diario de la mañana, el engaño sobre las actitudes de los iraquíes era evidente. En la primera página, había una foto conmovedora de multitudes en Najaf saludando a un soldado norteamericano y abajo de la foto un artículo titulado: “Gritos de bienvenida de los iraquíes a Estados Unidos”. Sin embargo, en la página seis, en un artículo con un título inocuo, “Los residentes de Bagdad desgarrados con la emoción”, uno encuentra un comentario tras otro de iraquíes condenando la guerra contra su nación y el régimen de Hussein preguntando: “¿Qué quiere Bush de nosotros? Saddam es elección nuestra, y aun si debemos sobrevivir sólo a pan, lo queremos a él”. O alternativamente: “Por supuesto que la gente está triste. Están apuntando a todo. No sólo a edificios del gobierno”. O: “Aun si nuestro presidente es el mayor tirano del mundo como dicen, no querríamos que lo reemplacen”.
Tampoco hay que decir que estas voces sean necesariamente representativas de la opinión iraquí, pero nos demuestran la falsedad de la propaganda unidimensional sobre los felices iraquíes y su amor por nuestros soldados. Si los que apoyan la guerra van ahora a justificar esta invasión en base a liberar a los iraquíes, entonces uno se pregunta por qué limitar lo racional a esta única nación. Si Estados Unidos está obligado a liberar a los oprimidos por la fuerza, no hay motivos para detenerse con Irak. Asumiendo que los pueblos oprimidos son iguales donde sea que estén, entonces seguramente vamos a tratar de derrocar a los gobiernos de Arabia Saudita (cuyos antecedentes de derechos humanos son tan malos como los de Saddam), Turquía (cuyo trato de los kurdos ha sido considerablemente peor que el de Saddam), Colombia (cuyas tácticas de tierra arrasada y escuadrones de la muerte hoy no tienen paralelo en la Tierra), e Israel, cuyo trato de los palestinos sigue representando una forma no tan sutil de limpieza étnica.
Pero por supuesto, no invadiremos ninguno de esos lugares para liberar a las personas oprimidas por los respectivos gobiernos, y la razón es obvia: porque estamos aliados con esas naciones, e implicados en la opresión de los pueblos mencionados. Pueden torturar, encarcelar, violar, decapitar en público, aplastar con tanques, y asesinar a cuantos quieran y nada les sucederá. Porque no estamos por la liberación. Es simplemente una excusa que usamos para dormir mejor de noche, y porque pensamos que la gente del mundo es tan estúpida como para creerlo.
La verdad es que se necesita tener un profundo desprecio por los iraquíes para creer que a la larga nos verán como libertadores. Se necesita creer en la inferioridad intelectual y la simpleza mental de esa gente para esperar que ellos crean este tipo de cosa. Saben, después de todo, que hemos estado apoyando al dictador que ahora tratamos de deponer. Saben que sin el apoyo de Estados Unidos Saddam nunca hubiera tomado ni retenido el poder, ni torturado y asesinado a las decenas de miles que él asesinó. De la misma manera, saben que sin las sanciones de Estados Unidos, cientos de miles de sus ciudadanos todavía estarían vivos.
No nos olvidemos que aun con el apoyo del pueblo iraquí, las acciones de Estados Unidos han plantado las semillas para más terrorismo, mientras millones a través de Medio Oriente buscan venganza por lo que perciben como una captura de Estados Unidos y una cruzada antiárabe y antimusulmana. Después de todo, también pensamos que todo estaba bien después de nuestra “liberación” de Kuwait en 1991. Los kuwaitíes están contentos por cierto, supongo. Pero un cierto ciudadano saudita no lo estaba. El vio el estacionamiento de las tropas de Estados Unidos en su nación como una afrenta a su religión, una incursión profana a la tierra musulmana. También vio los costos humanos de la guerra que “liberó” Kuwait como una masacre inaceptable, y las sanciones que vinieron después como un genocidio de facto. Y por lo menos diecinueve más estuvieron de acuerdo con él. Tal es la inercia creada por esta clase de liberación.
Que duerman bien.

* Columnista político norteamericano.
Traducción: Celita Doyhambéhère

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