EL MUNDO › OPINION
› Por Robert Fisk *
Las imágenes son horribles, los detalles de la tortura repugnantes, las cifras aterradoras. Y la integridad de los tres ex fiscales que acusaron efectivamente al gobierno sirio por crímenes de guerra con su informe publicado esta semana no tiene manchas. Cadáveres llenos de sangre, destrozados, brindan una evidencia imparable de la crueldad del régimen de la misma manera que los videos de las ejecuciones a manos de los rebeldes sirios nos hablan del tipo de Siria que puede existir si la insurrección contra el presidente Bashar al Assad tiene éxito.
Todo el mundo sabe que el régimen de Assad –desde el padre, Hafez, en adelante– ha empleado la tortura y las ejecuciones para preservar la dudosa pureza del partido baasista. Entonces, ¿por qué no hablar de crímenes de guerra? Recordemos que los 11.000 prisioneros muertos por el régimen sirio son sólo más de la mitad de la totalidad de sirios –20.000– muertos por las tropas del hermano de Hafez en la asediada ciudad siria de Hama en 1982.
¿Cómo es que no estamos exigiendo juicios por crímenes de guerra para aquellos responsables de esa matanza aún mayor? ¿Puede ser que simplemente nos hayamos olvidado de esta aún más terrible masacre? ¿O puede ser que no tengamos la inclinación de perseguir en particular ese baño de sangre? No, no es que las evidencias del informe financiado por Qatar –y ya llegaremos a ese asunto de Qatar– no sean ciertas. Pero debemos hacernos muchas más preguntas de las que nos hemos hecho acerca de esta galería de retratos de dolor, revelados sólo horas antes de una conferencia internacional en Suiza, en la que nosotros, en Occidente –pero quizá no Qatar– esperamos poner fin a la guerra civil en Siria.
¿Desde cuándo, por ejemplo, las autoridades de Qatar han estado en posesión de este testimonio ocular terrible? ¿Hace un par de semanas, el tiempo justo para crujir encima de los abogados de la acusación? ¿O un par de meses? Y, más concretamente ¿por qué ahora? Porque sería difícil imaginar una mejor manera para que Qatar –cuya familia real odia visceralmente a Bashar al Assad– destruya sus esperanzas de un futuro papel en Siria, incluso en un gobierno sirio “de transición”, que dando a conocer estas instantáneas de terror justo antes de las conversaciones suizas.
De hecho, uno se acuerda de la divulgación de las fosas comunes de 22.000 oficiales polacos y civiles asesinados por la policía secreta soviética en 1940 en Katyn de la Alemania nazi, en esa parte de Rusia recién ocupada por las tropas alemanas. Los nazis afirmaban que los soviéticos eran responsables –con la esperanza de que esto dividiera la alianza de Stalin con los Estados Unidos y Gran Bretaña–. Los aliados denunciaron a los nazis por la masacre, aunque fue cometida por los soviéticos. ¿Espera Qatar ahora dividir la alianza de Siria con Rusia e Irán con pruebas similares de Siria sobre el asesinato masivo del gobierno?
Hay otras preguntas para hacer, por supuesto. ¿Cómo diablos hizo el operativo policial sirio que sacó de Siria las fotografías incriminatorias, para adquirir el nombre en clave “César”? Es cierto que el verdadero Julio César cruzó el Rubicón y estableció el imperio en medio de una guerra civil. Pero, ¿quién lo llamó César? ¿Y por qué? El verdadero César –un momento de incongruencia aquí– fue asesinado a puñaladas en el Senado romano, un acto que condujo directamente a la ejecución de Cícero – que era el nombre en clave del mejor espía de la Alemania nazi–, en Estambul, el centro de espionaje más importante de Medio Oriente durante la Segunda Guerra Mundial.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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