EL MUNDO › BALANCE DEL ENCUENTRO DE LAS IZQUIERDAS DEL MUNDO
Al cierre del foro, Chávez expresó varios interrogantes: ¿qué harán las fuerzas sociales que concurrieron a Caracas cuando vuelvan a sus países?, ¿cómo organizarán sus luchas?, ¿cuál es el plan de batalla? Los temas pendientes.
› Por Atilio A. Boron
Opinión
Desde Caracas
El viernes por la noche concluyeron en Caracas las deliberaciones del Foro de San Pablo. No habría exageración si dijéramos que fue la reunión más concurrida y variada del foro desde su creación, en la ciudad de San Pablo, en 1990. Numerosos partidos y movimientos sociales de América latina y el Caribe se dieron cita en esta ciudad, junto a un significativo contingente de organizaciones hermanas de Europa, Africa y Asia. El balance final del cónclave es, en un cierto sentido, positivo, aunque en algunos aspectos que veremos a continuación hay muchas cosas para mejorar. Positivo porque en el multitudinario evento se dieron cita una gran cantidad de partidos y movimientos que tuvieron la posibilidad de intercambiar opiniones, comparar experiencias y realizar un rico y necesario aprendizaje recíproco. Positivo también porque ante el conocido eclecticismo ideológico del foro –del cual participan partidos que sólo por un alarde de la imaginación podrían categorizarse como de izquierda–, el discurso de cierre pronunciado por el comandante Chávez fijó una nueva agenda que los partidos y organizaciones del FSP deberían considerar muy cuidadosamente en sus próximos encuentros.
En primer lugar, preguntándose, como lo hizo Chávez citando un pasaje de la obra de Marx, por el carácter y la naturaleza de la transición que habrá de sustituir al capitalismo por un nuevo tipo histórico de sociedad. Porque, más allá de la crítica necesaria al neoliberalismo y su todavía hoy pesada herencia, el problema es el capitalismo, lo que hay que vencer y subvertir es el capitalismo. ¿O es que las luchas protagonizadas por nuestros pueblos, con sus tremendos sacrificios y sus miles de vidas ofrendadas para la construcción de una nueva sociedad, sólo lo fueron para pasar del neoliberalismo al neokeynesianismo, o al desarrollismo, o al espejismo de un “capitalismo verde”? Con su sagaz interrogación, Chávez señalaba una de las principales debilidades teóricas de la Declaración de Caracas aprobada por el FSP.
Segundo, porque, siguiendo con ese mismo razonamiento, advertía que el socialismo no caerá del cielo como producto de un determinismo económico, como sugería Eduard Bernstein a finales del siglo diecinueve, sino por la intervención del plural y heterogéneo sujeto revolucionario. Claro está que para responder a las necesidades de la praxis ese sujeto debe concientizarse, educarse y organizarse. Y remataba su incisiva reflexión con una pregunta: ¿qué harán las fuerzas sociales que concurrieron a Caracas el día después, cuando vuelvan a sus países?, ¿cómo organizarán sus luchas, cuál es el plan de batalla, quiénes asumirán cuáles responsabilidades en la ejecución del mismo? Preguntas no sólo pertinentes, sino acuciantes, porque las burguesías, las oligarquías y el imperialismo no sólo tienen sus foros –el de Davos siendo el más importante–, sino que también disponen de instancias que organizan sus fuerzas y planifican y coordinan sus batallas, las mismas que se libran en el terreno mundial y no tan sólo en los espacios nacionales. Nuestros enemigos no sólo deliberan, sino que actúan organizadamente; no se los podrá enfrentar con éxito sólo con bellas declaraciones. Esta, nos parece, es una de las fundamentales asignaturas pendientes no sólo del FSP, sino también de su organización hermana, el Foro Social Mundial. Ante una burguesía imperial y sus aliados locales fuertemente organizados no podemos oponer tan sólo la abnegación militante y el grito que denuncia la inhumanidad del capitalismo, desentendiéndonos alegremente de la decisiva problemática de la organización.
