EL MUNDO › OPINION
› Por Aldo Ferrer *
En estos primeros años del siglo XXI convergen profundos cambios en nuestros países y en el mundo. En América latina, y particularmente en Sudamérica, se advierten nuevas tendencias en los siguientes campos.
La cuestión social: las grandes desigualdades que históricamente caracterizan a nuestros países, son reconocidas como el principal problema y un obstáculo fundamental al desarrollo. Las políticas para atender a los sectores vulnerables, erradicar la pobreza, educar e impulsar la cohesión social, ocupan actualmente una prioridad en las políticas públicas.
Calidad de los liderazgos: la prioridad de la cuestión social tiene profundas consecuencias políticas. Históricamente, sociedades que registran una profunda fractura, entre las minorías que concentran el poder económico y las mayorías populares, generan liderazgos que reproducen los privilegios y asimetrías establecidas y acumulan poder como agentes de intereses extranjeros. Desigualdad, subdesarrollo y dependencia están estrechamente asociados. Han surgido nuevos liderazgos en nuestros países que privilegian la resolución de la cuestión social y, consecuentemente, asumen un comportamiento distinto respecto de la gestión de la economía y sus relaciones externas.
Instituciones: la democracia se ha consolidado y esto confiere la estabilidad institucional necesaria para el desarrollo económico y social.
Las ideas: las nuevas tendencias implican la renovación de las ideas sobre el desarrollo económico y las relaciones internacionales. El fracaso de la estrategia neoliberal en América latina y el resto del mundo ha restablecido la vigencia del pensamiento desarrollista y las visiones de Raúl Prebisch, Celso Furtado y otros pensadores latinoamericanos. Es, en efecto, indispensable no subordinarse a la ideología promovida por los centros de poder internacional y analizar la realidad desde nuestras propias perspectivas.
Desde éstas, vuelven a plantearse ideas que constituyen el gran aporte del pensamiento latinoamericano a la estrategia de desarrollo económico. Entre ellas, las siguientes:
n La formación de un sistema económico y social avanzado exige articular la explotación de los recursos naturales con su industrialización e incorporación de valor agregado y tecnología. Las estructuras productivas reducidas a producir y exportar productos primarios desembocan en el subdesarrollo, la dependencia y la exclusión social.
n La presencia de las filiales de las empresas transnacionales es positiva, pero debe ser complementaria, no sustitutiva, del protagonismo del empresariado local. El aporte externo es útil cuando contribuye a la apertura de nuevos mercados, la transferencia de conocimientos, los equilibrios en los pagos internacionales y la integración de cadenas de valor de creciente valor agregado y tecnología. De otro modo, la dependencia del capital extranjero reduce el ahorro interno y la tasa de inversión. Culmina con niveles insostenibles de deuda externa, desequilibrios inmanejables y la subordinación a la irracionalidad de la especulación financiera. Vivir con lo nuestro, abiertos al mundo, en el comando de nuestro destino, es indispensable para el ejercicio efectivo de la soberanía y del derecho de construir un sendero propio en el orden global.
n El desarrollo económico es un proceso de transformación de la economía y la sociedad fundado en la acumulación de capital, conocimientos, tecnología, capacidad de gestión y organización, educación, capacidades de la fuerza de trabajo y de estabilidad y permeabilidad de las instituciones, dentro de las cuales la sociedad transa sus conflictos y moviliza su potencial de recursos. El desarrollo es acumulación en este sentido amplio y la acumulación se realiza, en primer lugar, dentro del espacio propio de cada país.
La cohesión social, la impronta nacional y social de los liderazgos, la democracia y el pensamiento crítico capaz de ver el mundo desde nuestras propias perspectivas, constituyen la densidad nacional. En estos primeros años del siglo XXI se ha fortalecido la densidad nacional de nuestros países. Una de sus consecuencias es la revalorización de la importancia de la integración regional que se refleja en el notable acercamiento de los contactos políticos entre los gobiernos, el fortalecimiento de esquemas de integración como el Mercosur y la creación de un nuevo espacio de convergencia, la Unasur.
Lo que está en crisis en la actualidad no es la globalización, que es una consecuencia inevitable del avance de la ciencia y la tecnología. La crisis es del neoliberalismo y de los estados neoliberales, cuya impotencia para administrar las fuerzas de la globalización provoca descalabros, como los que hemos vivido en nuestra propia experiencia y suceden, actualmente, en otras latitudes.
En China y otros países emergentes de Asia, el dinamismo de sus economías obedece, precisamente, a que no se han sometido al canon ni al Estado neoliberal. Prevalecen en estos países estados nacionales, capaces de administrar la globalización e impulsar el desarrollo. Las turbulencias y asimetrías en el orden mundial contemporáneo reflejan la coexistencia de “estados nacionales” en los países emergentes y “estados neoliberales” en el antiguo centro hegemónico.
