EL MUNDO
› OPINION
Los mil hijos de Bin Laden
› Por James Neilson
Se trataba de una amenaza, claro está. Cuando el caudillo –es de suponer vitalicio– egipcio Hosni Mubarak vaticinó que una consecuencia de la guerra contra Saddam sería la llegada de “un centenar de Osama bin Laden”, lo que quería decir era que no le gustaba para nada la irrupción en su patio trasero de una fuerza expedicionaria norteamericana. Con menos cinismo han empleado la misma táctica organizaciones humanitarias que atribuyen el terrorismo a “la pobreza”, a “la injusticia” o la “arrogancia occidental”: esperan que el temor a los hombres bomba sirva para que los poderosos de este mundo se movilicen en favor de sus propias prioridades. Sin embargo, en Washington, Jerusalén y otras capitales, ya se ha consolidado una tesis bien distinta. Los que rodean a George W. Bush y Ariel Sharon creen que la gran partera del terrorismo es la debilidad, la sensación de que una buena manera de conseguir los objetivos de cada uno consiste en sembrar el miedo atentando contra blancos enemigos atractivamente blandos.
No tardaremos en saber cuál de los dos bandos está en lo cierto: el de las palomas que apuestan a las concesiones destinadas a apaciguar a los enojados o aquel de los halcones que confían más en la dureza por entender que lo único que comprenden sus enemigos es la violencia. De tener razón, los que toman el terrorismo por una reacción acaso lamentable pero en el fondo lógica contra las lacras sociales y la insolencia de los poderosos, pronto tendremos que hacer frente a una ofensiva islámica en una escala jamás vista. En cambio, si han acertado sus adversarios, la ocupación fácil de Afganistán primero y poco después de Irak habrá tranquilizado los ánimos de los muchos que habían fantaseado en torno a una guerra santa contra el Occidente infernal representado por Estados Unidos e Israel.
Por ahora, parecería que los duros han ganado el debate. La caída de los talibanes no fue seguida por la destrucción de zonas de Nueva York y Londres, mientras el inicio de la campaña contra Irak no se vio acompañado por una marejada de kamikazes islámicos. Asimismo, los duros pueden señalar que si la pobreza y la injusticia estuvieran en la raíz del terrorismo, la mayor parte del planeta estaría en llamas desde siempre. En un sentido es bueno que haya sido así: será mejor que los muchos hijos de Bin Laden opten por emprender una carrera como vendedores de hamburguesas, no por seguir las huellas de su papá. Pero en otro sería muy malo porque los duros, convencidos de haber encontrado la forma más eficaz de aplastar el mal, no podrían sino hacerse más duros aún.