Dom 20.01.2013

EL MUNDO  › MAÑANA BARACK OBAMA ASUME UN NUEVO MANDATO QUE, POR DEFINICION, GENERA MENOS ENTUSIASMO

La segunda y más difícil coronación

Si el presidente demócrata usa como guía la determinación con la que hoy enfrenta el asunto de las armas en Estados Unidos, probablemente aproveche una oportunidad que puede desvanecerse. Hay malos antecedentes de segundos gobiernos.

› Por Rupert Cornwell *

Las pantallas gigantes están en su lugar en el National Mall de Washington para transmitirle a la multitud reunida las enormes imágenes de la versión norteamericana de la coronación. A lo largo de la Avenida Pensilvania, las tribunas temporales están listas para visualizar el desfile tradicional, después de que Barack Obama tome el juramento en el Capitolio y luego asista al almuerzo ofrecido por líderes congresistas. El menú –langosta seguida de bisón a la parrilla y pastel de manzana– es adecuadamente norteamericano (y como indica el recuento de calorías, unas considerables tres mil).

En cuanto a Michael Ayers, el arquitecto del Parlamento, que ha estado encargado de planificar la inauguración durante un año, hasta ahora está rezando para que el gran día de mañana no esté sumido en el caos por una caída de nieve a último minuto. Pero no hay que preocuparse. Ninguna nube blanca está prevista en el pronóstico, aunque la temperatura definitivamente estará alcanzando los 2 grados.

De hecho, la parte central de los procedimientos es un poco falsa. De acuerdo con la Constitución, el mandato presidencial empieza el 20 de enero. Entonces Obama empezará actualmente su segundo mandato cuando esté jurando hoy en una ceremonia privada en la Casa Blanca, antes de volver a representar el procedimiento, y después de pronunciar su discurso inaugural, 24 horas después.

Pero si el formato de este simple, pero todavía fundamental, rito del gobierno norteamericano es inmodificable, el modo esta vez es muy diferente. Los segundos mandatos, cuando la figura central es familiar y conocida, son por definición poco novedosos. Y absolutamente nada podría recapturar la emoción de cuatro años atrás, cuando 1,8 millón de personas convirtieron el centro comercial en una vasta alfombra humana presenciando al primer presidente negro tomando juramento después de una elección que ha trasformado al mundo. Sus palabras, también, ese día frío de invierno en el 2009, llevaron un mensaje de renovación nacional, cuando él proclamó que el país había “elegido esperanza en vez de miedo, unidad de objetivos en vez de conflicto y discordia”.

Cuatro años después, muchas ilusiones se han acabado. El primer mandato de Obama trajo algunos logros –incluyendo un paquete de estímulo que ha salvado la economía del colapso y la mayor reforma de la salud en 50 años–, pero sólo después de duras batallas. Nada tan visible apura el proceso de envejecimiento como ser presidente de los Estados Unidos. Obama está demacrado, peina canas y ya no tiene el mismo andar ágil.

La historia no conoce de amables segundos mandatos. El de George W. Bush, el más reciente, fue prácticamente un rotundo fracaso. Antes que eso, el segundo período de Bill Clinton es mayormente recordado por Mónica Lewinsky, mientras Ronald Reagan se vio arruinado por el escándalo Irán-Contra. La administración de Obama ha estado, hasta ahora, notablemente libre de escándalos, aunque esto no sea garantía de nada. Como sus predecesores, el agotamiento tiende a reclamar a las mejores personas que sirvieron al comienzo. Hillary Clinton es el ejemplo más notable de este tiempo. En su segundo mandato, Obama tendrá, por otra parte, menos tiempo para hacer las cosas que mencionará en el discurso de mañana. Inmediatamente después de mitad del 2014, si no antes, el temido fracaso comenzará, cuando todos los sabios recurrirán a la lucha para sucederlo.

Pero este segundo período no tiene que estar condenado al fracaso. Por algunos meses, por lo menos, Obama está en la cima. Es cierto que hasta ahora los incansablemente hostiles republicanos todavía controlan la Cámara de los Representantes. Pero su clara victoria en noviembre le otorgó al mandatario una nueva inyección de prestigio y autoridad. Está liberado también. No hay más elecciones que pelear, y por lo tanto tiene menos necesidad de complacer a los distritos electorales. Y si la velocidad y la determinación con la que está enfrentando la crisis de las armas en Estados Unidos son una guía, Obama entiende su oportunidad y cuán rápido ésta puede desaparecer.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Romina Lascano.

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