EL MUNDO › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
]Masivas movilizaciones sociales en decenas de ciudades y una inédita huelga general en el actual período democrático convocada por las centrales sindicales alteraron el sentido común. Lo que decían que era parece que no fuera. Brasil enfrenta un escenario social interno convulsionado cuya base son variados reclamos que emergen en un contexto de estancamiento económico. Este año se completará un ciclo de tres de moderado crecimiento. El PBI de 2011 aumentó 2,7 por ciento, al año siguiente lo hizo apenas 0,9 por ciento y la proyección para éste se ha ido reduciendo en estos meses y hoy los optimistas lo ubican en apenas el 2,0 por ciento. Entre 2003 y 2010 el PIB avanzó a una tasa promedio de 4,0 por ciento, por debajo de la media de la región. Desde entonces, atrapado en rasgos ortodoxos de la política monetaria y fiscal, con tasas de interés elevadas y ajuste del gasto público, rendido en el altar del objetivo inflación baja, meta que igual le resulta esquiva, el recorrido económico de la potencia regional no se corresponde a esa categoría. El que se acuesta con tecnócratas de la economía, ya sean ortodoxos o heterodoxos, se levanta estancado y con inesperadas movilizaciones sociales. No es un elemento menor el mediocre desempeño económico brasileño en la dinámica de la integración latinoamericana, lo que se ha visto reflejado en las tensiones en el Mercosur, ya no sólo en materia comercial, sino también en cuestiones de política internacional, hoy sumergida en una historia de espionaje global con Estados Unidos como el exclusivo protagonista. En el tablero de la integración latinoamericana, con el Mercosur como el eje articular más relevante, le toca el turno de mover la pieza a Brasil.
Brasil es la potencia de la región y aspira a ocupar un lugar relevante en el reordenamiento de la economía mundial como miembro activo del BRIC. Para lograrlo necesita que ese liderazgo sea reconocido por los otros países latinoamericanos para poder ejercerlo con autoridad en el escenario de las potencias emergentes. Puede elegir la estrategia de cooperación para lograr esa aceptación o la de la imposición por su mayor peso económico relativo. Para ello se le plantea la necesidad de construir marcos de confianza, alejando el fantasma de la vocación imperialista que ejercen otras potencias en sus zonas de influencia, en un área económica castigada por décadas de neoliberalismo y que en la primera década del nuevo siglo emergieron gobiernos con aspiraciones a trabajar en sus respectivos desarrollos nacionales. Pero la condición necesaria de un líder regional para la construcción de su proyección internacional es primero afianzar su economía en un marco de estabilidad social para fortalecerse así en un mundo multipolar.
A mediados de la década del ’90, cuando la debacle económica recorrió la región, incluyendo a Brasil, el Mercosur ingresó en una etapa difícil instalando el riesgo de que esa experiencia de integración languideciera. El estallido de la crisis internacional en 2008 fue inicialmente amortiguado en la región por la fortaleza de sus economías que habían explorado, con rupturas y continuidades, un sendero diferente al neoliberal de los noventa. Sin embargo, la persistencia de una crisis que involucra a Estados Unidos y a Europa, que transcurre ya su sexto año, ha empezado a impactar en Latinoamérica y, en especial, en Brasil. Por lo tanto, ha puesto bajo tensión el Mercosur debido a que los dos países más fuertes de ese bloque han implementado medidas con matices diferentes para hacer frente la crisis internacional. En esas circunstancias, cuando la situación es complicada por cuestiones económicas, sociales y políticas internas brasileñas y por el propósito de Estados Unidos de reeditar el ALCA consolidando otro eje en la región con la Alianza del Pacífico (Perú, Colombia, Chile y México), se ponen en juego las convicciones de integración regional de los países miembro del Mercosur. La debilidad de la economía brasileña hace crecer una corriente dentro de las fuerzas políticas de ese país, incluyendo a un sector del gobierno y del establishment empresario que cree que la integración con los países de la región, siendo el Mercosur el bloque más relevante, es responsable de ese pobre desempeño, proponiendo un acercamiento hacia las posiciones de libre comercio impulsadas por Estados Unidos.
Con esos desafíos, el viernes, en Montevideo, se desarrolló una nueva cumbre de presidentes del Mercosur. Esta es una experiencia de integración regional con importantes resultados, porque consolidó un ambiente de paz y democracia en Latinoamérica, profundizó el intercambio comercial entre los países miembro y colaboró para que puedan adquirir un papel internacional más activo del que habría sido posible si cada uno hubiera actuado aisladamente. Respecto de esto último, la participación brasileña en el Mercosur ha estado inicialmente motivada más por consideraciones estratégicas de negociación internacional que por razones puramente comerciales de alcance regional. En los primeros años de este siglo, con gobiernos nacionales de signo político opuesto al de los noventa, en un marco de confianza y cooperación entre sus líderes, el Mercosur ingresó en una etapa de debate sobre el sentido estratégico del proceso de integración. Así los objetivos planteados al comienzo fueron ampliándose.
Esta dinámica del proceso de integración está explicada en “La dimensión social del Mercosur”, elaborado por el Instituto Social Mercosur, cuyo director ejecutivo es Christian Adel Mirza. El documento menciona que los primeros años del Mercosur transcurrieron bajo una concepción de la integración regional que ponderaba casi exclusivamente los factores e indicadores de crecimiento económico-comercial. Por eso en la primera década se desarrolló un Mercosur “mercantilizado” hasta que, finalmente, la sucesión de crisis en la segunda mitad de los noventa provocó la disminución de relaciones comerciales intra-regionales, desvaneciendo las perspectivas de crecimiento y aumentando los niveles de pobreza y desempleo. En los años siguientes, el Mercosur fue dejando atrás aquella concepción centrada exclusivamente en el mercado y acotada a los asuntos aduaneros, arancelarios y comerciales, para ir incorporando otras facetas de la integración regional, “repensando su espacio territorial con una mirada de carácter continental y avanzando en la dimensión política del proceso iniciado hace más de veinte años”, afirma.
“A partir de ese momento el escenario de la integración se transformó y se comenzó a profundizar la idea de un proyecto estratégico y de carácter integral, para dar lugar a la dimensión social”, se destaca en el documento. Para concluir que el Mercosur debe ser concebido “en el marco de un proyecto político-estratégico que incluye tanto aspectos de integración económico-social como aquellos que implican seguir valorando las políticas sociales con perspectiva regional”.
Las debilidades de la política económica brasileña ponen en tensión ese objetivo de describir un salto cualitativo del Mercosur con proyectos de integración productiva, financiera e infraestructura.
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