EL MUNDO › OPINIóN
› Por Ariel Goldstein *
Es conocida la histórica rivalidad existente entre los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inácio Lula da Silva. Las diferencias políticas entre ambos se remontan a fines de la dictadura brasileña, cuando después de haber compartido la lucha contra el autoritarismo en el Movimiento Democrático Brasileño, se produjo la fundación del Partido de los Trabajadores (PT). En ese entonces Cardoso, rechazando lo que consideraba una identidad “clasista” del PT, participó de la fundación del socio-liberal Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). A partir de ese momento, concibió al PT como un modelo antiguo de izquierda, perteneciente a un pasado que debía ser dejado atrás.
Desde la llegada de Lula a la presidencia en 2003, las declaraciones públicas de Cardoso referidas al entonces presidente estuvieron teñidas por la descalificación jerárquica y elitista. Para algunos analistas, esto se explicaba por el resentimiento del sociólogo, originado por una pérdida de la estima popular, sustituido éste en las preferencias del electorado por la exitosa identificación que –especialmente en los sectores más pobres– despertaba su sucesor.
Por aquella misma época, cuando terminó el gobierno de Cardoso, fueron conocidas las afirmaciones por parte de Lula y del PT acerca de que Brasil debía dejar atrás la “herencia maldita” del neoliberalismo que representaba el gobierno anterior. Esa frontera de la “herencia maldita” estructuró la diferenciación del proyecto del PT frente al PSDB hasta el día de hoy.
Como respuesta diferida, Cardoso escribió el pasado 2 de septiembre un artículo en O Estado de Sao Paulo, donde señaló que el gobierno de Lula resultó una “herencia pesada” para Dilma Rousseff. Allí, al tiempo que traza una división entre la era Lula y la era Dilma, acusa a Lula de haber gobernado sobre la base de promesas efectistas que le garantizaron la popularidad. De este modo concluye: “Es pesada como el plomo la herencia de ese estilo rimbombante de gobernar que esconde males morales y perjuicios materiales sensibles para el futuro de la Nación”. La respuesta de Dilma no se hizo esperar: “Recibí del ex presidente Lula una herencia bendita (...) Recibí un país más justo y menos desigual, con 40 millones de personas ascendiendo a la clase media, pleno empleo y oportunidad de acceso a la universidad a centenas de millares de estudiantes”.
Sin embargo, el gobierno de Cardoso también fue elogiado por Dilma el año pasado, al mencionar al ex presidente como “el ministro arquitecto de un plan duradero de salida de la hiperinflación y el presidente que contribuyó decisivamente para la consolidación de la estabilidad económica”. Esta última declaración de la presidenta brasileña podría darnos la pauta de que esta reciente actualización de la batalla por las “herencias” seguramente nos indica acerca de los modos de organización de la lucha política, pero poco nos explica sobre el ciclo de mutaciones brasileño de las últimas décadas.
Durante el gobierno de Cardoso, uno de los principales méritos fue –luego de la hiperinflación que había acompañado la redemocratización brasileña– estabilizar la moneda a partir del Plan Real, en un contexto recesivo como el propio de los años noventa a nivel mundial. Esa estabilización monetaria constituyó una condición importante para que Lula inaugurase, en el marco del ciclo expansivo de la economía a nivel mundial del período –2003-2008–, un importante proceso de transferencia de la renta y la distribución social, el cual redujo en forma significativa la pobreza existente.
Sin duda, “herencia maldita”, “herencia pesada” o “herencia bendita” son los nombres que asumen los destellos de una batalla política. Quizás en un futuro no tan lejano, cuando los destellos de esta batalla se hayan apagado, podremos reconocer no sólo la ruptura existente entre ambos gobiernos, sino también ciertas continuidades de un ciclo que ha implicado la estabilización monetaria como condición para la distribución social, proyectando el potencial de desarrollo brasileño y proclamando a Dilma Rousseff como su heredera y administradora.
* Sociólogo (UBA). Becario del Conicet en el Instituto de Estudios de América latina y el Caribe (Iealc).
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