EL MUNDO
Cómo es el olor a muerte en las calles y los hospitales de Bagdad
Las calles de Bagdad son un caos, la ciudad es el paraíso de los saqueadores, pero el espectáculo más trágico se ve en los hospitales de la capital. El enviado de Página/12 estuvo en ellos y cuenta aquí el infierno que se vive.
Página/12, en Irak
Por E. F.,Desde Bagdad
En el hospital universitario de Bagdad, los muertos se pudren en la vereda y los heridos que llegan al hospital son atendidos en el mismo lugar por médicos y enfermeros que trabajan con una pistola en la cintura. Adentro, el olor es nauseabundo y hace casi imposible toda intervención. El hospital se asemeja a un campo devorado por una plaga de insectos. Los saqueos de los últimos dos días lo dejaron prácticamente vacío y, pese al número elevado de heridos que llegan cada día, ninguna asistencia vino a mejorar la atención. En la puerta del hospital un muerto espera hace 48 horas cubierto con una tela. Al lado, los médicos atienden a un hombre con un enorme agujero en el medio de la espalda producto de un disparo. Los médicos hacen un diagnóstico rápido separando a quienes necesitan tratamiento urgente y a quienes pueden esperar. Los heridos aguardan en el cordón de la vereda. Todo es un montón de manchas de sangre y suciedad. Uno de los enfermeros cuenta: “Pedimos varias veces la protección de los norteamericanos pero no nos hicieron caso. Después fue demasiado tarde. La gente se precipitó al hospital y robó o destruyó todo lo que estaba a su alcance”. Como no hay luz, la mayoría de las dependencias no funcionan y, las que pueden, lo hacen con la escasa corriente que proporciona un generador eléctrico. Los cuerpos se pudren en el interior. Las horas pasan, los heridos acuden con impactos de bala, los médicos ni siquiera cuentan con guantes de goma suficientes para cambiarlos con cada paciente. Las normas mínimas de higiene no existen porque no existe autoridad alguna que haga llegar lo que hace falta.
En la maternidad de Bagdad, la situación es menos terrible. Sin embargo, el hospital también fue saqueado y los médicos viven al acecho de los saqueadores. La sala de las incubadoras es una herida en el alma. Los recién nacidos luchan entre la vida y la muerte. Cuerpecitos raquíticos, tan pequeños y desolados que parece que la vida ya los hubiese abandonado. A falta de agua y de luz muchos tienen las horas contadas. “Los más fuertes sobrevivirán”, dice un médico. La pesadilla de los hospitales de Bagdad no tiene límites. Muchos fueron literalmente destruidos sin que los tanques norteamericanos, apostados a apenas 400 metros de los hospitales, intervinieran para detener el desastre. En el hospital psiquiátrico de Bagdad dos enfermos se murieron de sed. Atacados por una banda de ladrones que se llevó hasta los cables, el personal del hospital no pudo hacer nada. “Sin embargo estaban ahí...”, dice Imad Taha Abbas refiriéndose a los tanques del ejército norteamericano. El miércoles por la tarde, un escuadrón de Marines llegó al hospital pero se retiró por razones de seguridad. Antes de irse, el oficial norteamericano pidió que lo llamaran si había un problema. Sus tropas estaban estacionadas al lado pero cuando, tres horas más tarde, llegaron los asaltantes el oficial no intervino. Las líneas telefónicas estaban cortadas y el personal ni siquiera estaba en condiciones de cruzar la calle para prevenir a los marines. Un médico y 20 empleados presenciaron los robos, protagonizados por 200 personas:televisores, discos compactos, máquinas de coser, alimentos. No quedó nada. Los norteamericanos recién se hicieron presentes al día siguiente pero declararon que les era imposible sacar a los ladrones del hospital ubicado al norte de Bagdad, cerca de Saddam City, uno de los suburbios más pobres de la capital. Los ladrones regresaron y se llevaron los autos y las ambulancias, abrieron las puertas del hospital y obligaron a los enfermos a abandonar el lugar. El hospital albergaba a 1100 enfermos. Hoy sólo quedan 250. El viernes, los imanes de Najaf, zona del poder chiíta situada al sur de Bagdad, pidieron a la población que formara grupos de voluntarios para proteger el hospital y llevarles alimentos a los enfermos. Hoy hay 40 voluntarios protegiendo el hospital y un destacamento de tropas norteamericanas cuida las puertas desde ayer. Pero el algodón no llega, falta alcohol, antibióticos, antisépticos, guantes, anestesia, suero. La luz sigue sin funcionar. La gente se muere anónimamente, nadie conoce el nombre de los heridos que van y vienen ni el de los muertos que esperan que alguien reclame por ellos. “No sabemos”, dice un médico. “Llegan heridos y si se nos mueren no conocemos ni siquiera el nombre.”