EL MUNDO › OPINION
› Por Robert Fisk *
De sus 250.000 palestinos, casi 18.000 aún permanecen allí; cerca de 1500 están muertos, muchos de ellos a causa del hambre. No mucho tiempo después del inicio de la guerra civil en Siria, desde las alturas de la montaña Qasioun al norte de Damasco, observé con amigos sirios cómo los primeros proyectiles estallaron en el campamento palestino de Yarmuk. La artillería del ejército sirio detrás nuestro disparó con pereza, tal vez una ronda cada cinco minutos, y un poco de polvo se levantó sobre la bruma distante. “¡Así que son confundidos en otra guerra!”, dijo sin amabilidad uno de mis conocidos sirios. “Ellos no saben si son rebeldes o los hombres de Bashar.”
Pobres los palestinos. Son refugiados eternos; de Palestina en 1947-48, de Jordania en 1970-1901, del Líbano en 1982, de Kuwait en 1991 y ahora de Siria. Expulsados de sus tierras durante el mandato de Palestina, opuestos al ejército del rey Hussein en su miniguerra de Jordania, tomando partido por los musulmanes de izquierda en el Líbano y con Saddam después de que invadió Kuwait, las divisiones políticas en Siria han condenado a los palestinos nuevamente, en el país que una vez fue considerado como la vanguardia del pueblo palestino.
Tratados comparativamente con respeto en Siria –podían llevar pasaportes, tener casas y ocupar puestos de trabajo–, los palestinos se beneficiaron del apoyo absoluto del partido Baas. Pero una vez que el régimen de Bashar fue desafiado, los viejos dogmas y rivalidades empujaron a los palestinos a la desesperación. Hamas, que había mantenido su sede en Damasco bajo el liderazgo de Khaled Meshaal –jefe político de Hamas en Siria–, acató los acuerdos de Doha y se opuso al régimen sirio. Fatah, olvidándose de su propia gran diáspora, esperó que sus seguidores hicieran lo que Yasser Arafat no pudo: mantenerse al margen de la guerra.
Pero el partido Baas sirio no perdona a los traidores; aquellos que practicaron la neutralidad o que estuvieron en contra de la hermana Siria pagarían el precio. Sólo el Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General –que, en realidad, podría haber sido responsable de Lockerbie, por no hablar del asesinato de Rafik Hariri (es mejor no decir esto en La Haya ahora)– se mantuvo fiel.
Y, por supuesto, el Ejército Libre de Siria, los combatientes nacionalistas de Al Nusra y los islamistas “moderados” se trasladaron a Yarmuk, a medida que ocupaban otros suburbios de Damasco.
Hay señales hoy de que la intervención palestina desde Beirut permitió que unos pocos palestinos abandonaran Yarmuk, pero ha sido durante mucho tiempo un lugar de hambre y escombros. De sus 250.000 palestinos, casi 18.000 ahora aún permanecen allí; cerca de 1500 están muertos, muchos de ellos a causa del hambre. De los 540.000 refugiados palestinos registrados en Siria, 270.000 están sin hogar en el país y 80.000 han huido, dos tercios de ellos al Líbano. Aproximadamente 11.000 se encuentran en Jordania, 5000 en Egipto, unos pocos en el basural de la Franja de Gaza. Yarmuk y otros campamentos en Siria –los refugiados del campamento de Raml al norte de Homs están sobreviviendo en las aldeas de los alrededores– fueron creados, al igual que los otros grandes pozos de miseria en el mundo árabe, para los palestinos que fueron expulsados de sus hogares en lo que iba a convertirse en Israel. Pero en medio de la masacre de Siria, ¿quién se preocupa por los palestinos?
En el Líbano, las organizaciones no gubernamentales palestinas hablan con sentimentalismo acerca de su historia, de cómo la muerte de Ariel Sharon la semana pasada reavivó el sufrimiento de los palestinos bajo la intervención de Israel en el Líbano y de la masacre de Sabra y Chatila en 1982. “Incluso la burguesía palestina está interviniendo ahora”, dijo un miembro del izquierdista Frente Democrático palestino. “En todas partes hay manifestaciones.”
En Cisjordania y en Israel, también; salvo los palestinos cristianos – recordando la suerte de los cristianos sirios a manos de los rebeldes islamistas–, nadie está dispuesto a condenar a Bashar al Assad. La Autoridad Palestina, que envió su propio delegado a Siria, tiene poco interés en la diáspora palestina. El “derecho al retorno” ha sido durante mucho tiempo una carta muerta cuando los israelíes ya están poblando Cisjordania con sus propias colonias.
Con crucificadora ironía, Estados Unidos –que durante décadas ha dado carta blanca a Israel en su trato a los palestinos y en la colonización de los territorios ocupados– ahora ha expresado su preocupación por la “terrible” situación de los palestinos en Siria. “Ahora somos castigados por los árabes, así como por los israelíes”, dijo el hombre del Frente Democrático. “Y ahora, ¡los estadounidenses sienten lástima por nosotros!.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Patricio Porta.
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