Los latinoamericanos no tenemos, al menos todavía, mayor influencia en la resolución de los problemas del orden global. Sin embargo, disponemos de una capacidad decisiva para determinar si estamos, en ese orden, ejerciendo nuestro derecho al desa-rrollo o nos resignamos a reproducir nuestra histórica condición periférica.
Administrar la globalización es una condición necesaria para desplegar el potencial de desarrollo de nuestros países y ocupar una posición simétrica, no subordinada, en las relaciones internacionales. Para tales fines es imprescindible la gobernabilidad de la economía. Todos los países que despliegan exitosamente su potencial de desarrollo dentro del orden global mantienen una fuerte solvencia fiscal, superávit en sus balances de pagos en cuenta corriente, elevadas reservas internacionales genuinas no fundadas en deuda, sistemas monetarios asentados en la moneda nacional, tipos de cambio que sustentan la rentabilidad de la producción de bienes transables sujetos a la competencia internacional.
Nuestros países no han alcanzado, todavía, altos niveles de desarrollo económico y social. Sin embargo, en el plano de la cultura, son potencias de primera magnitud. El desafío consiste en poner la realidad económica y social a la misma altura de los niveles alcanzados en la cultura.
La integración es un instrumento fundamental para impulsar el desarrollo nacional de nuestros países y fortalecer su posición conjunta en el orden mundial. La integración se despliega en tres planos: las políticas nacionales, las reglas del juego de la integración y la proyección conjunta hacia el resto del mundo.
La clave del éxito de la integración no radica en la delegación de soberanía a órganos supranacionales comunitarios. La experiencia de la Unión Europea alcanza para demostrar cómo la cesión de soberanía termina subordinando a las partes más débiles al poder hegemónico de los más fuertes. Mucho peor, cuando en el régimen comunitario, como sucede en la Unión Europea, prevalece el paradigma neoliberal.
Nuestra integración no radica en la cesión de soberanía, sino en la construcción solidaria de la soberanía que nos falta en la ciencia y la tecnología, el desarrollo industrial y la inclusión social. En materia financiera, en tiempos recientes, se han dado pasos positivos en tal sentido, a través del desendeudamiento externo, la acumulación de reservas internacionales y los controles de los capitales especulativos. La integración consiste entonces en la complementación de las soberanías nacionales a través de reglas realistas de la integración.
Las diferencias actuales de dimensión de las economías no deben inducir a la suposición de que el destino de la integración es reproducir, en el espacio regional, una relación centro-periferia, entre un centro industrial y una periferia principalmente proveedora de alimentos y materias primas. El mejor socio es el plenamente desarrollado.
Tenemos así por delante el desafío de construir una relación viable, mutuamente conveniente, para lo cual es necesario profundizar el desarrollo industrial y tecnológico, integrar las cadenas de valor de la producción primaria con la participación creciente de componentes provenientes de nuestro propio acervo, impulsar el protagonismo de las empresas nacionales y regionales para el acceso conjunto a los mercados internacionales.
La emergencia de China, y otros nuevos centros dinámicos en la economía mundial, es un hecho positivo porque amplía las fronteras de la proyección internacional de América latina. Pero plantea el riesgo de reactivar el antiguo modelo centro-periferia que, en el pasado, nos subordinó a la situación de proveedores de productos primarios e importadores de manufacturas y capitales.
Es necesario avanzar, simultáneamente, en los tres planos de integración: construir, a partir de la fortaleza de las densidades nacionales, una densidad bilateral, mercosureña y sudamericana, fundada en la inclusión social, la eficacia de los liderazgos, la consolidación de la democracia y el pensamiento crítico. Cada país tiene la globalización y la integración que se merece, en virtud de la fortaleza de su densidad nacional.
Cuanto más se consoliden las situaciones nacionales más fluidos serán los intercambios, cuanto más flexibles y realistas las normas mejor serán las respuestas frente a los cambios en las situaciones nacionales y, finalmente, cuanto más solidaria sea la proyección conjunta en el escenario global, más libertad de maniobra tendrán las políticas nacionales y comunitarias.
Q Profesor emérito. Universidad de Buenos aires. Embajador argentino en Francia. Este texto es una reproducción de los pasajes salientes de la exposición Transformaciones de América latina en la última década, en el contexto mundial, realizada el 21 de enero de 2013, en el Encuentro con Intelectuales sudamericanos “Caminos progresistas para el desarrollo y la integración regional”, realizado en el Instituto Lula de San Pablo.
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