EL MUNDO
› OPINION
Lo que dirán los halcones
› Por Claudio Uriarte
Colin Powell lo ha hecho de vuelta. Ha vuelto a fracasar, esto es. Por cierto, no se trata de una sorpresa: las negociaciones con Corea del Norte habían fallado antes; no había ninguna razón para que tuvieran éxito ahora. El efecto disuasor esperado del espectáculo de la invasión estadounidense a Irak no se cumplió: Pyongyang no sólo siguió jugando con idas y vueltas en sus declaraciones sobre la fabricación de plutonio, sino que ayer volvió a subir el precio de la desactivación de su programa de armas nucleares, admitiendo que ya dispone de ellas (un par de bombas, según estiman los estadounidenses, que con el plutonio podrían aumentar a seis). Es que Corea del Norte no es Irak: EE.UU. podría bombardear las instalaciones nucleares norcoreanas, pero eso arriesgaría respuestas nucleares de Pyongyang contra Corea del Sur y Japón, y en todo caso el bombardeo muy probablemente dejaría una estela de lluvia radiactiva en la región, lo que desde luego ninguno de sus países quiere.
Powell había favorecido una negociación multilateral con Corea del Norte, donde también entraran Corea del Sur, Japón y China. De esta lista, Corea del Norte vetó a los dos primeros. No es difícil entender por qué: Corea del Norte podrá usar su programa nuclear para el chantaje económico a Washington, pero es China su principal suministradora de know-how nuclear y misilístico, y una de sus escasas fuentes de ayuda. Entonces, postular la mediación de China en un diálogo con Corea del Norte parecía un poco absurdo. Pero el secretario de Estado no estaba solo en ese equívoco: los intereses económicos chinos han entrado en gran profundidad en Estados Unidos, y la política conciliadora de Departamento de Estado
es su expresión más clara. Sin embargo, el redoble de apuesta del régimen de Kim Jong-il lo deja en mala posición frente a la Casa Blanca, que hubiera querido dedicarse ahora a gestionar la reelección de George W. Bush en vez de enfrentar otra ronda desgastante de escaladas y regateos en el noreste asiático.
Con la doctrina Powell aparentemente fuera de juego, puede ser el turno de los halcones. Previamente al inicio de este nuevo capítulo del melodrama, trascendió a la prensa un plan de acción con la presunta autoría del secretario de Defensa Donald Rumsfeld. El plan contemplaba una política de “cambio de régimen” en Pyongyang, pero no por medios militares, sino por un pacto con China. Esto tiene más sentido de lo que parece: China necesita vitalmente de la ayuda y el comercio de Estados Unidos, y, para Rumsfeld, sería mejor negociar con el dueño del circo antes que con el payaso. Después de todo, falta un cuarto de siglo para que su cumpla su predicción de China como el enemigo estratégico de EE.UU en el siglo XXI.