Jue 18.04.2013

EL MUNDO  › MILES DE BRITáNICOS SALIERON A LA CALLE PARA EL úLTIMO ADIóS A MARGARET THATCHER

Mezcla de aplausos y abucheos

Centenares abuchearon el paso del cortejo fúnebre y mostraron pancartas en su contra al grito de “Maggie, Maggie, Maggie, dead, dead, dead”. Asistieron al funeral once mandatarios de países que ella consideraba de segundo orden.

› Por Marcelo Justo

Desde Londres

El funeral de Margaret Thatcher se pareció a lo que ella misma había planeado con años de antelación. Se ejecutaron sus temas patrióticos favoritos, se citaron las palabras del poeta T. S. Elliot que ella misma había elegido para la ocasión y unas dos mil personas, con fuerte representación del estamento militar y político, colmaron la catedral de Saint Paul. En las calles flameaban las banderas británicas y miles de británicos se habían congregado para un último adiós. Pero ni la Dama de Hierro era omnipotente. Centenares abuchearon el paso del cortejo fúnebre, enseñaron pancartas en su contra y se desgañitaron al grito de “Maggie, Maggie, Maggie, dead, dead, dead”. En un punto, sin embargo, sigue dirigiendo las cosas desde la ultratumba. Si bien es cierto que está “dead, dead, dead”, el thatcherismo, por el momento, sigue más vivo que nunca en el Reino Unido a pesar del estallido financiero de 2008 y la actual contracción económica.

No cabe duda de que Thatcher habría preferido un mayor reconocimiento internacional. Si bien asistieron a su funeral unos once mandatarios, se trató de países que ella consideraba de segundo orden, y su amado y admirado Estados Unidos sólo tuvo entre los invitados a la ceremonia a ex secretarios de Estado de su época, como George Shultz, James Baker y Henry Kissinger, así como uno de los cerebros de los “neocon”, el ex vicepresidente Dick Cheney, sin representantes del gobierno de Barack Obama. A nivel británico, en cambio, estaba el establishment en pleno. La reina Isabel y su marido, el príncipe Felipe, que no asistían a un funeral de un ex primer ministro desde la muerte de Winston Churchill, en 1965, se encontraban presentes. A los conservadores que gobiernan hoy, a los que gobernaron en el pasado y a los que Thatcher acusó de “traición con una sonrisa” se sumaron sus rivales laboristas, desde el actual jefe de la oposición, Ed Miliband, hasta los ex primeros ministros Tony Blair y Gordon Brown.

La presencia laborista es una clara muestra de la resistencia que ha tenido el thatcherismo al paso del tiempo. Cuando hace unos años le preguntaron cuál era su mayor logro político, Thatcher contestó sin inmutarse: “Tony Blair”. La respuesta era al mismo tiempo irónica y precisa. La hegemonía política del thatcherismo fue tal que Blair creó el Nuevo Laborismo y viró hasta posiciones impensables (aceptación de la reforma sindical y las privatizaciones). Esta influencia continúa. Blair criticó recientemente al actual líder Ed Miliband por no aceptar los ajustes fiscales que lleva adelante la coalición conservadora-liberal demócrata. La estrategia misma de Miliband ante la muerte de Thatcher ha sido una búsqueda de equilibrio entre el respeto que todavía inspira la Dama de Hierro, equiparada por amplios sectores con la modernización del Reino Unido, y el rechazo que genera, intensificado por el actual programa de austeridad.

El thatcherismo político está sostenido por el económico. El Nuevo Laborismo no revirtió en sus 13 años en el poder ninguna de las privatizaciones ni reformas sindicales de la Dama de Hierro y se deslumbró con el mismo espejismo que medio planeta: el aparente toque de Midas del sector financiero. El estallido de 2008 y la actual crisis económica –el Reino Unido ha tenido dos recesiones en los últimos tres años– han arrojado dudas sobre el credo, pero no han logrado desplazarlo. La actual coalición conservadora-liberal demócrata gobierna desde 2010 con una receta de austeridad que la Dama de Hierro habría aprobado.

La receta no ha dado resultado. La economía, que estaba recuperándose con un crecimiento del 1,7 por ciento cuando asumió la coalición, se ha hundido en un estancamiento que el Financial Times ha calificado de virtual “estanflación” (estancamiento con inflación). En el mismo Fondo Monetario Internacional ha ganado terreno la posición más escéptica sobre los beneficios de la austeridad, liderada por el economista en jefe Olivier Blanchard, que ha recomendado que el Reino Unido ponga en marcha un plan B con más estímulos para el crecimiento. En un capítulo clave del thatcherismo –las privatizaciones– las noticias no son mejores. Las seis empresas de electricidad y gas que hoy dominan el mercado están en medio de una gigantesca polémica por los precios desorbitados de los servicios, y este lunes se supo que, al menos una de ellas, RWE Power, no pagó ni una libra de impuestos entre 2009 y 2011. En el funeral, las cámaras mostraron una imagen poco común del ministro de economía George Osborne: los ojos rojos, una lágrima descendiendo por sus mejillas. No era por el anuncio que acababa de hacerse de un nuevo aumento del desempleo, que superó los dos millones y medio de personas o el 7,9 por ciento: era por la memoria de su ídolo, la Dama de Hierro.

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