Mar 12.11.2013

EL MUNDO  › PAOLO GERBAUDO ANALIZA LAS IZQUIERDAS EUROPEAS

En el horizonte, Syriza

El académico del Kings College señala que, a diferencia de otros partidos de Europa, Syriza consiguió “construir una respuesta radical capaz de legitimarse a nivel popular”.

› Por Marcelo Justo

Desde Londres

Uno de los resultados más sorprendentes del estallido financiero de 2008 y la crisis económica global es que a nivel europeo la izquierda no pudo capitalizar la inmensa fractura social que se produjo. A pesar de la aparición de movimientos como los Indignados en España o el Cinco Estrellas en Italia, con la excepción de Syriza, en Grecia, no ha habido en Europa un avance concreto de la izquierda como alternativa de gobierno. En las urnas predominó el voto castigo a quien estuviese en el poder: más de la mitad de los gobiernos de la Unión Europea (EU) cambiaron de signo político. Además del desgaste del ejercicio del poder, esta respuesta del electorado tiene que ver con que la diferencia entre derecha e izquierda se ha reducido en muchos casos a un neoliberalismo puro y otro con “rostro humano”. Página/12 dialogó con Paolo Gerbaudo, académico del Kings College, especializado en los nuevos movimientos sociales y autor de Twits and the street, para analizar qué significa hoy ser de izquierda en Europa.

–La izquierda no ha sabido o podido aprovechar la actual crisis para cambiar la narrativa hegemónica neoliberal dominante desde la caída del Muro de Berlín. ¿Hay un problema de definición ideológica? Es decir, ¿qué es ser de izquierda hoy en Europa?

–Tenemos dos tipos de izquierda, que no tienen ninguna relación entre sí. Por un lado, la izquierda movimientista, con algunos partidos muy pequeños, como podrían ser Refundazione, de Italia, y Die Linke, en Alemania. Y por otro lado hay una izquierda socialdemócrata convertida al evangelio neoliberal, que tiene un discurso en favor de las privatizaciones y el abandono de la regulación de la economía. En el medio de esta realpolitik social demócrata y una izquierda radical de carácter testimonial, no hay nada.

–Pero antes de la caída del Muro también había divisiones entre dos izquierdas, los socialdemócratas y comunistas. La diferencia es que en aquel momento estas divisiones tenían una fuerte definición programática e ideológica. Con la caída del Muro parecería que las definiciones programáticas e ideológicas se han desdibujado.

–Hay una confusión ideológica muy fuerte. Después de la crisis de 2007-2008, se esperaba un nuevo espacio para la izquierda para responder al neoliberalismo, pero nunca se concretó en un programa. Ha habido reacciones, la más notable la de Syriza, en Grecia, que ha conseguido construir una respuesta radical capaz de legitimarse a nivel popular con una política no solo de cuestionamiento de la economía y las multinacionales,sino también del Estado y la estructura política que permite el actual marco neoliberales. En general, ha habido una incapacidad de la izquierda de responder a la nueva estructura de clases de las sociedades posindustriales europeas. En Europa, el 80 por ciento de los trabajos son en servicios, muchos de los cuales son de clase media. Se puede decir que la clase obrera es un 15 por ciento, pero las formas de la organizacion de la izquierda todavía reflejan el sistema productivo industrial.

–Eso es desde el lado de la propia izquierda. Pero a nivel de sociedad parece haber un cambio de época. En los ’60, ’70 e inclusive en los ’80, se discutía en términos ideológicos. Con la crisis de los grandes relatos, este eje ha perdido mucho peso. La sociedad misma ya no parece tener interés en esas búsquedas programáticas alternativas.

–Claramente hay una crisis del espacio público y de la definición de lo que es político. El mito sobre la política que tenían las generaciones de los ’60 y ’70 ha perdido mucha fuerza. Ahora lo político se juega muchas veces en conexión con la experiencia personal, con la identidad social construida antes de lo político. Por ejemplo, la manera que el sistema afecta la vida de los precarios, la inseguridad o la preocupación frente a un Estado que controla la persona como estamos viendo con el caso Snowden, algo que hace también ver la crisis de legitimidad del Estado. Estamos en un momento de transición entre lo que había antes de la crisis y lo posterior.

–Desde lo ideológico, la caída de los grandes relatos le dejó todo el escenario a uno, el neoliberal. El estallido de 2008 fue un punto de crisis de este relato, pero a falta de alternativa ese relato sigue funcionando por inercia o default.

