[HTML]Pocas veces leí tantas mentiras y calumnias como en la nota de Mario Vargas Llosa en La Nación de ayer: “La gesta libertaria de los estudiantes venezolanos”. Pocas veces vi a un gran escritor arrastrarse tan bajo para complacer a sus mecenas imperiales o ser víctima de una menopausia intelectual tan profunda que lo impulse a mentir descaradamente y a escupir sobre su propio pasado, cuando defendía con ardor a la Revolución Cubana. Ejemplos de esas mentiras: “millones de estudiantes en las calles” protestando contra el gobierno bolivariano, cuando fueron unos pocos miles sobre los casi dos millones y medio de universitarios que hay en Venezuela; Leopoldo López elevado a la categoría de “preso político” por perpetrar crímenes que en Estados Unidos o Francia lo condenarían a prisión perpetua; exaltar a los “guarimberos” como una amable tertulia de estudiantes e intelectuales, mientras tienden un alambre de púa a ambos lados de la calle para, en la noche, decapitar a motoqueros desprevenidos; “por doquier se levantaron barricadas”, dice el escribidor, cuando en el momento de su apogeo había guarimbas en 18 de los 335 municipios existentes en Venezuela; “cerca de cincuenta compañeros que han perdido ya la vida” a manos del gobierno, cuando la realidad es que la mayoría de las víctimas de la violencia de la derecha han sido chavistas o funcionarios del gobierno y sus fuerzas de seguridad.
La densidad de mentiras por cada línea de su escrito no tiene parangón, prueba irrefutable de lo que decía en una de sus novelas Alejo Carpentier acerca del “ultraje irreparable de los años”. Sólo que en el caso de Vargas Llosa es un proceso muy agudo y que comenzó hace mucho tiempo, antes de que llegara a la situación actual. Habría que estudiar las razones por las que un gran escritor, que sin duda lo es, y que conoce los crímenes y las mañas del imperialismo y sus secuaces locales como pocos (quien lo dude lea lo que pone en boca de Roger Casement, el protagonista de El sueño del celta) puede llegar a arrastrarse en el fango en que hoy se revuelca Vargas Llosa contando sus “mentiras que parezcan verdades”, como él mismo definió el arte del novelista. Sólo que cuando escribe ensayos sobre la realidad contemporánea de Venezuela, esas mentiras no son un inocente entretenimiento sino que se convierten en una coartada para alentar y justificar en ese país un desenlace sangriento como el producido por las hordas neonazis en Ucrania. Y de eso tiene que hacerse responsable.
Q Director del PLED, Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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