EL MUNDO › OPINION
› Por Emir Sader
Entre sus propuestas de desregulación, el neoliberalismo puso fuerte énfasis en la de “flexibilización laboral”. Por detrás de esa palabra atrayente –así como la de “informalización”– lo que esconden es la precarización de las relaciones de trabajo, es el trabajo sin contrato.
Esta fue una de las trasformaciones más importantes del neoliberalismo. Junto a ella, promovió la desaparición de las temáticas del mundo del trabajo. El alza del desempleo y del trabajo precarizado son justificados por lo que llaman “desempleo tecnológico”, alegando que la tecnología necesita menos mano de obra, produciendo más con menos trabajadores, dados los aumentos de productividad.
Se plantea al trabajador la disyuntiva de seguir empleado, pero bajando la productividad y la competitividad de la empresa y del mismo país o salir del mercado para mejorar su calificación y retornar después. En verdad que no hay tal “desempleo tecnológico”.
Cuando hay aumento de productividad, significa que se puede producir la misma mercancía en menos tiempo, pongamos la mitad del tiempo. No se deduce inmediatamente de ahí que se deba expulsar trabajadores. Hay tres alternativas: o se produce el doble de la misma mercancía y se mantiene a todos los trabajadores empleados
o se produce la misma cantidad de mercancías y se disminuye la jornada de trabajo a la mitad. O lo que suele ocurrir: se sigue produciendo la misma cantidad de mercancías y se echa a la mitad de los trabajadores.
No es la tecnología la que echa a los trabajadores. Es la lucha de clases, es quien se apropia del desarrollo tecnológico, que puede servir sea para disminuir la jornada de trabajo o para aumentar las ganancias de los empresarios.
Cuando se inventó la luz eléctrica, la primera consecuencia no fue mejorar el bienestar en los hogares, sino la introducción de la jornada nocturna de trabajo. La culpa no la tuvo Thomas Edison, sino la apropiación de ese invento para extender la jornada y la superexplotación de los trabajadores.
Desde que se hizo la crítica del paradigma de la centralidad del trabajo, como visión reduccionista respecto de las otras contradicciones, se ha impuesto una tendencia opuesta, la de hacer del trabajo una actividad menor, sin trascendencia. Justo cuando más gente que nunca vive de su trabajo. De actividades heterogéneas, diversificadas, a menudo con el mismo trabajador en varios empleos a la vez. Pero trabajan hombres y mujeres, jóvenes y niños, blancos y negros; todos o casi todos viven de su trabajo.
Sin embargo, el tema del trabajo casi ha desaparecido. Incluso en el pensamiento social, donde la sociología del trabajo pasó, en pocas décadas, de las ramas más buscadas a una entre otras. Los medios invisibilizan la actividad que ocupa a más gente en el mundo: la actividad laboral. Como si la tecnología hubiera reducido el trabajo a una actividad virtual, sin esfuerzo físico, sin desgaste de energías, sin la superexplotación de jornadas agotadoras e interminables.
Encima intentan hacer pasar el 1º de mayo como Día del Trabajo y no del Trabajador.
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