EL MUNDO › EL DIRIGENTE SOCIALISTA FRANCéS DIJO QUE EL ESTADO NECESITA 30 MIL MILLONES DE EUROS EXTRA
Veinte mil millones de euros se recaudarán con más impuestos para las empresas y para los hogares más ricos. Esto supone el fin de los privilegios fiscales que Sarkozy había acordado con los más pudientes. Diez mil millones vendrán de recortes a los ministerios.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
La hora de las cuentas que duelen llegó cuando las ilusiones suscitadas por la elección del socialista François Hollande a la presidencia de la República en mayo pasado se empezaban a evaporar como olas sin volumen. El jefe del Estado anunció ayer una “agenda para la recuperación” cuyo eje central son gigantescos recortes presupuestarios y aumento de los impuestos que, mayoritariamente, recaerán sobre las empresas y los hogares con más dinero. Se trata, según admitió el mismo Hollande, del “esfuerzo económico más grande de los últimos 30 años”. El dirigente socialista detalló que el Estado necesitaba encontrar 30 mil millones de euros suplementarios para cerrar las cuentas del año que viene. De esos 30 mil millones, 20 mil millones se recaudarán con un incremento de los impuestos compartido entre los ciudadanos y las empresas, y los otros 10 mil millones vendrán de recortes de los gastos en casi todos los ministerios. La suma equivale al 1,5 por ciento de la riqueza nacional. El presidente atraviesa un momento delicado: los sondeos de opinión le son adversos –tiene la confianza de menos de la mitad de los ciudadanos–, su propio campo no oculta su zozobra ante la aparente inmovilidad, la izquierda radical amenaza con bloquear el voto de textos decisivos y los medios cargan contra Hollande como si llevara tres años en el poder.
Son apenas cuatro meses, pero los títulos de los grandes diarios y semanarios reflejan una voracidad indecente: “¿Y si Sarkozy tenía razón?”, se pregunta la primera plana del semanario conservador Le Point, mientras el diario progresista Libération también se planteaba: “Sarkozy, ¿estás ahí?”. Francia quedó tan intoxicada por el sarkozysmo, por su estrategia invasora, por su batería de anuncios y medidas pocas veces llevadas a la práctica que, la semana pasada, el primer ministro francés, Jean Marc Ayrault, les dijo a los periodistas que era preciso que se “desintoxicaran”. El Ejecutivo está bajo la presión de los medios, la impaciencia de la sociedad, los efectos permanentes de la crisis, el desempleo y las consecuentes ilusiones de un cambio que tarda y que la elección de Hollande hizo nacer en el electorado. Pero el rigor de las cuentas y el ejercicio del poder imponen límites a los sueños. Riguroso y muy sólido en sus argumentos, Hollande aclaró ayer que, en lo sustancial, no había cambiado su posición: los ricos pagarán más. El jefe de Estado interpeló a los ricos para que “demuestren su patriotismo” y, de paso, confirmó que el gobierno implementará una las promesas de la campaña electoral que fue decisiva para su elección: el impuesto del 75 por ciento aplicable a los ingresos superiores al millón de euros.
“Los que tienen más, tendrán que pagar más”, dijo, al tiempo que precisó que los aumentos impositivos no se aplicarán de forma “lineal”, ni “indiscriminada”. El paquetazo adelantado por el jefe de Estado supone el fin de los exorbitantes privilegios fiscales que el ex presidente Nicolas Sarkozy había acordado con los más pudientes. Cuando Hollande había anunciado durante la campaña el gravamen del 75 por ciento sobre los ingresos mayores al millón de euros, los deportistas, los cantantes y los actores pusieron el grito en el cielo. Fueron los más acérrimos enemigos del impuesto y hoy serán los primeros en pagarlo. En total, mediante los dos gravámenes que se aplicarán, uno a 75 por ciento y otro a 45 por ciento, habrá unas tres mil personas que volverán a pasar por las cajas del Estado. Asimismo, el mandatario precisó que las ganancias del capital pagarán el mismo porcentaje de impuestos que el que se abona por las ganancias obtenidas mediante el trabajo, o sea, entre 19 y 24 por ciento.
Hollande dijo que, al igual que en el resto de Europa, Francia tiene una “batalla contra el desempleo y otra contra la deuda. Lo mismo que en Europa, necesitamos disciplina y crecimiento”. En línea con esta declaración, Hollande anunció que el Estado creará 100 mil puestos de trabajo en un mercado golpeado como nunca por el desempleo. Las estadísticas publicadas hace una semana dan cuenta de tres millones de desocupados. El presidente francés propuso a la sociedad un contrato temporal para sacar al país adelante: “Pido dos años para solucionar la competitividad, el empleo y las cuentas públicas”. En lo concreto, el cambio demorará en plasmarse. El mandatario anunció que las reformas se iban a acelerar, pero puntualizó: “No puedo hacer en cuatro meses lo que mi predecesor no hizo en cinco años”.
El contrato propuesto es ambicioso. Hollande se fijó un plazo de un año para “dar vuelta” la curva negativa del desempleo. Es lícito reconocer que los socialistas se enfrentan a una suerte de histeria de loca enjaulada, encarnada perfectamente por los medios. Cualquier persona que llegara a Francia hoy y leyera los diarios y revistas, de izquierda o de derecha, tendría la impresión de que llega a un país en guerra y en plena debacle. “Pedí una presidencia ejemplar, simple, cercana y, al mismo tiempo, estoy a favor de una presidencia de acción y de movimiento”, dijo en la televisión, dirigiéndose a quienes ya lo acusaban de incompetencia, ambivalencia e inmovilismo. Los anuncios son fuertes. El palo fiscal sobre las cajas fuertes de los ricos confortará a una sociedad azorada por la decisión de Bernard Arnault, el hombre más rico de Francia y presidente del grupo LVH, de pedir la nacionalidad belga. Su gesto fue interpretado como un exilio fiscal –pagar menos impuestos– disfrazado. Bernard Arnault aclaró que no era así, que seguiría pagando sus impuestos en Francia. Pero nadie le creyó. Arnault había sido un aguerrido militante contra el gravamen del 75 por ciento sobre los ingresos mayores al millón de euros. En los últimos días le hizo un regalo de oro a Hollande: le preparó el terreno para que el aumento de los impuestos que asumirán en gran parte los millonarios sea inobjetable.
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