La declaración aprobada en Caracas condena las tentativas golpistas en contra de Evo Morales, Manuel Zelaya, Rafael Correa y la más reciente contra Fernando Lugo. Olvida señalar, lamentablemente, el golpe perpetrado contra Jean-Bertrand Aristide en Haití, en el año 2004. Falla grave, porque no se puede disociar este olvido de la desafortunada presencia de tropas de varios países latinoamericanos –Brasil, Chile, Argentina, entre otros– en Haití cuando en realidad lo que hace falta en ese sufrido país son médicos, enfermeros, maestros. Pero de esto se encarga Cuba, cuyo generoso internacionalismo es una de las señas más honrosas de su revolución. Por otra parte, hubiera sido conveniente que la declaración de un foro de la izquierda hubiese exigido el cierre de las bases militares que en número de 46 –según el último recuento del Mopassol (Movimiento por la Paz, la Soberanía y la Solidaridad entre los Pueblos)– se extienden por toda América latina y el Caribe. Aunque Washington no modifique un ápice su postura beligerante, una exigencia unánime respaldada por más de un centenar de partidos políticos –incluyendo varios de gobierno– hubiera contribuido a resaltar, ante los ojos de la opinión pública latinoamericana y estadounidense, las amenazas que encierra la presencia de esas bases en nuestra América. Lo mismo cabe decir en relación a la afirmación que asegura que nuestra región es una zona desnuclearizada. Esto era cierto hasta antes de la firma del tratado Uribe-Obama; ahora no lo sabemos, porque nadie, excepto la Casa Blanca, sabe qué tipo de armamentos –nucleares o no– el Pentágono introdujo en Colombia una vez que, en virtud de dicho tratado, ésta renunció a su derecho a inspeccionar los cargamentos que entran y salen de su territorio. Por último, la declaración habla de “los limitados logros de los Tratados de Libre Comercio bilaterales”. Creemos que esta redacción es desafortunada, como lo comprueba la experiencia más madura en esta materia: el caso mexicano. Antes de la firma del TLC con Estados Unidos y Canadá, México era autosuficiente en materia alimentaria; hoy, luego de 18 años de “libre comercio”, debe importar el 42 por ciento de los insumos necesarios para su alimentación. Antes su factura por concepto de importación de comestibles era de 1800 millones de dólares; en 2012 será de unos 24.000 millones de esa misma moneda. No luce demasiado como un “logro”.
Por último, no se entiende cómo las autoridades del FSP le negaron el derecho a la palabra –¡no sólo el ingreso de la Marcha Patriótica como una organización política afiliada al foro, pese a todos los avales presentados por partidos políticos dentro y fuera de Colombia– a la senadora Piedad Córdoba, una de las principales figuras de la política latinoamericana y considerada en todo el mundo como una merecidísima candidata al Premio Nobel de la Paz por sus denodados esfuerzos para facilitar la liberación de los rehenes en poder de la guerrilla y alcanzar una solución política al trágico conflicto colombiano. Aparte de informar sobre la dolorosa situación imperante en su país, Córdoba tenía que denunciar la amenaza de muerte, lanzada por escrito, hace apenas dos días en contra de trece militantes de diversos organismos de derechos humanos. Argucias leguleyas, inadmisibles en una entidad que dice ser de izquierda, nos privaron de escuchar su testimonio, lo que no pasó inadvertido para el presidente Chávez. Y otro tanto se hizo con los hondureños de Libertad y Refundación (Libre), partido que representa mejor que ningún otro la resistencia al gobierno de Porfirio Lobo, cuyo triste record en materia de asesinato de periodistas (24 desde que se produjera el golpe), más los numerosos crímenes y encarcelamientos de campesinos y militantes, hubiera merecido de parte del FSP un gesto, aunque fuera elemental, de solidaridad, siendo que uno de sus líderes, Rafael Alegría, se encontraba entre nosotros. Habrá que luchar para que exclusiones como éstas no vuelvan a repetirse en el futuro. Como puede inferirse de estas líneas, hay que abandonar el triunfalismo que por momentos saturó las deliberaciones del foro y avanzar en la constitución de un espacio de discusión fraternal pero profunda, sin concesiones, y a salvo de cualquier clase de trabas burocráticas o formalistas que la asfixien. Discusión tanto más importante en la medida en que se supone que la misión del FSP es cambiar al mundo, y no sólo interpretarlo (o lamentarlo). Y cambiar el mundo en dirección del socialismo requiere de una claridad teórica, por aquello de que “no hay praxis revolucionaria sin teoría revolucionaria”. Y los tiempos que corren exigen a gritos una revolución.
Conviene recordar, para los espíritus muy mesurados y moderados que circularon por el FSP, lo que decía Walter Benjamin: la revolución no es un tren fuera de control, sino la aplicación de los frenos de emergencia. El tren descontrolado, que se encamina al abismo, es el capitalismo. Y si no lo frenamos a tiempo, la humanidad entera sufrirá las irreparables consecuencias de ese desastre. No hay peor cosa que un conductor timorato y vacilante a la hora de aplicar los frenos de emergencia. En una hora que se requiere, como decía Danton, “audacia, audacia y más audacia”, la moderación lejos de ser una virtud, se convierte en un pecado mortal.
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