EL MUNDO › DESPUES DE CUATRO DIAS, LOS AGENTES ARGELINOS SE HICIERON CON EL CONTROL DE LA PLANTA DE GAS A FUERZA DE TIROS Y MUERTOS
Con el asalto de ayer al complejo el saldo fue de 11 terroristas y siete extranjeros muertos; se calcula que desde el miércoles los rehenes fallecidos fueron 25. Los secuestrados habían sido envueltos con explosivos por los islamistas, según testigos.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Trágico y sangriento: el desenlace final de la toma de rehenes en la planta de gas de Tigantourine, cerca de la localidad argelina de Amenas, terminó con la marca de quienes la ejecutaron: el grupo radical islamista “los que firman con sangre”, y el Estado autoritario que decidió tomar por la fuerza el complejo en el cual se habían atrincherado los secuestradores. El baño de sangre final dejó un saldo de once terroristas y siete extranjeros muertos. La circunstancias exactas en las cuales murieron los rehenes extranjeros son aún oscuras. Según la televisión estatal argelina fue el grupo terrorista quien “asesinó a los extranjeros”. Los miembros del comando islamista que montó el operativo habían informado el viernes que mantenían secuestrados a tres belgas, dos estadounidenses, un japonés y un británico. Bélgica dijo, no obstante, no disponer de indicios sobre la presencia de belgas entre los rehenes. Todavía hay cuatro empleados de la petrolera británica BP que siguen desaparecidos. No existe hasta el momento ningún balance preciso de las víctimas de este episodio fatal montado por el grupo islamista en represalia a la intervención militar francesa en Mali. Fuentes diversas adelantan la cifra final de 25 rehenes extranjeros y terroristas muertos desde el miércoles pasado.
Estados Unidos y Japón habían pedido a Argelia que preservara la vida de los cautivos. A su vez, Francia, pese a que Argel no previno a ninguno de los países que tenían rehenes dentro de la planta de que iba a intervenir por la fuerza, se abstuvo de criticar la brutal acción de las fuerzas de seguridad argelinas. Más bien, Argel recibió el visto de bueno de París. El presidente socialista francés, François Hollande, dijo que “un país como Argelia tuvo las respuestas que, a mi modo de ver, son las más adaptadas porque no puede haber negociación”. Las cifras de muertos que circulaban anoche son contradictorias. Bélgica, Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos carecen de información sobre la suerte de varias personas faltantes. Un halo de improvisación parece envolver todo este capítulo, tanto la acción de los grupos especiales de intervención de Argel como las condiciones del despliegue militar francés en Mali que motivó la venganza de los terroristas.
Como ya es frecuente en los últimos 10 años, todos se lavan las manos en nombre de la lucha contra el terrorismo y los islamistas. Del golpe de Estado en Argelia de 1992, pasando por Afganistán (2011) y la segunda invasión de Irak (2003), entre los atentados islamistas y las cruzadas occidentales contra el islamismo radical decenas de miles de personas inocentes han perdido la vida. Bombas en lugares públicos, bombardeos de las potencias de Occidente en zonas civiles, institucionalización del secuestro y la tortura como método de represión (Guantánamo, Abu Ghraib), la lucha contra la versión más extrema del Islam es un catálogo inacabable de horrores, invasiones, asesinatos y violaciones de los derechos humanos. El único que salió ganador de esta última batalla es Mister Marlboro, alias “el tuerto”, es decir, Mojtar Belmojtar, el argelino contrabandista de cigarrillos que, tras escindirse del grupo terrorista Al Qaida en el Magreb Islámico, AQMI, fundó la katiba (brigada, comando) “Los que firman con sangre”, que perpetró el ataque a la planta petrolera. Según las autoridades argelinas, el comando islamista que entró en la planta quería llevar los rehenes a Mali para usarlos como moneda de intercambio. Paralelamente, nadie cree que Mojtar Belmojtar haya montado de repente el operativo en la planta explotada por la compañía nacional Sonatrach, la británica British Petroleum y la noruega Statoil. Francia intervino en Mali a finales de la semana pasada y no hay tiempo como para estructurar una acción tan precisa y arriesgada. Especialistas y protagonistas de la lucha contra el terrorismo piensan que Belmojtar tenía su plan preparado hace mucho y esperó el momento que más le convenía. El juez antiterrorista francés Marc Trévidic estima que el ataque estaba preparado desde hacía mucho: “Belmojtar pasó a la acción en el momento que estimó más favorable para él por razones estratégicas, para universalizar el conflicto y ponerse a la cabeza de la jihad internacional”.
En todo caso, los numerosos testimonios de los rehenes que se salvaron demuestran que el comando tenía un plan bien definido y que este no contemplaba muchas salidas. La esposa de un rehén filipino herido, Rubén Andrada, contó a una radio de Manila que los rehenes habían sido envueltos con explosivos y trasladados a camiones bombas. Si el objetivo de Mojtar Belmojtar era hacerle un lugar en la historia terrorista, consiguió su objetivo a expensas de decenas de vidas humanas.
La operación es inédita tanto por su extensión, cuatro días; la importancia del comando que la ejecutó, más de 40 hombres; el número de rehenes implicados, más de 600 personas de distintas nacionalidades; el golpe al corazón del sector energético argelino y la estocada que representa para Francia. Ni la liberación de los rehenes ni las acciones actualmente en curso del ejército francés en Mali resuelven todavía el peligroso enredo de los grupos jihadistas que pululan en el Norte de Africa. Los salafistas de la región se aliaron bajo las filas de Al Qaida en el Magreb Islámico, AQMI, ex Grupo Salafista para la predicación y el combate, dirigida por el argelino Abdelmalek Droukdel. Esta nebulosa islamista se mueve a sus anchas por el Sahara y el Sahel. AQMI está compuesto por cuatro brigadas que circulan con absoluta libertad entre Mauritania y Mali. Han secuestrado numerosos occidentales y este año lograron apoderarse del norte de Mali y avanzar hacia el sur del país. En mayo pasado, la guerrilla tuareg del norte de Mali vio imponerse en su seno la línea más dura de los islamistas de Ansar Dine (defensores de la fe) contra la corriente laica separatista representada por el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA).
Las dos guerrillas llegaron a un acuerdo en Mayo y proclamaron la independencia y la creación del Estado islámico del Azawad, donde hoy impera la sharía (ley islámica). Allí se metió AQMI y otro grupo terrorista, el Movimiento para la Unicidad de la Jihad en Africa Occidental (Muyao), también responsable del secuestro de occidentales. La rebelión armada tuareg se vigorizó con la creación de este Estado, no reconocido por la ONU, y con el golpe de Estado liderado por el capitán Amadou Haya Sanogo, que el pasado 22 de marzo derrocó al presidente constitucional de Mali, Amadou Toumani Touré. Al cabo de una breve transición se nombró a un civil como presidente, Diondunda Traoré. El ejército regular maliense, acusado de violaciones masivas a los derechos humanos, no tiene capacidad para reunificar el país y sacarles a los islamistas los territorios del Azawad que controlan y que representan el 65 por ciento de la superficie de Mali. Un Estado sin cabeza, un ejército maltrecho, una reivindicación histórica a la independencia de los tuaregs del norte e islamistas bien armados, el esquema maliense es un lobo con varias bocas.
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