EL MUNDO › OPINION
› Por Anatole Muchnik
La lectura de la nota titulada “Duelo de cien días para recordar el genocidio” (Página/12, 20 de abril) me obliga a suspender un momento mis actividades dominicales para escribirle, esperando que las precisiones que voy a aportar tengan eco en su excelente diario.
Africa está muy lejos de las orillas del Río de la Plata, y parece lógico que poco se sepa por acá de sus matices políticos. El mero hecho de que en una nota periodística que trata sobre el genocidio ruandés aparezca sólo una vez la palabra “Francia” es indicador de esa falta de familiaridad con el tema. No puede relatarse el genocidio ruandés sin mencionar las considerables responsabilidades del Estado francés. Francia en Ruanda no fue culpable de pasividad frente a la barbarie, muy por el contrario, sostuvo al régimen durante muchos años, de forma muy concreta, y hasta en el genocidio. Esta colaboración está muy bien documentada y me permito adjuntar al finalizar esta carta sugerencias bibliográficas sobre el tema. Hay testimonios y pruebas que incriminan a militares franceses en varias masacres.
Al considerar con cierta ingenuidad que Ruanda no representaba ningún interés estratégico, Roméo Dallaire, la Organización de Naciones Unidas y la nota publicada actúan como la mayoría de los principales representantes del derecho y la política internacional: prefieren ignorar lo que franceses y africanos conocen muy bien: la Françafrique –“Franciáfrica”–, es decir el dispositivo de dominación instalado por Francia tras la descolonización de los años ’60.
Con métodos similares a un racket mafioso pero a gran escala, Francia ofrece protección a ciertos dirigentes políticos en países bajo su influencia, a cambio de un dominio económico generador de capitales generalmente ocultos con el objetivo de financiar ilegalmente partidos políticos o aportar al enriquecimiento personal de los más eminentes servidores del sistema. Al alentar, permitir y colaborar en el genocidio ruandés, el estado francés mandó un mensaje clarísimo para todo el continente africano francófono, al más puro estilo de un Tony Soprano: haremos lo que sea para proteger el sistema, llegando, si es preciso, hasta el genocidio.
Se evoca la siniestra teoría de los “dos genocidios”, muy similar a la que por acá llaman teoría de los dos demonios. Es una fábula indecente. Nadie niega que no reinó la paz en la región después del genocidio ruandés. También es posible que en ese contexto, el ejército de Paul Kagamé haya cometido atrocidades (aunque en un contexto de demonización sistemática del gobierno ruandés por parte de Occidente, las circunstancias deben aún ser aclaradas), pero de ninguna manera pueden equipararse esos actos con un genocidio.
Genocidio hubo uno solo, perpetrado por las facciones extremistas del Hutu Power. Todo indica que esas facciones precisamente fueron las que derribaron el avión presidencial, marcando el inicio planeado y coordinado de las masacres. El presidente Habyarimana, contra la voluntad de esa gente que hacía parte de su propio entorno –su propia esposa Agathe, era cabeza de los escuadrones de la muerte–, acababa de firmar un acuerdo de paz que consideraron inaceptable.
La nota abraza la hipótesis de que ese avión fue derribado por los tutsi del Frente Patriótico Ruandés, hoy en el poder, y sólo sugiere que “también hay quienes sostienen que se trató de un autoatentado hutu para propiciar la masacre”. Por el contrario, los tutsi no tenían ningún interés en matar al presidente que acababa de firmar un acuerdo muy ventajoso para ellos. En cambio, el clan extremista en el poder sí. No fue un “autoatentado” –el concepto mismo es absurdo–. Fue el atentado de la facción extremista contra el bando “moderado” del poder. En el lugar preciso de donde partió el misil esa noche se encontraban... soldados franceses.
Quedaría mucho por decir, desde los orígenes de la situación de Ruanda hasta los detalles de la campaña de desinformación y censura llevada a cabo en Francia. Soy consciente de que no dispongo aquí del espacio necesario para hacerlo, pero invito a los lectores a informarse acerca de los argumentos de los organismos que reclaman una aclaración definitiva del rol jugado por el Estado francés en el genocidio ruandés.
La Argentina conoce de primera mano el accionar oculto del ejército galo: todos sabemos que oficiales franceses instruyeron a los torturadores de la dictadura militar que al mismo tiempo denunciaba oficialmente el presidente Giscard d’Estaing. Aquí, más que en otras partes del mundo, no nos debemos dejar engañar.
Brevísima bibliografía recomendada:Jean-Paul Gouteux: La Nuit rwandaise, Paris, Dagorno, 2002. Jacques Morel: La France au cour du génocide des Tutsi, 1500 pp., Paris, l’Esprit Frappeur, 2010. Michel Sitbon: Rwanda, 6 avril 1994, un attentat français?, Paris, Aviso, 2012. Y la excelente revista La nuit rwandaise, http://www.lanuitrwandaise.org/revue/
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