Mié 23.04.2003

EL MUNDO

Quiénes son y qué rol jugarán los chiitas en el flamante Estado Nº 51

Son más del 60 por ciento de Irak. Por 35 años no tuvieron voz, voto ni derechos. En 1991 fueron masacrados por Saddam Hussein. En estos días, su masivo peregrinaje a la ciudad santa de Kerbala fue un festival de alegría. Pero son el próximo problema de Washington.

Por Angeles Espinosa*
Desde Bagdad

El peligro de la división. El peligro de la guerra civil. La patraña para justificar un “gobierno fuerte”, es decir, una dictadura. Los iraquíes no pueden vivir en democracia porque están divididos. Otra vez el tópico. Y sin embargo, kurdos, sabeos, chiitas, turcomanos, sunnitas, caldeos... sea cuál fuere la comunidad étnica o religiosa, todos se declaran antes que nada iraquíes. Quienes fomentan la imagen de país fragmentado apuntan con miedo a la comunidad chiita, a la que pertenece el 60 por ciento de los iraquíes, en su mayoría árabes, pero también algunos kurdos. Su aceptación o rechazo a la democracia y el pluripartidismo es clave para el futuro de Irak.
“En este país no ha habido partidos políticos, por eso la única vía de activismo posible ha sido la religión, de ahí el poder de las mezquitas”, explica un observador local. Pero los líderes religiosos sunnitas estaban cooptados por el régimen y desde su desaparición en la noche del 8 al 9 de abril, sus mezquitas se han quedado sin imanes. Oficialmente, no había mezquitas sunnitas o chiitas, pero todo el mundo sabía cuáles pertenecían a cada comunidad y los pequeños templos construidos con dinero privado permanecen, a diferencia de los oficiales, abiertos. La mayoría son chiitas. Es a través de estos canales como se está organizando la devolución de objetos robados en el frenesí de las primeras horas sin Saddam, e incluso la administración local en muchos pueblos y ciudades pequeñas. El relieve del clérigo en el islam chiita es aún mayor que el del cura de pueblo católico, por cuanto buena parte de las diferencias de esta rama con la ortodoxa, o sunnita, proviene de su respeto a una fuente de emulación o guía espiritual. Esta ausencia de un líder único es responsable de la eterna división de los chiitas, pero también de la mayor flexibilidad de su doctrina frente a la sunnita, extremo éste eclipsado por la intensa propaganda estadounidense tras la Revolución Islámica de Irán en 1979.
Iraquíes, iraníes, indios o libaneses, los 130 millones de chiitas de todo el mundo (un 10 por ciento de los musulmanes) siguen con devoción a un puñado de grandes ayatolas, cuyas escuelas se hallan sobre todo en la ciudad sagrada de Nayef (Irak) y, más recientemente, en Qom (Irán). Allí peregrinan (físicamente o vía Internet) desde todos los lugares del mundo en busca de orientación y consejo. De ahí que en un momento de confusión y caos como el que en la actualidad vive Irak, se mire hacia esos grandes hombres porque de sus palabras va a depender en gran medida el camino que elijan los chiitas de este país.
Tres grandes ayatolas concentran el mayor número de seguidores: Mohamed Baquer Sáder, Mohamed Baquer al Hakim y Alí Sistaní. Sáder fue asesinado en 1980, tras un atentado contra Tarek Aziz por parte de uno de sus seguidores. Su relevo lo ha tomado Kadhem al Haeri, cuyo regreso desde Irán se esperaba en estos días. Al Hakim también se exilió en Irán, y Sistaní, de origen iraní, vive en Nayef. Su popularidad va por zonas, pero es sin duda este último el que tiene una mayor base. Sin embargo, las últimas revelaciones sobre que algunos de sus seguidores cobraban de los servicios de seguridad de Saddam van a restarles credibilidad.
Además, la permanencia de al Hakim en Irán y la calculada ambigüedad de Sistaní (ni con Estados Unidos ni con Saddam), dan bazas a la escuela de Sáder. Son mayoritariamente sus seguidores los que han dado un paso al frente en las mezquitas del centro y el sur de Irak para mantener el orden y fomentar la formación de consejos para gestionar las administraciones públicas mientras dure el vacío de poder. Estados Unidos y el futuro gobierno de transición tendrán que contar con ellos si no quieren desatar las iras de la comunidad chiita. “De alguna manera la escuela de Sáder representa la izquierda del chiismo”, explica el observador antes citado. Aunque a diferencia del clero iraní, el iraquí sigue una línea de pensamiento contraria a la actividad política de los clérigos, Sáder era uno de los líderes de Al Dawa, un importante partido islamista cuyos seguidores se confunden en muchos casos con los del ayatola. El otro gran grupo político es el de los seguidores de al Hakim, organizados en el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Irak (Csrii).
“El temor que tenemos es que Estados Unidos fomente la división en su propio beneficio”, confían varios chiitas urbanos y educados, alguno de los cuales se declara laico. No es una mera hipótesis. La llegada a Nayef de la mano de las tropas estadounidenses de Abdel Mayid al Joie, hijo del asesinado gran ayatola Al Joie, despertó muchas sospechas. Pocos días después, unos desconocidos le daban muerte por proteger al guardián del Sepulcro del imán Alí, al que muchos consideraban un colaborador de Saddam. Unidos, los chiitas podrían hacer suficiente presión para exigir la salida de las tropas estadounidenses de Irak, una exigencia que a menor o mayor plazo está en boca de todos los iraquíes.
Algunas voces ya han empezado a llamar a la unidad. Y no sólo de los chiitas, sino de todos los musulmanes. “Ni chiitas ni sunnitas. Sí a la unidad islámica”, reza una pancarta con imagen del ayatola Sáder (chiita) en una esquina de la avenida Mansur, uno de los barrios elegantes de Bagdad. En la Kadhumiya, una barriada eminentemente chiita y pobre, más al norte, un comunicado conjunto del Consejo Superior de los shiíes y de la Asociación de Religiosos Sunitas, insta también a la unidad nacional.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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