EL MUNDO › LA PRESIDENTA BRASILEÑA SE MANTIENE AL FRENTE DE LAS PREFERENCIAS EN LOS SONDEOS
Las últimas novedades marcan un repunte de la presidenta y un retroceso de los candidatos opositores, entre ellos, la principal contendiente de Dilma, la ecologista Marina Silva. Las manifestaciones pierden fuerza, pero los problemas siguen.
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Los nuevos sondeos no trajeron nada de nuevo en relación con las perspectivas electorales de Dilma Rousseff para el año que viene: se confirmó su recuperación, se mantuvo con 38 por ciento de las preferencias. Las novedades, y eso sí es importante, se refieren a sus adversarios. El senador y ex gobernador de Minas Gerais, Aécio Neves, precandidato del PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, sigue sin despegar. Y más: bajó dos puntos. Tenía un escaso 13 por ciento, ahora tiene escuálidos 11.
El otro supuesto candidato, el gobernador de Pernambuco, Eduardo Campos, del Partido Socialista Brasileño (PSB), se mantiene en situación opaca: tenía cinco por ciento de las intenciones de voto en julio, ahora tiene cuatro. La verdadera gran novedad, sin embargo, se refiere a la candidatura de quien más venía amenazando a Dilma, la pastora evangélica y militante ecológica Marina Silva, que ni siquiera partido tiene. En julio, los sondeos indicaban que ella tenía 22 por ciento de las intenciones de voto, mientras Dilma contaba con 30. Otros sondeos divulgados después indicaban una fuerte recuperación de la actual presidenta, mientras que Marina se mantenía en niveles que oscilaban entre 22 y 24 por ciento de intención de voto.
Pues ahora es Marina quien se desploma: el más reciente sondeo trae a Dilma con 38 por ciento de las intenciones de voto, y Marina con solamente 16. Esa diferencia de 22 puntos cae como una ducha de agua helada sobre las aspiraciones de Marina, una rara mezcla de mesianismo exacerbado y puritanismo político.
Nada de eso, en realidad, quiere decir mucho. Falta un año para las elecciones, mucha cosa podrá cambiar en el turbulento escenario político brasileño, pero hay indicadores que merecen atención.
Primero: Dilma se mantiene firme en la base de votos del PT, que es de 35 por ciento. La aprobación de su gobierno, como el de su desempeño personal, lograron recuperar espacio luego de la debacle de julio, cuando bajó de 57 a 31 por ciento (ahora se encuentra en 43).
Segundo: la oposición más sólida, aglutinada alrededor del PSDB, tiene un candidato que se muestra más bien perdido, Aécio Neves. Su imagen de playboy no logró convencer al electorado. Y más: sus asesores de marketing no lograron un punto de equilibrio entre la indignación popular observada en las calles en las multitudinarias manifestaciones de junio y julio y la imagen provinciana e insulsa del candidato.
Marina Silva, quien logró gordos 20 millones de votos en las presidenciales de 2010, forzando una segunda vuelta entre Dilma y José Serra, del PSDB, no logra decir a qué vino o quiere venir. Asumiéndose como emisaria celestial de la voz de las calles, la que se manifiesta contra todo y contra todos, intenta crear un partido que no se asume como partido. Se propone como Red, y a partir de hoy tiene una semana para comprobar frente a la justicia electoral que logró cumplir con todos los requisitos legales para ser oficializado como partido político. La verdad es que no supo aprovechar la ola de protestas de junio y julio para consolidarse como adversaria preferencial de Dilma y del PT.
Así es que, en la política interna, Dilma termina septiembre en una situación de relativo confort. Claro que sigue la inmensa fila de problemas a espera de solución, y que van desde los absurdos de la estructura (Brasil continúa sin carreteras, sin puertos, sin aeropuertos, sin ferrocarriles) que no logran seducir a los inversionistas privados hasta las dudas e incertidumbres que su gestión provoca en los analistas económicos. Pero en términos de proyección política al futuro inmediato, la situación es cómoda. Logró mantenerse como la favorita para las elecciones de octubre de 2014.
Las manifestaciones multitudinarias que en junio y julio coparon las calles de las ciudades brasileñas perdieron fuerza, y ahora se resumen a grupitos radicales que no seducen a nadie. Lo que efectivamente surgió como novedad en septiembre ha sido la reacción de Dilma, contundente y sólida, al esquema de espionaje al que están sometidos Brasil y los brasileños, empezando por la propia mandataria y que alcanza, como se denunció, a empresas estatales que manejan datos estratégicos de interés nacional y que, en última instancia, integran esa rara noción, un tanto en desuso, que es la soberanía nacional.
Dilma sería la única mandataria a merecer, en 2013, las pompas y circunstancias de ser recibida en Washington en una “visita de Estado”. Esa sutileza que diferencia, en los mundos de los puños de seda, una visita oficial de una de Estado, tiene toda una carga de simbología. Concretamente, significa que una visita de Estado le da al visitante el derecho de una recepción militar a la llegada, a una cena en la Casa Blanca y a bailar un vals con el presidente de los Estados Unidos de América a la sobremesa.
De ser cierto lo que se pudo ver en videos llevados a Internet, Barack Obama baila con elegancia y precisión. Por lo que se sabe de los contemporáneos de Dilma, en su fase pre guerrilla ella era una especie de campeona en el twist y rock’n’ roll. Sabría, seguramente, aguantar un vals. Ocurre que ni todo en la vida, y más en la vida de las naciones, es pura danza. Por detrás de la cena de gala en la Casa Blanca y del consabido vals con el señor presidente de los Estados Unidos había una serie de temas bastante más jugosos, que iban de la compra de aviones militares por algo que empezaba en los cinco mil millones de dólares a una gorda serie de pendencias entre ambos países, principalmente en el campo del comercio bilateral.
Al cancelar la visita, Dilma suspendió todo eso. Y así hizo su estreno, luego de dos años y medio de gobierno, en el delicado campo de la política externa. Porque hasta esa contundente reacción a un abuso evidente e inevitable –pincharon hasta sus comunicaciones personales con el ex marido, con la hija, con la madre, con amigos– cometido por el gobierno de Obama, ella no había abrazado, en ningún momento, la llamada “diplomacia presidencial” tan a gusto de Cardoso y, principalmente, de Lula da Silva. Dilma había ejercido solamente la diplomacia comercial. Estrenó, en la diplomacia política, con estruendo y eficacia.
Así termina septiembre para la primera mujer a presidir Brasil.
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