EL MUNDO › OPINIóN
› Por Súlim Granovsky *
En 1915, el 24 de febrero, los turcos secuestraron a la elite intelectual armenia, el Iluminismo armenio, para privarla de su iniciativa de resistir y organizar la defensa de sus conciudadanos ante el gigantesco pogromo que estaba preparándose en las sombras. Centenares de escritores, poetas, abogados, médicos, arquitectos, sacerdotes, políticos fueron asesinados en el transcurso de horas. En el corto tiempo siguiente fueron arrancados de sus hogares los hombres y los jóvenes para incorporarlos a las fuerzas armadas, aunque su status militar les duró poco porque les arrebataron las armas y los esclavizaron para las tareas más duras hasta conseguir su exterminio por hambre y frío, o con el tiro final de gracia cuando sus fuerzas los habían abandonado definitivamente. Despobladas las viviendas de hombres, las mujeres y los niños salieron a las caravanas de la muerte por el desierto con el objetivo inalcanzable de llegar al destierro en Alepo. Quienes sobrevivieron, ya que pocas llegaron a Siria, fueron masacradas por los soldados turcos en los caminos, balanceándose en los postes colgadas del cuello, muriendo sin alimentos ni agua. Como hicieron los nazis con la burguesía rica húngara que pagó su pasaje en los trenes camino a los campos de concentración y las cámaras de gas, también algunos armenios subieron a los trenes y murieron ahogados sin destino en los vagones. No tuvieron suerte las jóvenes sobrevivientes porque fueron violadas por los turcos y sus cómplices kurdos o seleccionadas para poblar los harenes de los poderosos. Lo entendemos los argentinos: les arrebataron a las madres sus niños para darlos en adopción a hogares musulmanes donde perdieron los rastros de su pasado familiar, étnico y nacional.
El argumento de los genocidas siempre tiene coincidencias. Los nazis exterminaron a seis millones de judíos acusándolos de ser parte de la plutocracia dominante en el mundo de dinero. Al millón de gitanos por pertenecer a una raza inferior. A los políticos de izquierda por introducir ideologías extrañas al paganismo hitleriano. A los 500.000 homosexuales condenados al holocausto rosa por su incapacidad de procrear rubios de ojos celestes. Los Testigos de Jehová, que no portaban la estrella de David de los judíos sino un triángulo identificatorio violeta, castigados hasta la muerte por objetores de conciencia que se negaban a ser movilizados militarmente.
¿Y a los armenios? En nombre del nacionalismo turco otomano había que castigar su oculta rusofilia que preparaba su traición al imperio, para lo cual era necesario extrañarlos de su tierra, despojarlos de los comercios, los cultivos de sus campos, de los muebles de sus hogares, las artesanías, los adornos, las bibliotecas y, desde luego, el dinero y las joyas que tuviesen. Nada quedó de una clase armenia poderosa y rica, de una próspera burguesía mercantil, de las escuelas y las bibliotecas. De los más de dos millones de armenios que vivían en el imperio hasta el año 1915, en el transcurso de cortos ocho años el genocidio armenio se cobró 1.500.000 víctimas.
Habían transcurrido 600 años de convivencia pacífica en el seno del imperio, donde los armenios compartían el manejo de las finanzas, los negocios, las exportaciones. La mayor parte de los edificios de Constantinopla los habían construidos arquitectos armenios. Las principales mezquitas fueron también obra de arquitectos armenios. Funcionarios armenios asesoraban a los jerarcas oficiales turcos. Con todo, era una paz ficticia, porque una serie de avatares presagiaba el final de esa precaria concordia previa al genocidio de 1915. En sólo un par de años desde 1895 Abdul Hamid, el Sultán Rojo, así bautizado por sanguinario, desató el aniquilamiento de 300.000 armenios. Durante la era hamidyana “cualquier musulmán tenía permiso para probar el filo de su sable en el cuello de un cristiano armenio”. Algo selectivo en su instinto asesino, Hamid ordenó masacrar a los armenios de Anatolia particularmente si estaban vinculados con los partidos políticos y con las misiones religiosas, ámbitos peligrosos porque se trataba de organizaciones sociales con capacidad de convocatoria y esclarecimiento de la realidad. Es cierto que en 1908 el naciente movimiento de los Jóvenes Turcos había derrocado a Hamid, generando la solidaridad de los armenios. El encanto duró poco, porque en las reuniones secretas del Partido Unión y Progreso de los Jóvenes Turcos se resolvió que los armenios eran enemigos internos del proceso de turquificación y debían ser perseguidos hasta su aniquilamiento. El ministro del Interior, Talaat, consideró que como los armenios “habían perdido el derecho a la vida en el Imperio Otomano”, en una guerra santa no debían desperdiciarse municiones y había que matarlos a cuchilladas o ahogarlos en el Eufrates. Así se hizo.
No cicatrizó la herida abierta porque el negacionismo turco pervive en el artículo 301 de su Código Penal, que penaliza la sola mención del exterminio armenio, pese a que una categórica mayoría de Estados nacionales lo condena. En nuestro país se prohibió la negación de la existencia histórica del delito de genocidio y se incorporó a la Ley Nacional Nº 23.592 el siguiente texto: Será reprimida con prisión de un mes a dos años la difusión por cualquier medio de ideas o doctrinas que nieguen, justifiquen o trivialicen flagrantemente la existencia histórica de conductas enmarcables en el delito de genocidio –en particular la Shoá (Holocausto), el genocidio armenio y el terrorismo de Estado que tuvo lugar durante la última dictadura militar en Argentina– de modo que afecte la dignidad o el derecho a la no discriminación de alguna persona o grupos de personas por cualquier pretexto, ya sea en forma directa o indirecta. En aquellos casos en que la referida conducta se ejecute de modo tal que pueda implicar una incitación a la violencia, la persecución o el odio, será aplicable lo dispuesto en el último párrafo del Art.3. Durante la presidencia de Néstor Kirchner se sancionó la ley que designa al 24 de abril como Día de Acción por la Tolerancia y el Respeto entre los Pueblos.
* Autor del ebook Exterminio armenio, el genocidio silenciado, de acceso gratuito en Internet.
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