EL MUNDO
› ESTADOS UNIDOS TOMO TIKRIT, LA CIUDAD NATAL DE SADDAM HUSSEIN
El último bastión cayó sin gloria
La caída de Tikrit marcó el fin de los combates importantes en Irak. Los marines norteamericanos se instalaron en los palacios del ex rais, luego de que los vecinos de la ciudad lo saquearan.
Por Juan Carlos Sanz *
Desde Tikrit
Centenares de marines de EE.UU. dormían la siesta a primera hora de la tarde de ayer sobre sus blindados en la avenida del complejo presidencial de Al Faruk en Tikrit, sancta sanctorum del régimen iraquí. Destruido por las bombas, custodiado por enemigos y saqueado por vecinos, el destino del palacio del Sur simboliza la derrota de Saddam Hussein.
Los marines terminaron de ocupar por la mañana el centro de la ciudad, sin encontrar la esperada resistencia de fuerzas leales al régimen, antes de instalar su cuartel general en el colosal palacio del Sur, también situado a la orilla del Tigris y que apenas resultó afectado por los ataques aéreos. Los esporádicos combates que libraban en las afueras de Tikrit carros de combate y helicópteros estadounidenses para eliminar algunos focos de resistencia eran los únicos que contabilizaba en Irak el mando central de la coalición.
Mientras en el resto de Irak los ciudadanos rompieron o derribaron todos los carteles, estatuas y retratos de Saddam, en Tikrit, su ciudad natal, siguen aún intactos. Poco después del mediodía comenzaron a circular algunos transeúntes tras el fin de los bombardeos, mientras comprobaban que las tropas de EE.UU. habían tomado ya el control de la población.
“Los combates no afectaron al centro de la ciudad; ahora necesitamos pan, agua y electricidad ya”, decía Ahmed Tijnasi, un funcionario que había acogido en su casa la noche anterior a tres periodistas europeos.
Cerca también de la carretera Mosul-Bagdad, que constituye la única calle digna de tal nombre en Tikrit, el sastre Reda Mehdi aseguraba que todos los habitantes de Tikrit estaban en deuda con Saddam. “Sólo queremos la paz, pero si los norteamericanos no se van pronto, tendremos que echarlos”, advertía en medio del asentimiento de sus vecinos.
El despliegue militar, que superaba la cifra de 3.000 marines acompañados de un centenar de tanques, helicópteros de combate y de transporte y apoyados por cazabombarderos, mostraba con claridad la voluntad del mando de la coalición de ocupar el feudo de Saddam Hussein y del Partido Baaz, con un inmediato despliegue de fuerzas que no se produjo, por ejemplo, en la toma de Kirkuk o Mosul. Los últimos rescoldos de los combates eran visibles ayer al norte de la ciudad, donde helicópteros Apache dispararon misiles contra posiciones iraquíes, y al oeste, posible vía de escape hacia Siria de los responsables del régimen que supuestamente se habían refugiado en Tikrit, en una zona donde se registraban intensos bombardeos aéreos.
Junto a un puesto de control de los soldados estadounidenses, que cacheaban escrupulosamente a todos los hombres, se iban amontonando armas de fuego confiscadas en el centro de la ciudad. En todas las salidas de Tikrit se instalaron retenes de los “marines” con el propósito de evitar la huida de mandos militares o del Partido Baaz confundidos entre la población civil. Todas las tiendas permanecían cerradas y tan sólo el empleado de una gasolinera puso en marcha los surtidores tras hacer arrancar un generador eléctrico. “No sé cuál es la moneda legal ahora, así que les voy a regalar el combustible”, se justificó tras rechazar el pago en dólares. “Saddam fue un vampiro que chupaba la sangre del pueblo iraquí,”, era lo más elegante que acertaba a decir el ingeniero de origen kurdo Nawzad Zangana, de 33 años. “No sabe cuánto me alegré de ver los tanques de Estados Unidos por las calles de Tikrit.” Era una de las pocas voces discordantes que se atrevían a criticar ayer abiertamente al derrocado líder en su ciudad natal. Uno de los puntos más conflictivos de Tikrit seguía siendo el acceso por la carretera de Kirkuk, donde árabes provistos de machetes y fusiles hacían frente a tiros a grupos de saqueadores kurdos, entre los que figuraban algunos “peshmergas”. Los “vigilantes” de Tikrit aconsejaban entrar en la ciudad con bandera blanca e identificándose en los sucesivos puestos de control. Hasta llegar hasta el bombardeado puente central sobre el río Tigris, del que sobrevive una estrecha plataforma por la que apenas puede pasar un vehículo, era necesario atravesar dos o tres kilómetros de tierra de nadie donde las discusiones sólo se pueden resolver a balazos.
En ese puesto de control, una vez atravesado el cauce del Tigris, muy cerca de palacio presidencial del Norte, los “marines” alegaban no tener órdenes de intervenir al otro lado del río, a pesar de las súplicas que los habitantes árabes les hacían llegar a través de los periodistas. Por la tarde, una patrulla de paracaidistas norteamericanos, que aparentemente procedía de Kirkuk, acabó de despejar la carretera de merodeadores con la sola exhibición de sus vehículos “Hummies” dotados de lanzamisiles y ametralladoras pesadas. Es la primera vez que este enviado ha visto a fuerzas de la coalición interponerse para evitar choques entre sus aliados kurdos y la mayoría árabe de la población iraquí.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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