EL MUNDO › BAJO EL SOL OPRESIVO DE LA CRISIS SIN FIN Y EN MEDIO DE UN COLAPSO DEL SISTEMA POLITICO
Entre la falta de medicamentos, sueldos impagos, 22 por ciento de desempleo, suicidios en alza, tres millones de pobres recién llegados al mercado de la pauperización, salarios divididos por la mitad, los griegos eligen su futuro.
› Por Eduardo Febbro
Desde Atenas
Se pueden elegir con libertad los colores para pintar el gran fresco del desastre: a Grecia no le falta ninguno. Penuria de medicamentos, sueldos impagos, desempleo (22 por ciento de la población activa), suicidios en alza, tres millones de pobres recién llegados al mercado de la pauperización (28 por ciento de la población), salarios divididos por la mitad, dignos de un país pobre, ricos que jamás pagan impuestos, corrupción masiva en las instituciones del Estado, juventud en busca de otras fronteras, decenas de miles de personas sin domicilio y hasta una isla, Zante, hoy bautizada “isla de los ciegos” porque se descubrió que más de 600 personas cobraban un subsidio social de 325 euros cuando en realidad apenas había 50 ciegos. La afabilidad de la gente no refleja este profundo drama social y político. El pasado 4 de abril, Dimitris Christulas, un farmacéutico jubilado de 77 años, se elevó a la estatura de símbolo de la debacle nacional con un gesto sin retorno: a las 9 de la mañana, Dimitris Christulas se disparó un tiro en la cabeza en la emblemática plaza Syntagma, justo enfrente del Parlamento. “No puedo más, no quiero dejarles deudas a mis hijos. El gobierno redujo a la nada mis posibilidades. No encuentro otra solución para un fin digno”, escribió. El árbol de la plaza Syntagma donde puso fin a sus días es casi un lugar de culto para quienes, como Panos Giotakos, un empleado del Ministerio de Educación, la muerte de Dimitris equivale a un “crimen de Estado”. En apenas tres años Grecia pasó de la bonanza a la indigencia, de la vitrina idílica del Mediterráneo a la desnudez de un sistema que funcionaba con espejismos.
“Hemos llegado a la cita exacta con la realidad. Soñar es imposible, lamentarse por el pasado es inútil. Todos nos beneficiamos con el sistema anterior, pero era una mentira. Lo único que nos queda por hacer es tener paciencia y reconstruir. Harán falta muchos años y alguien medianamente honesto que tome las riendas de este país. Eso es lo más difícil”, dice Panos Giotakos mientras recorre con los ojos llenos de emoción el árbol donde murió Dimitris Christulas. A los griegos se les atragantan las palabras cuando escuchan que en el resto de Europa los hacen responsables del futuro de toda la Eurozona: “¡Es hipócrita. Ellos son tan cómplices como nuestra clase política!”, dice con rabia Vassillis Paperigaus, un vendedor de ropa de la zona de Plaka. Los males de Grecia se fueron sumando como un rosario de desgracias: la crisis de la deuda trajo la crisis económica, ésta la crisis política, luego se pegó la crisis social y moral y, último escalón del precipicio, la crisis humanitaria.
Luka Kastelli, ex ministra de Economía y luego ministra del Trabajo del gobierno socialista de Lucas Papandreu, le agrega a esas crisis otra peor: “la austeridad que se le impuso a Grecia no sólo incrementó las desigualdades e hizo tambalear todo el sistema político. También acarreó una crisis de legitimidad de las instituciones”. Luka Kastelli fue expulsada del Partido Socialista griego (Pasok) por haber votado contra el plan de ajustes. Para salir del dilema de la ilegitimidad y refrescar el sistema, Luka Kastelli fundó en abril pasado el partido Koisy, el Acuerdo Social. La ex ministra socialista apoya hoy las propuestas de la coalición de la izquierda radical Syriza. Kastelli ve las elecciones de este domingo como el planteo de un nuevo rumbo. No se trata de “elegir por un partido o por otro, sino de optar por un gobierno con suficiente capacidad como para negociar con toda la firmeza necesaria los cambios sustanciales en las políticas económicas”.
Kastelli tomó el rumbo correcto: saltó del barco del desprestigiado Pasok antes de que la sociedad los barriera del horizonte. Una dirección distinta a la que tomó Milena Apostolaki. La mujer ocupó una banca de diputada del Pasok durante más de una década. Era una de las mujeres diputadas más populares, hasta que le pasaron la cuenta y fue aplastada en las elecciones del pasado 6 de mayo: “Pagué por todo”, dice aún bajo el efecto de la derrota. Pagó por el arraigado clientelismo de los socialistas y, sobre todo, por el famoso “memorando”, es decir, el plan de austeridad que firmó el Pasok.
Los intelectuales griegos que sueñan desde hace mucho con una reforma global sienten que la hora sonó a destiempo y que la metodología forzada por Europa es “inadaptada”, según la expresión del director de la revista literaria más antigua del país (Nea Estia), Stavros Zoumbulakis. Este intelectual delicado reconoce la “necesidad de una reforma, pero ninguna sociedad puede reformar con una pistola en la cabeza”. Una pistola y la humillación. Eso es lo que sienten los griegos: que los abruman y los humillan. “Creen que somos todos mendigos, vagos y mentirosos”, dice entre risas y arrebatos de malhumor Aris, un comerciante de una de las calles peatonales de Plaka. El discurso alemán sobre la “vagancia” de los griegos caló en la percepción que la gente que visita Grecia tiene del país. “Son asnos –agrega Aris–. Se creen que cuando pisan Atenas llegan a una ciudad donde hay una guerra civil.”
Pero no hay guerra. Sólo un motón de cólera, miedo, desaliento y, por encima de todo, una contagiosa alegría de vivir. “El sol, el sol, el sol nos salva del presente y también del pasado”, dice entre carcajadas Petros, un agente inmobiliario que no vende “ni un sucucho desde hace ocho meses”. Esa Grecia vota hoy. Bajo ese otro sol opresivo y sin fin que es la crisis.
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