EL MUNDO › UN IMPORTANTE GRUPO DE INTELECTUALES ADVIERTE SOBRE LA EXTINCIóN DEL SUEñO DE UNIDAD DEL VIEJO CONTINENTE
Modelo de integración y de paz para muchas democracias del mundo, Europa se escapa por varias venas, entre ellas Grecia. Esto aparece en el manifiesto adscrito por personalidades como Umberto Eco, Salman Rushdie y Bernard-Henri Levy.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
“La unidad de Europa era el sueño de unos pocos. Se volvió una esperanza para muchos. Hoy es una necesidad para todos nosotros”. La frase del ex canciller alemán Konrad Adenauer tiene un lugar en la historia. Fue pronunciada diez años antes de que Francia y Alemania firmaran, el 22 de enero de 1963, el tratado de cooperación franco alemán conocido como el “Tratado del Elíseo”. Ese texto marca un paso definitivo hacia la reconciliación entre París y Berlín y reforzó la construcción europea. Transcurrieron exactamente 50 años y ese “sueño” y esa “necesidad” están hoy en pleno marasmo. Europa se va a pique. Eso es precisamente lo que constata un grupo importante de intelectuales europeos que publicaron un manifiesto cuyos tres primeros párrafos dan cuenta de la orfandad que amenaza al Viejo Continente: “Europa no está en crisis, está muriéndose. No Europa como territorio, naturalmente. Sino Europa como Idea. Europa como sueño y como proyecto”.
Este grupo de filósofos, escritores, psicoanalistas y periodistas, entre los que se encuentran personalidades como Umberto Eco, Salman Rushdie, Fernando Savater, Bernard-Henri Levy, Claudio Magris o Julia Kristeva apela a la conciencia de los dirigentes para que no se empañe el sueño de la unidad europea surgido luego de la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, los intelectuales anotan que “esta Europa como voluntad y representación, como quimera y como obra, esta Europa que pusieron en pie nuestros padres, esta Europa que supo tornarse una idea nueva, que fue capaz de aportar a los pueblos que acababan de salir de la Segunda Guerra Mundial una paz, una prosperidad y una difusión de la democracia inéditas, pero que, ante nuestros propios ojos, está deshaciéndose una vez más”. En términos de producto interno bruto, PIB, Europa es sin dudas la potencia económica más grande que existe. Pero ello no basta porque, para los autores del manifiesto, esa potencia económica se ha tragado la idea de Europa y el Viejo Continente soñado por sus padres fundadores se está “deshaciendo en Atenas, una de sus cunas, en medio de la indiferencia y el cinismo de sus naciones hermanas”.
Modelo de integración y de paz para muchas democracias del mundo, Europa se muere por varias venas, empezando por uno de sus pilares, es decir, Grecia: “Da la impresión de que los herederos de aquellos grandes europeos, mientras los helenos libran una nueva batalla contra otra forma de decadencia y sujeción, no tienen nada mejor que hacer que retarlos, estigmatizarlos, pisotearlos y, desde el plan de rigor impuesto hasta el programa de austeridad que se les conmina a seguir, se los despoja del principio de soberanía que, hace tanto tiempo, inventaron ellos mismos”. Ese diagnóstico es igualmente válido para Italia, país donde se inventó la “distinción entre la ley y el derecho, entre el hombre y el ciudadano”, país “al origen del modelo democrático que tanto aportó”, y, hoy, está “enfermo de un “berlusconismo que no acaba de terminar”. Enfermedad crucial que envuelve también al ideal europeo y que hace de Italia “el enfermo del continente. ¡Qué miseria! ¡Qué ridículo!”. El llamado de estos intelectuales del Viejo Mundo es tan dramático como lúcido. En su breve y apasionada demostración, el texto se sumerge en la gran miseria europea contemporánea: miseria moral, ética, miseria de la solidaridad, miseria de los ideales que los europeos propulsaron por el mundo.
De allí que el manifiesto insista en que Europa se deshoja en todas partes: “De este a oeste, de norte a sur, con el ascenso de los populismos, los chauvinismos, las ideologías de exclusión y odio que Europa tenía precisamente como misión marginar, enfriar, y que vuelven vergonzosamente a levantar la cabeza. ¡Qué lejos está la época en la que, por las calles de Francia, en solidaridad con un estudiante insultado por el responsable de un partido de memoria tan escasa como sus ideas, se cantaba ‘todos somos judíos alemanes’! ¡Qué lejanos parecen hoy los movimientos solidarios, en Londres, Berlín, Roma, París, con los disidentes de aquella otra Europa que Milan Kundera llamaba la Europa cautiva y que parecía el corazón del continente! Y en cuanto a la pequeña internacional de espíritus libres que luchaban, hace 20 años, por esa alma europea que encarnaba Sarajevo, bajo las bombas y presa de una despiadada ‘limpieza étnica’, ¿dónde está? ¿Por qué ya no se la oye?”.
Sueño y realidad a la que, de pronto, millones de individuos se despiertan sacudidos por la crisis del euro, “esa moneda única abstracta, flotante porque no está endosada a la economía, a los recursos, a la fiscalidad convergente”. El horizonte que diseñan los firmantes del manifiesto para volver a darle cuerpo al sueño europeo es la unión política del Viejo Continente, sin la cual no habrá vida posible: “El teorema es implacable. Sin federación no hay moneda que se sostenga. Sin unidad política, la moneda dura unos cuantos decenios y después, aprovechando una guerra o una crisis, se disuelve”. El llamado que apareció este fin de semana plantea un paradigma curioso: “Antes se decía: socialismo o barbarie. Hoy hay que decir: unión política o barbarie. Mejor dicho: federalismo o explosión y, en la locura de la explosión, regresión social, precariedad, desempleo disparado, miseria. Mejor dicho: o Europa da un paso más, y decisivo, hacia la integración política, o sale de la Historia y se sume en el caos. Ya no queda otra opción: o la unión política o la muerte”. La carrera vertiginosa hacia ese fin de Europa ya ha comenzado, dicen los autores, y si no se toman las medidas adecuadas y no simples maquillajes ya nada la detendrá: “Europa saldrá de la Historia. De una u otra forma, si no se hace algo, desaparecerá. Esto ha dejado de ser una hipótesis, un vago temor, un trapo rojo que se agita ante los europeos recalcitrantes. Es una certeza. Un horizonte insuperable y fatal. Todo lo demás –trucos de magia de unos, pequeños acuerdos de otros, fondos de solidaridad por aquí, bancos de estabilización por allá– solo sirve para retrasar el fin y entretener al moribundo con la ilusión de una prórroga”.
¿Serán escuchados estos herederos del pensamiento crítico que aún parece conservar esa dimensión tan europea que consiste en nunca perder la capacidad crítica frente al comportamiento de los Estados? Apostar por ello sería otro sueño: entre socialdemócratas que diseñan políticas liberales, socialistas arrodillados ante las grandes corporaciones y capaces de volver a servir la bandeja de la “guerra contra el terrorismo islamista” para justificar intervenciones militares en otros países –Mali–, mientras la gente muere como moscas en Siria, entre gobiernos liberales azotados por niveles de payasismo y corrupción dignos de películas cómicas, no se ve por dónde puede aparecer alguien capaz de encarnar el gran sueño europeo. A menos que quienes lo fomentaron se levanten de sus tumbas.
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