EL MUNDO › OPINIóN
› Por Eric Nepomuceno
Los rumores empezaron a circular en la mañana del sábado pasado: luego de largas vigilias e infinitas reuniones plagadas de discusiones acaloradas, Marina Silva, la más fuerte adversaria de Dilma Rousseff en los sondeos relacionados con las elecciones de octubre de 2014, ingresaría en el PSB, el veterano Partido Socialista Brasileño. Finalmente, a media tarde de aquel día tenso, lo que era un rumor se confirmó oficial y formalmente. Al lado de un sonriente Eduardo Campos, gobernador del estado de Pernambuco, presidente nacional del PSB y candidato, él mismo, a disputar la presidencia con Dilma dentro de un año, la mezcla rara de defensora ecológica y pastora evangélica confirmó la noticia.
Ha sido una sorpresa generalizada, para oficialismo y oposición, y principalmente para la difusa masa seguidora de Marina Silva. Campos no declaró que abandonaba la idea de presentarse como candidato el año que viene y Marina se negó, discreta, a confirmar si aceptaría ser postulante al puesto de vicepresidente junto a su nuevo compañero de partido. Dijo que, de momento, él sigue siendo el candidato.
El otro candidato, el senador Aécio Neves, del mismo PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, no ocultó que la fórmula anunciada no estaba en ninguna de sus previsiones. Declaró que el campo opositor se había fortalecido, y que aumentaron las chances de “terminar con los males que el PT impone al país desde hace más de diez años”.
La verdad es que, en este primer momento, Neves aparece como el principal perdedor en el nuevo escenario diseñado por el sorprendente giro de Marina Silva. Si ella hubiese optado por ingresar a cualquiera de los partidos que se ofrecieron para abrigar su candidatura presidencial, crecerían fuertemente las posibilidades de una segunda vuelta en las elecciones de octubre del 2014. Al ingresar en un partido que ya tiene un candidato, será un nombre a menos para enfrentar a la actual presidenta en sus esfuerzos para reelegirse y mantener el PT en el poder.
Todo empezó en la tarde del jueves, día 3 de octubre, cuando el Tribunal Superior Electoral en Brasil, rechazó el pedido de inscripción del partido que Marina Silva intentó crear, el Red Sustentabilidad. Por meses y meses, ella encabezó una agrupación política que pretendía presentarse como algo distinto a todo lo que existe. Sería la redención del país, algo tan nuevo que siquiera se llamaría “partido”.
Al no cumplir con las exigencias legales, el pedido fue rechazado en una fecha de irónica coincidencia: hace exactos tres años, el 3 de octubre de 2010, Marina, candidata del inexpresivo Partido Verde, logró alrededor de 20 millones de votos, forzando la segunda vuelta que llevó a José Serra, del PSDB, a disputar con Dilma Rousseff y sufrir su segunda derrota frente a un candidato del PT (ya había perdido con Lula en 2002).
Sabedora del obvio –los 20 millones de votos eran capital político personal de ella, jamás del PV–, Marina se resguardó en la segunda vuelta, y buena parte de sus votos migró para Dilma. En los últimos dos años Marina pasó la mayor parte del tiempo haciendo misterio sobre su futuro, hasta lanzarse a la creación de la frustrada Red. Sin tener partido, su nombre aparece con fuerza en todos los sondeos.
En algunos momentos llegó a situarse a escasos once puntos de Dilma, que sigue siendo la favorita. Con un discurso gongórico, plagado de vacíos, pareciendo candidata más a santa mesiánica que a presidente del mayor país de América latina, la verdad es que Marina se mantuvo como potencial adversaria de Dilma. Ya Eduardo Campos, ahora su compañero de partido, en ningún momento logró despegar: en los sondeos osciló siempre alrededor de los seis puntos.
Nada impide, conviene resaltar, que de aquí hasta la fecha límite para la formalización de las candidaturas el cuadro del PSB cambie y que Marina venga a encabezar la lista trayendo a Campos como postulante a la vicepresidencia. Es algo muy remoto e improbable, pero no del todo imposible.
La unión de esos dos nombres podrá ser un problema para el PT: ambos se sitúan en el campo de la izquierda, e integraron, como ministros, el gobierno de Lula da Silva. Campos tiene un discurso más consistente y articulado y buena imagen entre el empresariado. Marina es más difusa, menos comprensible, menos consistente, pero tiene fuerza junto al electorado joven y en la inmensa masa evangélica, que ocupa amplio espacio en el Congreso.
En el principal partido de oposición, el PSDB, lo que se esperaba era que Marina disputara la presidencia por otro partido. No tenerla como candidata debilita aún más la floja postulación de Aécio Neves, y peor, fortalece la ambición, jamás adormecida, de José Serra. La disputa interna será fortalecida, de aquí a la hora de formalizar la candidatura, reiterando la imagen de desunión en el PSDB.
Una gran pregunta sigue a la espera de una respuesta convincente: si pretendía efectivamente imponerse como un fenómeno nuevo y renovador, ¿por qué Marina Silva aceptó ingresar, a ultimísima hora, en un partido tradicional?
Los que pongan sus fichas en la presión financiera y empresarial son los favoritos para quedarse con la bolsa de apuestas. Grandes grupos financiaron el intento de Marina y sus seguidores.
Al ver frustrado su objetivo, Marina no podría ingresar en un partido cualquiera: sería desmoralizante. Mantenerse al margen de la disputa presidencial del año que viene, para preservar su coherencia y su imagen de redentora de la pureza, sería infructífero: la polarización PT-PSDB se mantendría intocada.
El PSB de Campos no tiene mala imagen junto al electorado progresista y es potable para las clases medias. No tendría chance alguna contra Dilma. Con Marina como postulante a la vicepresidencia, ¿quién sabe?
El grupo Natura, fabricante de cosméticos que dice respetar el medio ambiente y defender la sustentabilidad, y el grupo Itaú, mayor conglomerado de la banca privada en Brasil, están entre los respaldos financieros del grupo de Marina Silva.
No queda muy claro cómo un banco que cobra intereses de hasta el 16 por ciento al mes –vale reiterar: al mes– defiende otra sustentabilidad que no sea la de sus lucros exorbitantes. Pero eso no parece preocupar a la candidata que se pretende impoluta.
El factor sorpresa fue muy bien utilizado por ella y por Eduardo Campos. Algo se movió, y con fuerza, en el escenario de las elecciones del año que viene.
Ahora, hay que esperar para ver si ese algo seguirá moviéndose, o si se confirmará como otra ola de mucha espuma y poca agua.
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