EL MUNDO › EL PRESIDENTE FRANCéS ARRANCó LA CAMPAñA INTERPELANDO A LA EXTREMA DERECHA; LE PEN NO DIO NINGUNA CONSIGNA DE VOTO
Para ganarle al socialista Hollande –que salió primero–, el mandatario necesita conquistar dos categorías de electores opuestas: los centristas y los ultraderechistas. Su rival ya tiene los votos del Frente de Izquierda y de los ecologistas.
› Por Eduardo Febbro
La guerra sucia comenzó. Apenas se vaciaron las urnas con los votos que le dieron al candidato socialista François Hollande 28,63 por ciento de los sufragios, al presidente Nicolas Sarkozy 27,18 por ciento y a la candidata del partido de extrema derecha Frente Nacional, Marine Le Pen, con 17,9 por ciento, la campaña para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 6 de mayo se orientó con rumbo a la búsqueda de la combinación de la que saldrá el futuro presidente. Ambos candidatos dependen hoy de lo que harán los 6.421.773 electores que optaron por la ultraderecha y los 3.275.349 que lo hicieron por el centrista François Bayrou. La cuadratura del círculo son los votantes del Frente Nacional y Sarkozy sacó anoche la artillería pesada para seducirlos: “Nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros ancestros hicieron los paisajes de Francia, construyeron nuestras ciudades y nuestras catedrales”, dijo el presidente. Luego agregó: “Los grandes países que tienen éxito son aquellos que creyeron en la nación e hicieron respetar la identidad nacional”. Sin ambigüedad. Toda la máquina hacia los extremos. Los extranjeros molestan, destruyen, manchan la identidad.
Marine Le Pen no dio ninguna consigna de voto y lo más probable es que llame a votar en blanco. La candidata frentista ya puso la mira en las elecciones legislativas de junio, basada en el mismo objetivo con que desplegó las presidenciales: contra los dos partidos mayoritarios, el Partido Socialista y la Unión por una Mayoría Popular de Nicolas Sarkozy. Ambos, dice esta abogada de 43 años, son un palo de la misma enfermedad. El futuro político de Francia pende de la versión más obscena a indecente de la acción política: xenófoba, negacionista, antisemita, antimusulmana, antieuro y una larga lista de impresentables “anti”.
La ultraderecha bailó su victoria hasta la madrugada. Los conservadores están seguros de llevarse la presidencial de mayo. Adicionados, el total de los votos de la derecha son mayoritarios: Sarkozy, más Le Pen, más Bayrou y Nicolas Dupont-Aignan suman 56 por ciento. Esa es la contabilidad optimista que hace el equipo del jefe del Estado. Los socialistas, con todas las fuerzas de izquierda detrás de ellos, llegan a 43,7 por ciento. Sin embargo, la transferencia de votos entre las dos vueltas no es automática en su totalidad. Un 68 por ciento de los electores del Frente Nacional erigiría a Sarkozy, 18 por ciento a François Hollande y 22 por ciento se abstendría. En cuanto a los centristas, un tercio optaría por Hollande, otro tercio por Sarkozy y un tercio más se abstendría. El problema es que estos datos son variables: cada encuestadora ofrece una pizarra distinta de la transferencia de votos. Las diferencias que se constatan son abismales.
Ello no cambia el desafío: indiscutiblemente es la extrema derecha la que maneja el juego. Sarkozy y Hollande tienen dificultades casi semejantes; para ganar, Sarkozy necesita conquistar dos categorías de electores opuestas: los centristas y los ultraderechistas. En cinco años de mandato nunca pudo lograr esa síntesis. A Hollande le hace falta lo mismo, aunque con dos diferencias: uno, salió primero en la vuelta del domingo pasado, lo que constituye tanto un efecto positivo como una ventaja: dos, los votos del Frente de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon y de la ecologista Eva Joly están en su campo. Ambos candidatos llamaron a votar por él.
Consciente de ese déficit, Sarkozy salió a atacar primero. Ayer acusó a los socialistas de haber querido “instalar” en la presidencia al ex director gerente del Fondo Monetario Internacional Dominique Strauss-Kahn. Este brillante economista francés era el ultrafavorito de los sondeos, pero cayó a los abismos a raíz de dos escándalos sexuales consecutivos. El presidente candidato se dirigió también a los electores frentistas, “a la Francia que sufre”: “Los he escuchado”, dijo el mandatario. No hay dudas de ello. Lleva cinco años coqueteando a la cabeza del Estado con los vapores de la ultraderecha, atacando a Europa, a los inmigrados, a los musulmanes, jugando al gendarme enojado, modificando de manera perversa las leyes sobre la inmigración y la no inmigración (la última terminó con un montón de estudiantes de elite expulsados). Sarkozy hizo crecer al monstruo y ahora necesita de él.
La extrema derecha, cuyo electorado es cambiante, se frota las manos. Radiante y rubia, Marine Le Pen se pasea con el trofeo por todos los canales de televisión. La hija del negacionista Jean-Marie Le Pen, a sus 43 años, superó el modelo paterno. Multiplicó por dos los votos de su papá y se izó al rango de ineluctable. El electorado de la ultraderecha está compuesto por campesinos iletrados, por 29 por ciento de obreros y 33 por ciento de pobres. En resumen, 70 por ciento de los votantes frentistas son oriundos de las clases populares, o sea, el segmento más golpeado por la crisis y, por consiguiente, por la política de Sarkozy. Marine Le Pen les vendió su cuento de sacarse de encima el 95 por ciento de los extranjeros y salir del euro.
Los socialistas se concentraron en su estrategia, es decir, mantener la dirección de coherencia, firmeza y tranquilidad que caracterizó su campaña, sin por ello rechazar a quienes votaron por Le Pen. De aquí a la segunda vuelta hay 15 días muy densos, donde todo puede pasar: desde que Sarkozy asuste a los moderados con su discurso, y éstos se alejen de él y voten a Hollande, hasta crear una suerte de electroshock a la derecha capaz de recuperar porcentajes masivos de los votantes de la ultraderecha. Es un combate “mano a mano” entre un presidente-candidato sin freno, capaz de decir hoy una cosa y mañana lo contrario, y un candidato socialista que hizo de la placidez, la lentitud y la coherencia su imán más decisivo. Combate de programas, guerra de personalidades al cabo de la cual Francia elige un destino perfectamente reflejado en lo que cada candidato dice, en lo que encarna y exhibe, de sí mismo y de su programa.
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