–Esto lo vemos mucho en Europa. Acá en Inglaterra se impulsan medidas como la privatización del correo, rechazada por la población, pero que se lleva adelante porque tienen como una apariencia de racionalidad. Y es cierto que hay una cierta inercia en cómo se sigue llevando adelante más de lo mismo. Pero es interesante que aun en un país tan a la derecha como el Reino Unido, vemos el regreso al espacio público y la política electoral de un discurso socialista. El líder del laborismo, Ed Miliband, propuso un congelamiento de las tarifas de las compañías energéticas. Es una propuesta populista, que no cambia las reglas de juego, pero es síntoma del cambio de debate público. De hecho, los sondeos dicen que la mayoría de los ingleses están a favor de la nacionalización de los servicios.

–El caso Miliband parece sintomático. Miliband necesita cambiar primero el eje del debate público. Lo está consiguiendo. Ahora se habla de la “crisis del nivel de vida” y no de la racionalidad de una medida. Esto parece preceder a la presentación de alternativas programáticas.

–Aun si se queda en el marco neoliberal, es decir, que las compañías sigan en manos privadas, este cambio tiene su validez. Pero la lógica es similar a lo que hace Obama con la salud. La ley de salud en Estados Unidos es un monstruo que hace obligatoria la inscripción en el sistema privado en vez de hacer una salud pública. Es decir, se queda a mitad de camino. El reto es ir más allá de eso y plantear que hay estructuras económicas y derechos fundamentales para controlar la actividad social. Syriza, en Grecia, es el único que está avanzando en este camino entre el idealismo y el pragmatismo. En el resto no se ve. Italia es un desastre. El Partido Democrático, que es una convergencia entre los ex comunistas y la izquierda católica, tiene un discurso anticorrupción, antielitista, pero básicamente mantiene un criterio neoliberal, promoviendo una eficiencia mayor del Estado y más transparencia. En Francia, Hollande fue muy demagógico porque fuera del impuesto a los ricos no propone ningún cambio, no hay un programa socialista, es como decir que con un poco de resdistribución solucionamos todo. Y no es así. Sin política económica e industrial, sin crear puestos de trabajo, no se puede avanzar.

–¿Cómo se puede hacer esto en Europa? Porque hablamos de países que pueden pensar que no les ha ido mal ya que están entre los ricos del mundo.

–Este cambio necesita ser simultáneo a nivel nacional y europeo. Con Hollande y la subida de impuestos a los ricos, pasó que los ricos se fueron a otro país, de modo que sin una coordinación política con otros países es muy difícil. Hay cosas que están pasando a este nivel de coordinación, como el impuesto Tobin a las transaccciones financieras. Hay mucho más que hacer también en la lucha contra los paraísos fiscales o en términos del impuesto corporativo. En este sentido, los movimientos sociales han hecho mucho por cambiar el debate público. En el Reino Unido, Tax Uncut, que lucha contra la evasión fiscal de las corporaciones, fue una manera de establecer reglas básicas de la vida pública. Los indignados y otros movimientos han hecho lo mismo. El tema es cómo pasar del diagnóstico a la prognosis. Se necesita una política socialista de las redes en una sociedad europea posindustrial.

–¿Todo esto está generando una nueva manera de definir programáticamente a la izquierda?

–Se trata de plantear una defensa de los bienes comunes, como los servicios públicos, el transporte, el derecho a la ciudad y la vivienda. Necesitamos un socialismo que pueda responder a una necesidad de seguridad en una sociedad insegura, garantizando un ingreso básico universal. Pero como decía el historiador Eric Hobsbawm, estamos hablando de una economía mixta. No queremos regresar a un Estado todopoderoso, clientelista, corrupto, ineficiente. El sector público tiene que estar controlado por la participación ciudadana para que sea transparente. Esto es algo que se empieza a plantear en distintos lugares, sea a nivel académico o movimientos, como por el Cinco Estrellas, de Italia, con su reivindicación del ingreso mínimo o el Partido X en España, que busca la participación pública como forma de control.

–¿Hay alguna señal de que la sociedad europea esté acompañando estas ideas? En muchos casos parece haberse movido más a la derecha, culpando a los inmigrantes, por ejemplo.

–Hay un riesgo muy claro para la democracia. Basta ver lo que pasa en Grecia con el movimiento fascista Aurora Dorada. El problema es que no ha habido un consenso programático en la izquierda, que no construyó puentes con los movimientos sociales. Esto es lo que hay que lograr.

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