Mar 22.04.2003

EL MUNDO

Cómo es la elite que respaldaba a Saddam (y ahora teme por su vida)

“Si de algo nos arrepentimos es de no haber matado a todos los chiítas”, dicen en los suburbios de clase media alta donde viven los ex privilegiados del régimen de Saddam Hussein. En esta nota, el retrato de una comunidad que pasó de la opulencia al terror más intenso.

Por Angeles Espinosa *
Enviada especial a Bagdad

Lo tenían todo y ahora sus vidas penden de un hilo. Lo familia S. exhibe ojeras de muchos días. Exactamente la madrugada del 9 de abril su país llevaba 20 días en guerra, pero mientras Saddam Hussein seguía al frente ellos estaban a salvo. Pertenecían a esa elite, mayoritariamente sunnita, que con la desaparición del régimen no sólo ha visto volatilizarse sus privilegios sino que teme la venganza de los más descontentos. Son los perdedores de la guerra.
La casa de los S., en un barrio de clase media-alta a las afueras de Bagdad, no resulta especialmente ostentosa, pero los dos coches estacionados en el porche, un BMW y un todoterreno, dan una idea de su buen nivel de vida. Abu S. está acompañado de su mujer, Um S., y de sus hijas, N. y M. Su hijo mayor, S., hasta ahora diplomático en un país europeo, ha sido declarado persona no grata y expulsado; se ha refugiado en casa de un amigo en otro país de la Unión Europea y espera a que la situación se tranquilice para volver. El menor, W., permanece en Jordania, donde estudia. “Ya ve usted, hemos tenido que organizar patrullas para protegernos”, confiesa el padre ante la aparición de un hombre armado que causa el sobresalto de su familia hasta que lo identifica.
Abu S., un diplomático retirado que fue embajador en México, Portugal y Jordania, trabajaba como asesor del ministro de Asuntos Exteriores, Nayi Sabri. Tiene motivos para estar preocupado. Ya han empezado a oírse historias de venganza.
“Cuando dan las nueve de la noche se abre la veda –confiesa un residente que pide el anonimato–. Anteanoche, uno que estuvo condenado a siete años de cárcel por la denuncia de un miembro del Baaz (el partido único) vino pistola en mano a vengarse del delator”, explica. El agresor había salido de la cárcel con la amnistía general de octubre pasado. Sólo la intervención de los vecinos impidió el ataque.
Abu S. creía en el sistema y sigue hablando con el mismo tono doctrinal excepto cuando critica la presencia estadounidense. Entonces se pone nervioso y cambia rápidamente del inglés al árabe. “¿Ve usted lo que está pasando? Saqueos, robos, caos –se lamenta–. ¿Es ésta la democracia de Estados Unidos?”, pregunta sin esconder su ira. Los S. tienen claro quiénes son los responsables de este desorden. “La gente de Ciudad Revolución”, asegura N., la hija mayor, en referencia a una barriada pobre del sudeste de la capital que el dictador renombró como Ciudad Saddam.
“Son gente de clase baja, sin educación, con la que nosotros nunca nos hemos mezclado”, explica N. sin parpadear ni aclarar que se trata de una zona chiíta y que ellos son sunnitas. “Siempre les hemos temido. Saddam no les dio armas porque desconfiaba de ellos, pero ahora se han hecho con las que ha abandonado el ejército en su huida –dice la muchacha–. Si de algo nos arrepentimos es de no haberlos matado a todos”, confía sin que nadie le recrimine su crudeza. Saddam aplastó la revuelta chiíta que se desató tras la guerra del Golfo de 1991, pero esa comunidad, que constituye el 60 por ciento de la población iraquí, siempre ha estado marginada del poder.
“Han logrado el petróleo, pero con la ayuda de Dios no atraparán a Saddam Hussein porque todavía es fuerte”, interviene N. expresando más un deseo que una realidad. Los S. están convencidos de que el ex presidente de Irak sigue vivo y se encuentra escondido en algún lugar de Bagdad, aunque aseguran no tener idea de dónde.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.

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